Menú
Eva Miquel Subías

Lo que el viento se llevó o allò que el vent s'endugué

Hay series o largometrajes que, vistos y traducidos en la televisión autonómica catalana tienen más gracia que otros, con lo que es evidente que a la comedia romántica americana le va mejor el catalán que, por poner un ejemplo fácil, a Harry el Sucio.

Me disponía a comentar con emoción contenida las palabras de agradecimiento del productor de Planet 51 hacia el ministro de Industria al recoger el galardón concedido al mejor largo de animación en la vigésimo cuarta edición de los Premios Goya de la Academia del Cine Español, cuando leo que Franco es el culpable, según Jordi Pujol, de que no nos hayamos acostumbrado a escuchar a Gary Cooper en catalán.

No me queda más remedio que intentar poner en orden mis ideas y ver cómo demonios puedo conjugar la cantidad de flashes que me deslumbran cerebralmente en tan sólo unas décimas de segundo.

Difícil tarea será conseguirlo, pero pongámonos a ello. Veamos. Somos todavía muchos los catalanes que recordamos cómo se nos quedó la cara al ver en TV3, en los inicios de los años ochenta, espetar al malvado J.R Ewing a la que era su esposa Sue-Ellen, aquello de "nena, ets un pendó". Experimenté la misma estupefacción, tiempo más tarde, al descubrir qué era, en qué consistía y para qué servía una llave allen cuando decidí establecerme por mi cuenta. Pero eso es otro tema y ara no toca.

Lo que sí es cierto es que hay series o largometrajes que, vistos y traducidos en la televisión autonómica catalana tienen más gracia que otros, con lo que es evidente que a la comedia romántica americana le va mejor el catalán que, por poner un ejemplo fácil, a Harry el Sucio. Esto forma parte de nuestra cotidiana realidad lingüística y nunca ha supuesto el más mínimo problema, más allá de las anécdotas puntuales de escuchar a determinados personajes hablar en otra lengua a la que nos tienen familiarmente acostumbrados.

Ahora bien, otro tema bien diferente es el de la obligatoriedad –que impone el proyecto de ley de cine en Cataluña– de doblar al catalán la mitad de las copias de cualquier cinta, con la excepción de las europeas si éstas se estrenan en menos de 15 salas. No hace falta dejar volar demasiado la imaginación para hacerse una idea de cómo tienen que estar los exhibidores y distribuidores, que empiezan a ver con seria preocupación las nefastas consecuencias que le deparará esta normativa a la industria cinematográfica.

La reacción de los empresarios de cines ha sido pues unánime y se ha producido en un único sentido: simplemente no hay demanda. Sin obviar la incómoda y asfixiante imposición política y la indiscriminada intromisión en las leyes del mercado que, así de entrada, no es de lo más estimulante precisamente.

Por esa misma razón Telecinco es la cadena de televisión más vista en Cataluña o por ese mismo motivo son los periódicos escritos en castellano, tanto de información general como deportiva, los más vendidos en los quioscos catalanes: porque a la gente le viene en gana y a la hora de pagar lo hace por lo que quiere y no porque se lo impongan. Y no creo que en las prioridades de los catalanes esté la de ver a Jeff Bridges o a Colin Firth expresarse en catalán. Es más, me aventuro a afirmar que si algo demanda el público amante del cine es mayor presencia de largometrajes en versión original.

Pero el ex president, al que se le antoja que el protagonista de Por quién doblan las campanas tiene que abrazar y sentir a Ingrid Bergman en catalán, probablemente en recuerdo de su enérgica juventud, les advierte a los empresarios que "tienen una obligación respecto al país y a la lengua del país" y que lo único que tiene que hacer la población es acostumbrar su oído a lo habitual de no haber sido por el régimen franquista.

Y justo cuando esto les estoy contando, Artur Mas habla en las ondas de recuperar el prestigio perdido, de volver a ser respetados en el resto de España como pueblo emprendedor, de ser los promotores de un gran pacto para salvar la economía española, de poner al enfermo en manos de los mejores especialistas. Y lo hace recurriendo como a él le gusta a la terminología náutica, habla de la ausencia de capitán, de brújula, de norte.

Pues a una servidora, que también tiene en sus venas sangre de grumetillo, hay algo que le rechina bastante. Porque de la misma manera que el patrón no puede colocar el barco proa al viento y esperar que éste navegue –ya que el aire deberá entrar o bien por la amura o bien por la aleta– tampoco podrá llegar a buen puerto si el rumbo lo va alterando permanentemente o permite que lo turbe el "patrón fundador", porque es de todos sabido que la tramontana sopla fuerte llevándose con ella las palabras y tot plegat.

En Sociedad

    0
    comentarios
    Acceda a los 2 comentarios guardados