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Eva Miquel Subías

Se avista líder conservador en el horizonte

Cameron acaba de firmar una especie de contrato con los ciudadanos, que no es más que el compromiso a que los votantes tengan el derecho de despedir al diputado de su circunscripción por mala conducta, a recortar drásticamente el despilfarro del Gobierno.

Leo una mini entrevista que el octogenario escritor británico Tom Sharpe ha concedido a La Vanguardia desde su casa de Llafranc –en la maravillosa Costa Brava– donde al parecer está escribiendo su autobiografía con la compañía de su mujer, los habanos y el whisky. Qué bien me suena eso.

Entro a matar con la columna, no sea que mi amigo Álvaro me reprenda de nuevo echándome en cara lo mucho que me alargo en los preliminares en cuanto a artículos se refiere. Probablemente lleve razón. Nadie mejor que él lo sabe.

Bien. El autor de El bastardo recalcitrante o la saga de Wilt, puede sentarse tranquilamente con el poso que te dan los años, la experiencia y miles de libros vendidos a tus espaldas y espetar que Gordon Brown es un idiota, que David Cameron un pijo de Eton y que no cree que Nick Clegg sea tan malo como los otros dos contrincantes, refunfuñando y enumerando, en plan gruñoncete, los males de Gran Bretaña y lo mucho que le deprime la política, aún confesando que no ha dejado de ver los tres debates televisados.

Cierto es que David Cameron estudió en el prestigioso Eton. ¿Y? ¿Debería acaso pedir perdón por ello? Cierto es también que tiene un aire posh de niño bien inglés, aunque bastante matizado y que se trata, podríamos decir, del clásico tory admirador de Margaret Thatcher que ha conocido desde jovencito las entrañas del Partido Conservador con el que consiguió entrar en el Parlamento en 2001 logrando la victoria por Oxfordshire.

Tan sólo cuatro años más tarde fue elegido líder del Partido Conservador británico. Sus colegas vieron en él una joven promesa que sabía apoyarse en los conservadores cimientos de la tradición británica, al tiempo que ofrecía una imagen algo más renovadora, con ciertos aires de modernidad y rejuvenecimiento.

El que ahora puede convertirse en el premier del Reino Unido, acaba de firmar una especie de contrato del Partido Conservador con los ciudadanos, que no es más que el compromiso a que los votantes tengan el derecho de despedir al diputado de su circunscripción por mala conducta, a recortar drásticamente el despilfarro del Gobierno, a reducir la inmigración o a incrementar cada año el gasto sanitario. En fin, dejando de lado a los que le acusan de tibio o a los que por otro le recriminan que quiera resucitar el más puro espíritu thatcheriano, el líder conservador aborda ciertos aspectos espinosos que pocos hoy se atreven ni siquiera mentar en el actual escenario político, hambriento de líderes emergentes.

Hay que apuntar que, al margen de que a mí personalmente me resulte algo empalagoso por estar siempre con sus inquietantes labios de tono intensamente rosado a punto para la foto, ya sea en brillantes calzones de deporte, ya sea descolgando del vestidor la chaqueta de tweed antes de echarse al campo, debo reconocer que le llevo siguiendo la pista desde hace bastante tiempo y desprende cierto aroma a liderazgo, que ya es bastante.

Por otro lado, Cameron ha querido manifestar al mundo entero lo gayfriendly que son los tories y para ello ha hecho salir del armario a golpe de raya diplomática a once hombres y una mujer homosexuales, al tiempo que ha conseguido –a la hora de escribir estas líneas– el apoyo del Financial Times, el Sunday Telegraph, el Times, The news of the world o The Sun, entre otros no poco influyentes medios de comunicación.

Y en la comunicación precisamente está la clave. Es a lo que se ha dedicado fundamentalmente durante los últimos años y sobre la que sus más íntimos colaboradores han basado su estrategia, según me apunta alguien que bien sabe de lo que habla. Destacan, sin embargo, sus escasas habilidades para nadar en aguas internacionales, como ponen de manifiesto su desencuentro con Merkel o su alianza con los ultraderechistas polacos y el abandono del Grupo Popular Europeo.

De todas maneras, los conservadores, a pesar de no haberse encontrado a sí mismos y reconfigurado como la sólida opción del nuevo milenio, ofrecen un candidato que apunta maneras con el que pueden volver a oler la madera del número 10 de Downing Street que abandonaron en 1997 tras el triunfo laborista de Tony Blair.  

Aunque a Cameron podría faltarle ese empujoncito que le procuraría quizás el joven y entusiasta Clegg y así compensar ciertas carencias. No sé, se me ocurre que, con la cercana influencia femenina española podría incluso dar nuevos aires gibraltareños... Upps. Mejor lo dejamos para otra ocasión. Pero lo que les decía, se avista líder nuevo y viene con ganas. Y eso está muy bien.

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