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Federico Jiménez Losantos

5. La apoteosis internacional y la reacción castiza

Las críticas que habitualmente se vierten sobre el Real Madrid valen para todo el fútbol contemporáneo, desde el tratamiento como estrellas de cine o de música pop de algunos futbolistas, su abrumadora presencia en la publicidad televisiva o el hueco que crecientemente ocupan en la prensa del corazón y sus aledaños televisivos rosáceos. De todo ello es ejemplo límite el de David Beckham, fenómeno dentro del fenómeno, pero uno de los aspectos fundamentales del Madrid “galáctico” es que se ha constituido en permanente generador de noticias por el mero hecho de estar permanentemente rodeado de micrófonos y cámaras. El Madrid es noticia por lo que hace y lo que no hace, gane o pierda, juegue bien o mal (no basta que gane), fiche o le fichen futbolistas, vaya donde vaya y pase lo que pase. Este Madrid ocupa un espacio abrumador en todos los medios, particularmente la televisión, pero también la radio y la prensa no deportiva, superando incluso la época dorada de Di Stéfano, tanto cuantitativamente —por el espectacular crecimiento de medios audiovisuales— como cualitativamente —porque al Madrid no le hace sombra mediática ningún club—. Lejos queda la rivalidad “entre iguales” que en España le oponía al Barça de Kubala (luego de Cruyff, Maradona, el “Dream Team”) o que, a escala europea, le colocó durante muchos años a un nivel igual o inferior al de otros clubes, fueran italianos como el Milán o ingleses como el Manchester United.

Todo eso ha terminado, de momento. Es posible que en un año, dos o tres los fracasos deportivos del Madrid oscurezcan su actual posición solar, pero siempre que otro club ocupe ese espacio central, deportivo y mediático, que tiene una dinámica propia, al margen de lo deportivo. Por ejemplo, a efectos mediáticos, la auténtica final de la Liga de Campeones 2002-2003 fue la eliminatoria entre el Madrid de Ronaldo y el Manchester de Beckham, que realmente ganó un soberbio Raúl en el Bernabéu y que refmachó espectacularmente Ronaldo con tres goles en Old Trafford, aunque luego el Madrid perdiera por 5-4 en lo que se ha considerado uno de los partidos más hermosos de todos los tiempos. Porque era el Madrid y porque era el Manchester. Luego el Real fue lastimosamente eliminado por la Juventus, pero ni la “Vecchia Signora” ni siquiera el Milán que después le ganó la Final ensombrecieron lo más mínimo el brillo mediático del Madrid. En el verano del 2003 la expectación futbolística no se centraba en Nesta o Maldini, sino en Hierro y Del Bosque porque se iban y Beckham porque llegaba. Hasta Makelele se convirtió en noticia porque se iba del Madrid... por dinero.

Una estrategia meditada y exitosa
Pero este predominio abrumador, exasperante del Real Madrid en los medios de comunicación no se ha producido por casualidad, sino que ha sido el fruto de una estrategia perfectamente meditada y que, además, se ha visto refrendada por el éxito. Los cuatro grandes fichajes de Florentino han producido siempre una espectacular catarata noticiosa en el sector audiovisual, que ha trascendido a la prensa no deportiva. La pauta la marcó el fichaje de Figo como parte inseparable de la llegada de Florentino Pérez a la Presidencia del Madrid, un acontecimiento que sobrepasó con mucho lo deportivo por la deliberada politización que impregna lo que haga o le hagan al Barça como porque podía suponer el fin de una época de casi un cuarto de siglo en el fútbol español, marcada por la incontestable hegemonía económica del Barcelona de Núñez, mientras el Madrid de Mendoza y Lorenzo Sanz, pese a ganar varias ligas y dos copas de Europa, yacía en clamorosa insolvencia y parecía cada vez más cerca de la quiebra.

Aparentemente, el fichaje menos resonante ha sido el de Zinedine Zidane, pero, visto en perspectiva, fue precisamente el que marcó la diferencia que el Madrid de Florentino se proponía establecer con los demás clubes europeos, empezando precisamente por la economía. La onerosísima adquisición del centrocampista de la Juve mostraba que el Madrid estaba realmente dispuesto, y no sólo por fastidiar al Barça, a reunir los mejores futbolistas del mundo, sin reparar en el precio y atendiendo sólo a su fama, calidad y espectacularidad. Zidane tardó medio año en cuajar y las críticas a Florentino por fichar a un jugador demasiado viejo y demasiado extraño fueron feroces. En el año de su centenario el Madrid perdió la final de Copa en el Bernabéu frente al Deportivo de La Coruña y la Liga frente al Valencia. Pero cuando Zidane marcó en Glasgow el impresionante gol que le dio la novena Copa de Europa al Madrid frente al Bayer Leverkusen, todos los madridistas dieron la temporada por buena y, a nivel internacional, nadie dudó de que lo del Madrid iba absolutamente en serio. Florentino pudo decir a sus críticos que había fichado a Zidane para que metiera un gol así. ¿Y quién podía contradecirle?

Sobre aquel triunfo deportivo del Madrid de Zidane (y de Figo, y de Raúl, y de Roberto Carlos y del otro héroe de Glasgow, el jovencísimo Casillas) se edificó el éxito mediático del fichaje de Ronaldo, que lo tenía absolutamente todo: había sido del Barça como Figo; le había dado a su país un campeonato del mundo como Zidane; y se empeñó en ir al Madrid pese al contrato y al empeño del Inter de Milán por mantenerle en sus filas, sobre todo una vez resucitado en Corea de la lesión que prácticamente lo había retirado del fútbol. Ronaldo llegaba, según dijo, para ser feliz en el equipo que mejor jugaba al fútbol y, para colmo, llegó de la mano de su rubia y encantadora esposa, la futbolista Milene Domíngues, que fue astutamente fichada por María Teresa Rivero para el Flan Dhul y el Rayo Vallecano y que, si bien tuvo que seguir jugando en la Liga Italiana, triunfó irresistiblemente en la televisión española, que es de lo que se trataba. Las críticas a Florentino por el fichaje de Ronaldo fueron feroces: estaba prácticamente cojo, estaba tremendamente gordo, no encajaba en el esquema del equipo y provocaba en el vestuario la sublevación de los amigos de Morientes, con Raúl a la cabeza. Había sido tan apabullante el éxito mediático del fichaje de Ronaldo que era casi, casi lógico esperar un cierto fracaso deportivo. Pues tampoco: salió en el segundo tiempo de un partido encarrilado y la primera pelota que tocó fue gol, y a los cinco minutos repitió. Aquello, se decía, sólo podía pasar en el Real Madrid, que, evidentemente, se había quedado con la exclusiva de los milagros, apariciones y prodigios del planeta del fútbol.

Ronaldo fue uno de los jugadores más brillantes y eficaces en la temporada 2002-2003, le permitió al Madrid jugar más retrasado fuera de casa manteniéndolo solo en punta y mostró una capacidad de gol absolutamente letal, tanto en la Liga de Campeones con su apoteosis en Old Trafford como en la Liga española, que sólo pudo ganar el Madrid a la Real Sociedad en el último partido, con dos goles... de Ronaldo.

El caso Hierro-Del Bosque: la reacción castiza contra Florentino
Podría pensarse que la emocionante conquista de la Liga 2002-2003 en el último partido, tras ganar al Atlético de Madrid en el Calderón y al Atlethic de Bilbao en el Bernabéu, en ambos casos con soberbias prestaciones de los “galácticos”, endulzaría la amarga eliminación en semifinales de la Liga de Campeones a pies de la Juventus, tras una desastrosa actuación de la zaga madridista y en particular de Fernando Hierro. Pero sucedió exactamente al revés. Salvada la temporada con la consecución del título nacional, se olvidó el fútbol y aparecieron las navajas. Apenas el equipo bajó al vestuario, tras saludar brevísimamente a una afición relajada y feliz que se encaminó a la Plaza de la Cibeles para festejarlo, todo saltó por los aires.

Todas las contradicciones, latentes o patentes, del club estallaron a la vez: el choque entre el clásico modelo paternalista heredado de Mendoza y Sanz y el nuevo modelo empresarial de Florentino, la tensa relación de los capitanes del club y del vestuario con el director deportivo Jorge Valdano, la desazón del entrenador Vicente del Bosque por lo que consideraba una forma predeterminada, injusta y desconsiderada de prescindir de sus servicios, la resistencia de los líderes nacionales del equipo frente a los fichajes “galácticos” y la de los conquistadores “pobres” de la Séptima y la Octava frente a los “ricos” de la Novena, que pese a haber fallado juntos en la Décima, adivinaban un trato muy distinto en la expiación del fracaso. Y mientras la afición esperaba a sus ídolos en una Plaza de la Cibeles por primera vez vallada para evitar los desmanes “vikingos”, y esperaba, y esperaba... los ídolos no llegaban.

El autobús de dos pisos, con el segundo descubierto para que los jugadores agitaran las bufandas y jalearan al público llegó una hora tarde, pero llegó. Por entonces no se sabía que las estrellas de los contratos de vértigo habían estado a punto de no ir siquiera a cumplimentar a su afición. Pero luego se supo eso y mucho más. Se supo que ya en la Supercopa de Europa se habían negado a dar la vuelta de honor al campo, que el vestuario se había declarado en guerra con buena parte de Occidente. La única guerra que trascendió esa noche de júbilo fue la de Raúl, Hierro y Guti, los capitanes, con el Ayuntamiento, que no les dejaba subirse a la diosa. La televisión autonómica, que tuvo una tarde técnicamente calamitosa, concedió o delató el lamentable protagonismo de Raúl, empeñado en hablar con el alcalde para que les dejase hacer lo que expresamente había anunciado que no iba a dejar. El comportamiento de niños o, mejor, niñatos mimados, insoportablemente envanecidos, que exhibieron los futbolistas del Madrid y muy particularmente los de casa, resultó tan estomagante como revelador. Pero nadie podía suponer que las cosas por dentro eran mucho más feas que por fuera. En la cena posterior al festejo la crisis desembocó en la no renovación del contrato de Hierro y Del Bosque y en el enfrentamiento con Raúl, al que el propio Florentino le dijo que con que pagase la mitad de la cláusula de rescisión podía irse del club inmediatamente. Hasta dos horas antes de lo previsto, los futbolistas se negaban a ir a la ofrenda ritual de la Copa a la Virgen de la Almudena y la entrega al Ayuntamiento, para saludar desde el balcón a la afición. Sin dormir, acabaron yendo... casi todos. Ronaldo se durmió.

Pero pronto empezó a trascender la gravedad del enfrentamiento, la magnitud de la crisis y la fulminante salida del entrenador y del capitán. La mayor parte de los medios aceptaban la de Hierro pero no la de Del Bosque y, por primera vez, una decisión estratégica de Florentino fue mayoritariamente criticada. Era la reacción castiza, era una crisis inevitable si se quería cambiar de verdad la estructura y la política institucional del club. Pero su significado es demasiado profundo como para hablar de ella en pasado. Si se analiza a fondo, se verá que todavía la puede perder Florentino.

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