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Eva Miquel Subías

Todo sigue igual en mi casa

Lo que no tiene demasiado sentido es que me impidan pasar por el control de seguridad con unas mini tijeritas que apenas cortan una pielecilla y sin embargo pueda adquirir un par de botellas de whisky en el Duty Free.

¿Qué cómo está empezando el año? Pues con un poquito más de lo mismo, no nos vamos a engañar. Por un lado tenemos a Montilla en plan hooligan animando a todo el campo a que haga la ola mientras los representantes del Tribunal Constitucional le dan otra vueltecita al tema, puesto que no tienen todavía demasiado claro el asunto.

Les diré, de todas maneras, que lo que han conseguido los constitucionales delegados durante el largo tiempo de espera es que en mi tierra se haya aprovechado el tiempo intensamente para dejar bien calentito el ambiente, hasta el punto de conseguir que los que no votaron la reforma del Estatut, es decir, más de un 50% de la población catalana, se sientan ahora –no todos, por fortuna– como si alguien les quisiera arrebatar algo que ellos mismos consideraron en su día que no merecía siquiera dedicar unos minutos de su preciado tiempo para depositar un papel en la urna. Lo repito una vez más. Así somos.

Mientras, los populares catalanes insisten en seguir hablando de compromisos y casorios cuando ni tan sólo se les ha invitado a bailar ni a las tantas de la madrugada, cuando el proceso y los criterios de selección están más que alterados. Pelín precipitados, cuanto menos.

Suerte que un científico de la Universidad de Palermo ha determinado que la Mona Lisa presenta acumulación de ácidos grasos bajo la piel, al parecer, un claro síntoma de unos niveles de colesterol muy por encima de lo recomendable. O sea, que seguimos sin tener las certezas absolutas del porqué de su sonrisa pero ya sabemos que estaba a punto de dejar a Leonardo para irse al otro mundo. Así, por lo menos, nos quedamos algo más tranquilos y ella, con un poco de suerte, podrá descansar un poco más.

Y no como con otro de los asuntos del mes. La conveniencia o no del escáner corporal en los aeropuertos. Pues lo que una quiere es una cierta garantía de seguridad y si para ello nos tenemos que mostrar en paños menores, por mí adelante. Ahora bien, lo que sí rogaría a las autoridades pertinentes es coherencia. Simple y llanamente. Coherencia sin las permanentes y continuas contradicciones a las tan acostumbrados estamos.

Porque lo que no tiene demasiado sentido es que me impidan pasar por el control de seguridad con unas mini tijeritas que apenas cortan una pielecilla y sin embargo pueda adquirir un par de botellas de whisky en el Duty Free, pudiendo éstas ser mucho más efectivas una vez estampadas sobre la cabeza de alguien que mi corta uñas. Y eso sólo por mencionar un pequeñísimo detalle de los muchos que se pueden enumerar.

Pero como el mes de enero ha venido frío aunque interesante y cálido en cuanto a noticias internacionales, me referiré, no al acontecimiento planetario que nos adelantó hace tanto nuestra añorada Leire Pajín y que estamos viviendo en este preciso momento, sino a uno de los temas estrella de la temporada al que pienso dedicarle mi próxima columna. Y no podía ser otro que el caso de Mrs. Robinson. Otro ejemplo más de los muchos que nos ha dado la historia, esos que forman parte de la sección virtudes públicas, vicios privados y que tienen ese punto novelesco que los hacen irresistibles a los ojos mediáticos.

Ahora bien, como les iba diciendo, en mi casa sigue todo bastante igual a como lo dejé. No recuerdo si les he felicitado el año, así que lo hago ahora, por si acaso. Porque promete, vaya si promete. Y espero que lo sigamos compartiendo.

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