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Eva Miquel Subías

Yo, Artur

O bien se entrega a un camino de rabieta sin salida con los fogosos secesionistas, o bien recula.

Antes de que nadie se inquiete, debo constatar que en esta ocasión no había más remedio. Era inevitable regresar a él. Porque las circunstancias son las que son. Y porque, desde luego, va a haber un antes y un después de la gloriosa hazaña táctica perpetrada el pasado domingo en mi querida tierra.

Así que prometo, antes de que me salgan caracolillos en mi catalán ombligo, cambiar de tercio de cara a la próxima cita con ustedes. Pero hoy, señores, toca lo que toca.

Vayamos por partes. Tras los sondeos previos a las elecciones autonómicas, en los que no pocos apuntaban la posibilidad de que CiU obtuviera la mayoría absoluta, propósito inicial –no lo olvidemos– para que se convocaran éstas por anticipado, el resultado de las mismas es ya de sobras conocido.

Con el cargo a disposición por parte del director del Centro de Estudios de Opinión de la Generalitat, Jordi Argelaguet, quien pronosticó que era prácticamente imposible que la coalición nacionalista gobernante no pudiera conseguir tan ansiada mayoría, y tras el trance por el que están atravesando unos cuantos gurús, estrategas, directores de comunicación y asesores áulicos –quienes podrían ir haciendo las maletas–, analicemos diversos escenarios.

En primer lugar, no sólo ha perdido las elecciones Artur Mas, sino todo el grupito de agitadores soberanistas de los que se rodeó y quienes, al fin y al cabo, le han empujado hasta el borde del precipicio.

El problema, señores, es que los acontecimientos se han precipitado, puesto que algunos sucesores querían asomar cuando la operación estuviera ya más madurita, y no precisamente ahora, cuando parecen estar amortizados.

Otra cuestión. Todo apunta a que el sector más secesionista de CDC está por la labor de pactar con los independentistas republicanos. No así los de Unió y los sectores más moderados –que todavía queda alguno– de Convergència, quienes preferirían un acuerdo con los socialistas. Al Partido Popular, por el momento, ni lo mentamos.

Pero las malas y afiladas lenguas de mi tierra advierten de un posible contraataque de algunos para desactivar esta última opción. Y me remito a los recientes acontecimientos de Sabadell. Pero al fin y al cabo, son todo suposiciones, más propias de la Corte. Donde vamos a parar.

Tampoco podemos dejar a un lado a no pocos alcaldes de CiU de poblaciones medianas quienes han empezado a alertar de que no van a secundar ninguna operación independentista y que ahora, con los datos en la mano, no creo que tarden mucho en dar algún toque.

Lo que es curioso es que ninguna encuesta tuviera en cuenta que muchos votantes que en las elecciones autonómicas deciden irse a tomar un arrocito, han optado esta vez por quedarse vigilantes y decir que en fin, que coñas las justas.

El panorama, como pueden ver, no está nada fácil. Y si yo pensaba que, como en la novela de Robert Graves, Artur debería empezar en un tiempo a dar los caldos a otros para que los cataran previamente, mucho me temo que los tiempos se han trastocado, con lo que la pócima mortífera ya está goteando.

Así que nuestro President, o bien se entrega a un camino de rabieta sin salida con los fogosos secesionistas, o bien recula, recupera el seny y se sienta en La Moncloa para tomarse una copa de cava frente al hogar.

Y le puedo asegurar que ese brebaje será mucho más inocuo que el que pueda ingerir a partir de ahora en el Pati dels Tarongers.

Y así, de paso, no desperdiciará la ocasión de demostrar que el Gobierno de Cataluña puede preocuparse de las próximas generaciones, en lugar de hacerlo al respecto de las próximas elecciones. Y ya. Que un poco de Winston nunca viene mal.

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