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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

USA/UE. Siglas y siglos

Con motivo de las elecciones alemanas y de su resultado incierto, que abre un periodo de negociaciones y cambalaches, se ha puesto de moda, y no sólo en Francia, glosar sobre el eje francoalemán, columna vertebral de la UE, pareja de bueyes que arrastra el arado europeo, o países arrogantes y dominadores que pretenden imponer su voluntad, y sus intereses, al resto de Europa. Todas las opiniones se han expresado, y hasta se les ha comparado con un matrimonio gay, debido a la ausencia de mujeres en las parejas.

Con motivo de las elecciones alemanas y de su resultado incierto, que abre un periodo de negociaciones y cambalaches, se ha puesto de moda, y no sólo en Francia, glosar sobre el eje francoalemán, columna vertebral de la UE, pareja de bueyes que arrastra el arado europeo, o países arrogantes y dominadores que pretenden imponer su voluntad, y sus intereses, al resto de Europa. Todas las opiniones se han expresado, y hasta se les ha comparado con un matrimonio gay, debido a la ausencia de mujeres en las parejas.
No sería lo único que cambiaría si, pese a todo, Angie Merkel llega a ser canciller. A condición de que logre formar una coalición no demasiado estrambótica, y que no se vea por ello obligada a renunciar a la esencia de su proyecto político.
 
Los medios franceses, y otros medios europeos –porque, aunque resulte increíble, Francia aún tiene cierta influencia, menguante, fuera de sus fronteras–, presentan el eje francoalemán como si de un álbum de familia se tratara. La historia de las relaciones francoalemanas se reduce así a las historietas de amor y desamor de sus dirigentes. Como en Argentina todo empieza y termina con Perón, en Francia todo empieza y termina con De Gaulle; y en cuestiones europeas todo comienza con la pareja De Gaulle-Adenauer. Y todo es falso, salvo la voluntad por ambas partes de obrar por la reconciliación entre los dos países.
 
Pasamos a la página siguiente del álbum, saltando a Pompidou-Brandt, y sonríe la pareja Helmut Schmidt-Giscard d'Estaing, luego Helmut Kohl-François Mitterand, y hasta ayer por la tarde Chirac-Schröder. Pero este recordatorio del largo vals de las parejas francoalemanas se olvida voluntariamente de dos cuestiones esenciales de la política europea de estos últimos sesenta años: el peligro soviético y las relaciones USA-Europa y los conflictos gubernamentales y partidistas entre atlantistas y antiatlantistas, o prosoviéticos. Como se pretende olvidar el papel fundamental de Estados Unidos, que, después de haber vencido al Japón imperial y a la Alemania nazi, participó eficaz e infinitamente más que cualquier otro país en la reconstrucción, no sólo económica, también política y democrática, de esas dos potencias agresoras y vencidas.
 
En Europa no ocurrió nada semejante en relación con Alemania, y la señora Thatcher, por ejemplo, pese a sus aciertos y a su atlantismo, siempre fue profundamente antialemana. A vuelapluma, puede afirmarse que, hasta el hundimiento de la URSS, Alemania, con gobiernos democristianos o socialburócratas, fue atlantista, y contó siempre con el famoso "paraguas atómico" norteamericano, para su seguridad, frente a la URSS.
 
Helmut Kohl.También es cierto que Willy Brandt traicionó no sólo esa política, sino sus propias declaraciones y su actitud valiente –cuando era alcalde de Berlín, durante el bloqueo soviético–, con su "apertura al Este". Pero dicha traición no tuvo demasiadas consecuencias, y por los años 80, cuando la URSS cubrió con cohetes nucleares todos sus satélites de Europa del Este, Kohl logró convencer a Mitterand para que aceptara la instalación de cohetes norteamericanos de semejante naturaleza en Alemania y otros países no comunistas.
 
También se ha ocultado al máximo ese episodio de nuestra historia, cuando la URSS planeó salir de su atolladero económico y social mediante la guerra; y actuó en ese sentido, al menos, en dos ocasiones: la invasión de Afganistán y la instalación de dichos cohetes. Pero el tiro le salió por la culata: la invasión de Afganistán fue un desastre, y la firme y clarividente actitud del presidente Reagan, en Europa y en el resto del mundo, convenció a los dirigentes soviéticos de que podían conquistar Europa y apoderarse de sus riquezas, pero que el proyecto se convertía en imposible si tenían que enfrentarse con los USA. Y así comenzó el descalabro definitivo de la URSS. ¡Viva Reagan! Gracias al cual los USA salvaron una vez más a Europa.
 
Es sólo ahora, con la llamada "crisis iraquí", que Francia y Alemania, o, mejor dicho, Chirac y Schröder, han tenido una actitud común antiyanqui, y pro Sadam Husein, pero ya lo hemos criticado, y despreciado, lo suficiente para que no sea necesario insistir de nuevo. Volvamos a las historias paralelas de Francia y Alemania, para constatar rápidamente sus diferencias, porque si Alemania fue, hasta la implosión de la URSS, abiertamente o más bien atlantista, Francia no. El general De Gaulle, presidente del Gobierno, después de la liberación, de 1944 a 1946, era ya antiyanqui, pero en la euforia de la victoria, y habiendo sido las tropas norteamericanas las que, esencialmente, habían liberado Francia y permanecían allí, le era difícil manifestar pública y oficialmente su rechazo y oposición al atlantismo.
 
El gesto más premonitorio de su futura política fue su viaje triunfal a Moscú, su encuentro fraternal con Stalin, sus elogios a la URSS vencedora del nazismo –lo cual no era totalmente falso, pero sí suficientemente exagerado para ningunear el papel fundamental de los USA, y la valentía ejemplar del Reino Unido–. Todo concluyó con un pacto de amistad y asistencia mutua. Pero en 1946, y como nadie, entonces, aceptaba en Francia su proyecto de régimen presidencial, De Gaulle dimitió. Los gobiernos de coalición que le sucedieron, formados por socialistas, radicalsocialistas y democristianos (MRP), eran abiertamente atlantistas, y en 1947 echaron a los comunistas, instalados por De Gaulle en el Gobierno, así como en los servicios públicos y otras instituciones estatales, la enseñanza, sin ir más lejos.
 
Aunque esté bien visto hoy, en Francia, despotricar contra la IV Republica (1945/1959), no lo hicieron tan mal como se dice, pero se enfrentaron con un peliagudo problema: el de la descolonización y sus guerras, en Indochina (hoy Vietnam) y, sobre todo, Argelia. Sus argumentos para mantener Argelia "francesa" no eran tan descabellados como se ha dicho, y aparte de los intereses y anhelos de la numerosa población francesa –o "galoargelina"–, afincada allí desde generaciones, los gobernantes franceses temían que una Argelia independiente se sumara al campo de los países árabes prosoviéticos, Egipto, Irak, Siria, etcétera, lo cual constituiría una catástrofe para Argelia y Francia, y una derrota para el campo democrático occidental, como así fue.
 
Resulta muy fácil, hoy, opinar que hubieran debido "acompañar" la inevitable independencia, en vez de oponerse con una guerra feroz. Una actitud inteligente hubiera, sin duda, permitido que Argelia permaneciera en el campo de los países árabes si no pro, al menos no antioccidentales, como Marruecos, Túnez, Jordania, etcétera. Fue De Gaulle, quien volvió al poder precisamente mediante la guerra de Argelia, el que concedió la independencia, pero con un cinismo absoluto y desastroso para los "harkis" y los "pies negros", y Argelia se fue hundiendo en el infierno de la guerra civil y la explosión del terrorismo islámico.
 
Pese a dicho cinismo, De Gaulle, concediendo la independencia a Argelia, logró presentarse como el líder autodesignado del Tercer Mundo, aliado de la URSS, enemigo de los USA (salvo cuando apoyó a Kennedy, en el momento de la crisis de los cohetes nucleares soviéticos en Cuba) y antieuropeo. Siempre se negó, por ejemplo, a que el Reino Unido formara parte de la UE.
 
Charles de Gaulle.Rompiendo con la política proeuropea (Tratado de Roma, Comunidad del Carbón y del Acero, etcétera) de los anteriores gobiernos, De Gaulle sólo concebía Europa como una alianza circunstancial entre naciones soberanas (no le faltaba razón) y a condición de que Francia sacara el máximo provecho, postura ultranacionalista que no podían compartir los demás países europeos, ni siquiera su "aliada" Alemania.
 
Como tampoco podían estar de acuerdo con su antiatlantismo a ultranza. Recordemos que si el socialista Ramadier expulsó a los comunistas del Gobierno, fue De Gaulle quien expulsó a las tropas norteamericanas, que, en el marco de la OTAN, tenían bases en Francia. Desde entonces, los sucesivos gobiernos y presidentes franceses no han logrado ni querido romper tajantemente con la política exterior gaullista, aunque la matizaran bastante. Reo de la dominación espacio/tiempo, me limitaré a señalar que Giscard y sus gobiernos (Pompidou no pasará a la historia por sus brillantes iniciativas diplomáticas) fueron menos antiyanquis, pero unos atlantistas muy moderados, y Giscard en Varsovia hizo el ridículo frente a Breznev, rajándose lamentablemente.
 
Lo mismo puede decirse de Mitterand: pese a haber colocado ministros comunistas en su Gobierno, fue menos prosoviético que De Gaulle, pero mucho más que Guy Mollet. Avanzaron, eso sí, mucho más que De Gaulle por el camino de la construcción europea, pero en el escenario internacional su política, con inevitables matices, se parece al clásico péndulo: unos y otros buscaron apoyo en los USA cuando la URSS amenazaba, y "amistad" con la URSS cuando los USA les molestaba, o así lo consideraban.
 
Hasta Chirac. Claro que, con la URSS difunta. Es el más catastrófico de los presidentes que ha conocido Francia, tanto en política interior como exterior; y, desde luego, no creo que ningún presidente francés, después de De Gaulle, se hubiera atrevido a una tal arrogancia, mala fe o insolencia antiyanqui y a un apoyo tan descarado a la tiranía iraquí. Pasará a la historia, como un Hugo Chávez suburbano.
 
Terminaré con una anécdota casi literaria: en la campaña a favor del "sí" a la difunta Constitución europea, se utilizaron, bien sabido es, los más peregrinos argumentos, y también el máximo de muertos ilustres. No podía faltar Victor Hugo en esa sopa boba, y por doquier se citó su "célebre" discurso, desenterrado para tan importante evento, sobre los Estados Unidos de Europa. Lo que nadie citó es que en ese discurso, que tuve la curiosidad de leer íntegro, el pésimo escritor pero honnête homme afirma que los Estados Unidos de Europa deben inspirarse en los Estados Unidos de América, y ser sus más fieles y fraternales aliados.
 
Eso no lo firma ni Chirac, ni Schröder, ni entra en la "alianza de los bárbaros y los bobos" que tanto entusiasmo a Goytisolo, Juan.
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