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Eva Miquel Subías

Ser o no ser un héroe en tu propio partido

En las sociedades anglosajonas, el diputado o senador de turno regresa a su actividad privada y pasado un cierto período decide incorporarse o no de nuevo a los asuntillos públicos. Y no pasa absolutamente nada.

Es sabido que en España no estamos demasiado acostumbrados a que los altos cargos de la Administración, llegada la hora y sin por el momento analizar los motivos, cesen voluntariamente en sus funciones.

En las sociedades anglosajonas, sin embargo, lo hacen de manera tan veloz que apenas tienen tiempo de tramitar la baja en los determinados órganos. El diputado o senador de turno regresa a su actividad privada y pasado un cierto período decide incorporarse o no de nuevo a los asuntillos públicos. Y no pasa absolutamente nada.

Ignoro el destino actual de Mike Duvall, por ejemplo. No sé si recordarán las andanzas que este diputado republicano iba relatando a su compañero de escaño en pleno debate parlamentario sin tener en cuenta que el micrófono se encontraba en su momento de esplendor. El mismo en el que decía encontrarse el vigoroso Mike al intercambiarse azotes con sus amantes y que gracias al todopoderoso YouTube se enteró su familia y los States antes de la hora del tentempié.

Pero, aunque se trate de algo que claramente escasea entre los políticos españoles, –me refiero a las dimisiones, desconozco el gusto por el flagelo–, las diversas modalidades son de una riqueza extraordinaria. Veamos.

Encontramos, por un lado, una especie notoriamente singular y en claro proceso de extinción. Se trata de aquél o aquélla que ante el suculento ofrecimiento de un Ministerio decide simplemente no aceptar. Tal es el caso de Pilar del Castillo que en el primer mandato de José María Aznar y tras la propuesta de ponerse al frente del Ministerio de Medio Ambiente, declinó amablemente la proposición. Circuló alguna teoría al respecto pero la mía es que la decisión tomada no obedeció más que a una nítida honestidad intelectual

Otro caso de este tipo, aunque por motivos supongo algo distintos, fue el de Miquel Roca al rechazar el Ministerio de Asuntos Exteriores en una maniobra magistral del entonces presidente de Gobierno. Aunque previamente había abandonado voluntariamente sus responsabilidades en CDC, en clara consonancia con otra de las modalidades, que es la del abandono de un determinado cargo respondiendo a una situación de descontento, desilusión o agotamiento. Tampoco son muchos, no.

Así, nos encontramos también con un prototipo, menos frecuente todavía por los riesgos que éste conlleva, como el consistente en espetarle al jefe lo que uno realmente piensa. Tal es el caso de Rodrigo de Rato, que en el transcurso de un Consejo de Ministros manifestó su posición respecto a la Guerra de Irak. Otros se subieron al carro mucho más tarde e incluso a alguno de ellos tan sólo le faltó salir al ruedo con una bandera blanca y un pañuelo al cuello, pero la única persona que ocupaba un cargo relevante en el Gobierno de entonces que se expresó en este sentido fue el que acabo de mentar y no ningún otro.

Y entre otros arquetipos, encontramos uno que recientemente se ha vuelto a poner muy de moda. Se trata de la renuncia por el simple hecho de no rascar bola en tu partido. Vamos, que se la traes al pairo y que tu opinión cuenta lo mismo que las recomendaciones de los departamentos de sanidad para Amy Winehouse. Entonces, sí. Ya nada funciona y dejas de comulgar con lo que supuestamente habías estado apoyando hasta la misma hora del desayuno del día anterior. Y así, de repente, te conviertes en un héroe para unos, en un villano para otros, aunque, si me permiten, éstos ya no se la pegan a una, qué quieren que les diga.

Por supuesto, hay otros muchos que han desempeñado labores impecables al frente de diferentes puestos de responsabilidad, algunos de los cuales responden quizá a un perfil más técnico y que tras una etapa regresan a sus actividades privadas o en el sector público sin el menor ruido. Pero esos no son héroes ni pretenden serlo. Simplemente intentan hacer bien su trabajo. Y claro, eso no vende mucho.

Del más común, el que se queda atornillado, hablamos otro día. Hoy me da pereza.

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