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Eva Miquel Subías

Ni confirmo ni desmiento

Sólo una institución sólida y segura de sí misma es capaz de desabrocharse un par de botones el corsé para que corra un poco el aire.

Lo cierto es la incursión de la Agencia Estatal de Inteligencia de Estados Unidos en Twitter ha sido gloriosa.

"No podemos confirmar ni desmentir que éste sea nuestro primer tweet". De esta manera estrenaban sus primeros 140 caracteres sobrepasando, a las pocas horas, el medio millón de seguidores.

El segundo siguió la misma tónica, al que le sucedieron una serie de retweets algo más convencionales. Bien. No pretendo analizar ahora la cuenta tuitera de la CIA, pero creo que esta simple manera de arrancar, denota muchos rasgos que, a priori, me gustan.

Y es que sólo una institución sólida, segura de sí misma y de las acciones que lleva a cabo, es capaz de desabrocharse un par de botones el corsé para que corra un poco el aire. Me explico.

En España, nación maravillosa repleta de contrastes y permanentes y crónicas contradicciones, el paso al extremo de lo políticamente correcto no ha tenido prácticamente una transición. Con lo que aquí, dejando de lado el asfixiante cortoplacismo que acecha a unos y a otros, ya nadie se permite el más mínimo margen para explicar de manera clara y contundente cómo piensa y a qué se debe, de una manera algo más relajada, no vayan a pillarles en un diminuto renuncio y le crucifiquen en la plaza pública.

El debate, pues, político, se torna, además de inexistente en un erial mortalmente aburrido. Dentro y fuera de las redes. Dentro de ellas, la cursilería impera y el sentido del humor no sólo escasea, sino que es del todo inexistente. Algo, si me permiten, básico e imprescindible. Y muy sano, créanme.

Ya sea porque las formaciones políticas de centro-derecha españolas consideran, tradicionalmente, que basta con el deber de intentar gestionar bien como toda comunicación política; ya sea porque las formaciones de centro-izquierda se han ido apropiando de conceptos y valores sin que nadie haya planteado batalla alguna, entregándose a un lenguaje ya vacuo y exento de contenido real, tenemos un panorama que permite que alguien como Pablo Iglesias –cuyo lenguaje estaría confortablemente engrasado entre los hierros del muro que separaba la Europa del Este de la Europa Occidental–, destaque sobre otros perfiles.

Y es que, aunque sea un tópico, el eurodiputado domina y controla la poderosa herramienta de la comunicación como pocos, partiendo de una ventaja obvia: el temor del resto a desatarse un solo botoncito y explicarle al ciudadano medio el porqué de una decisión, el porqué de una idea y el porqué hay que ejecutarla.

Porque lo que denota un simple tweet como el de la CiA es una total y absoluta ausencia de complejos. Y eso, queridos, me encanta. Y si además le sumamos una capacidad de comunicar que sólo manejan los líderes con letras mayúsculas, con la seguridad que les otorga la creencia firme en sus propios actos, pues tenemos un producto atractivo a cuyos encantos somos susceptibles de sucumbir más personas de las que cabe esperar.

Pero me temo que hace ya demasiado tiempo que en España ni se confirma ni se desmiente apenas nada. Ni dentro de la política ni fuera de ella. Y el aburrimiento, háganme caso, es el preludio de muchas e irreversibles crisis.

En España

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