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Federico Jiménez Losantos

Aznar, una solución que puede convertirse en problema

La entrevista de Efe a Aznar, que de pura obsequiosidad parece la entrevista de Aznar a Efe, deja en el lector un sabor agridulce, como todo lo que viene haciendo el presidente del Gobierno desde el formidable logro de la mayoría absoluta. Al margen de los aspectos positivos de su política de Gobierno (datos económicos, lucha antiterrorista, plan hidrológico, ley de extranjería), justamente resaltados por el Presidente, y de los negativos (descrédito total de la Justicia, escándalo del golpista Calderón al frente del CESID, ruina de RTVE y los medios de comunicación públicos, concentración de medios privados auspiciada por el propio Aznar, falta de reglas y de competencia en la economía) meticulosamente eludidos por el entrevistador, hay algo que sobrevuela todo lo que dice el Presidente y que gravita sobre todo cuanto hace: su futuro y el de su partido, o lo que es lo mismo: su sucesión.

Aznar prefiere insistir en la chulería pujolista de que "ahora no toca" abordar ese asunto. Estupidez abocada al fracaso, porque sólo faltaría que el Gobierno dictara cuándo y de qué tienen que preocuparse los ciudadanos. Basta con que lo pretenda para que la gente vaya por el camino contrario. ¿Dice el Poder que no hay que preocuparse? A preocuparse. Sano reflejo defensivo, genuinamente liberal, que no debería sorprender al Presidente. Pero en rigor, quizás lo peor en esta autoentrevista es que en las explicaciones inevitables sobre la sucesión, Aznar empieza a mezclar tres cosas: lo que llama "su personalidad atípica", la novedad de que no aspire a la Presidencia en 2004 y esa manía creciente de convencernos de que no tiene "apego al poder". Si no tuviera una relación tan especial, por no decir tan enfermiza, con el Poder, no habría llegado a suceder a Fraga, ni a ocupar la Moncloa, ni a la mayoría absoluta ni, por supuesto, estáríamos ante el lío de su sucesión.

Eso de aguardar hasta el último día para designar sucesor es una prueba de lo que disfruta ejerciendo el Poder, no de otra cosa. En realidad es un alarde típico de su atípica personalidad, de los que a veces tienen buen final y otras acaban como el Rosario de la Aurora. Buen final tuvo su empeño en acabar la legislatura. ¿Pero y lo de Asensio, Villalonga, Repsol, Endesa, TVE y otros éxitos de su intuición? ¡Ah, cómo está prosperando el incipiente dogma de la infalibilidad de Aznar en las argumentaciones del propio Aznar!

La cuestión de fondo es que a menos de tres años de su salida de la Moncloa, el liderazgo de Aznar que fue una solución para la derecha española y es una gran solución para la política nacional, va camino de convertirse en un problema. Para su partido, grave. Para España, que como bien dice Aznar no tiene en el PSOE una alternativa fiable, gravísimo. Afortunadamente, no es un problema sin solución. Bastaría con que Aznar dejara de hacerse el interesante y definiera los mecanismos para elegir sucesor que el PP no tiene, no ha tenido nunca, ni él ha querido que tenga. Bastaría con que se creyera la imagen que un día transmitió a la sociedad española: la de un español corriente que buscaba gobernar con sentido común y hacer las cosas que la nación necesitaba. Ahora, España necesita que aclare democráticamente su sucesión. Ahora, porque si tarda demasiado, será demasiado tarde. Incluso para él.

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