Menú

No hay duda: la única reforma constitucional inaplazable es que haya elecciones municipales todos los años y autonómicas, e incluso generales, cada dos, mínimo. Es la única manera de que los políticos recuperen el respeto debido a los ciudadanos, para ellos simples contribuyentes cuando no buscan su voto, y de que los problemas más serios de la economía nacional se aborden con velocidad directamente proporcional a la cercanía de las urnas. Tras el alegrón que el PP ha dado a la clase media con la retirada del impuesto de sucesiones, Cascos anuncia ahora una liberalización del suelo para facilitar la construcción de más viviendas y más baratas, o por lo menos no más caras.

En teoría, pasado mañana podría alcanzar un acuerdo con el PSOE en ese sentido, pero no es probable y ni siquiera sabemos si es aconsejable. Los apaños entre los dos grandes partidos suelen ser monumentos a la hipocresía, días de mucho y vísperas de nada. La realidad no se compadece con las propagandas del consenso. Pero la realidad electoral sí anima, en cambio, al valor político. Aunque nos habría gustado ver a Cascos menos ligado a la vivienda de protección oficial, todo lo que sea descongestionar ese tapón de botella institucional que padece la vivienda en España será mejor que la terrorífica situación actual. Y como está claro que hay ahí un filón de votos, los políticos se lanzan de cabeza a por él. Con Cascos, por lo menos, el chichón está asegurado. Por lo menos, que lo intentará. Si no hubiera elecciones, no se le habría ocurrido siquiera. Así que, lo dicho: municipales al menos una vez al año. Hasta las zanjas, sepulcros de la incuria de los ayuntamientos, se cierran como por ensalmo. Semejante milagro merece culto devotísimo.

En Opinión