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Federico Jiménez Losantos

Casado: mucho más que una ilusión, algo menos que un proyecto

Va a tener que probar su fibra ética en el terreno menos propicio para la dignidad: sobrevivir en un terreno mediáticamente hostil, el creado por Soraya contra el PP.

Va a tener que probar su fibra ética en el terreno menos propicio para la dignidad: sobrevivir en un terreno mediáticamente hostil, el creado por Soraya contra el PP.
El nuevo presidente del PP, Pablo Casado. Cordon Press

Para valorar en toda su importancia la victoria de Pablo Casado sobre las arenas movedizas de la burocracia marianil, que son algo más y peor que la boya que flotaba sobre ellas, impostando mucho la voz y ahuecando mucho la nada, empeñada en celebrar enfáticamente haberse conocido y en que compartiéramos su gozo, imaginemos cuál sería hoy el futuro del PP de ganar Soraya. Tranquilos, no ha sido un sueño, perdió. Sólo imaginémoslo.

Imaginemos, además, cuál sería el futuro de la derecha constitucional con Soraya al frente del PP. Qué apoyos tendrían el Rey y los partidos que defienden sin ambages a la Nación y la Constitución -C´s, Vox, UPyD- de haber ganado el congreso la defensora del diálogo ante el golpismo catalán. El frente constitucional, con los jueces a la cabeza, estaría hoy de luto. Y de la debilidad intelectual, no sólo ideológica, de ese globo infatuado, ayuno de una mínima capacidad oratoria, no se habrían aprovechado, como suele decirse erróneamente, Ciudadanos y Vox, sino Sánchez y los separatistas.

Una campaña-relámpago de tres semanas

Con Casado, en sus propias palabras, "ha vuelto el PP". ¿Estarían más preocupados la izquierda y los separatistas si no hubiera vuelto? No. Y sólo por eso, en cuanto empiece la guerra sucia contra él, o sea, anteayer, hay que apoyarle. Pero si Casado quiere recuperar un PP a la altura de los retos de España en 2018, que no son los de 1996, 2004, 2008, 2011, 2015 o 2016, sino distintos y más graves, no le basta con mejorar el PP de Rajoy y Soraya. Debe abordar todo lo que Aznar dejó por hacer, que en materia de lengua, justicia, educación y medios fue, sencillamente, todo. O sea, lo que hoy vemos más urgente que nunca. Sin una política de medios, de defensa de los derechos del español, de la libertad e igualdad de los españoles ante la Ley, de nada sirve el PP y de poco servirá la ilusión que ayer hizo nacer en muchos corazones españoles su extraordinario triunfo en el congreso. Pero España no necesita que vuelva sin haberse ido el PP de Rajoy, ni tampoco el PP de Aznar. Lo que España necesita es el PP de Pablo Casado.

Y aquí debo referirme al milagro, o si se prefiere un concepto más laico, al prodigio de la campaña del nuevo presidente del PP, que empezó sólo tres semanas antes de su éxito y cuando nadie, absolutamente nadie, le concedía la menor posibilidad de ganar. Todo empezó en la entrevista en La mañana de esRadio del 28 de Junio. Algunos pensaban que estábamos ante la hábil campaña de supervivencia de un político al que la demagogia periodística quería enterrar en la fosa de Cristina Cifuentes. Los optimistas, que Casado quería poner una pica liberal en el Flandes socialdemócrata que, con toda probabilidad, se iba a imponer en el Congreso y a estrellarse en las municipales y europeas de Mayo, momento en que la crisis del PP le daría la oportunidad de presentar una alternativa al discurso carquiprogre. Lo que nadie esperábamos es que Casado, tras saludar fuera de micrófono con un sorprendente "me he quitado la faja", expusiera de forma ordenada, clara, contundente, elocuente, apabullante, todo un programa de Gobierno.

El problema de Casado no es de ideas

He entrevistado muchas veces a Aznar en la Oposición y en el Poder, y a Rajoy, como ministro, vicepresidente, candidato a la Moncloa y como líder de la Oposición a Zapatero. También a Fraga, en su época de líder de AP y como candidato y luego presidente de la Junta de Galicia. Incluso a Antonio Hernández Mancha en su breve estadía al frente del PP, con el que Casado tuvo un detalle durante su discurso que me pareció muy merecido. Pues bien, ninguno de ellos se acercó siquiera a la brillantez y contundencia del discurso de Casado esa mañana en la que se estrenó como líder político. Creo que sus mimbres intelectuales no tienen mucho que envidiar a los de Aznar ni, en un registro menos académico, a los del propio Fraga, aunque citar atinadamente a Donoso Cortés hubiera hecho feliz a Don Manuel.

El problema de Casado no será intelectual, sino moral, no de ideas, sino de actitud personal. Va a tener que probar su fibra ética en el terreno menos propicio para la dignidad: sobrevivir en un terreno mediáticamente hostil, el creado por Soraya contra el PP (siempre supo, con razón, que el partido no la quería, por eso lo hizo todo contra él) y con un partido que está o estaba electoralmente aterrado, más preparado para sobrevivir en la Oposición, a la andaluza, que para disputar en serio el poder a la Izquierda. Para rehacer esa costumbre de luchar no basta la ilusión, falta el proyecto.

La perdida costumbre de luchar

Casado propone un rearme ideológico, dar la batalla a la Izquierda en el terreno de los valores y las ideas, es decir, en el terreno de los medios que han abandonado no sólo Rajoy y Soraya sino también Aznar desde el año 2000, con aquella Internacional Centrista mexicana que hoy da mucha vergüenza recordar. Es verdad que Aznar hizo gala de tener ideas, aunque muchas, no todas, las rindió a la comodidad del poder y a la mayoría las democristianizó hasta desliberalizarlas. Y nadie olvida que Rajoy presumió incluso de esa emasculación intelectual, repitiendo la obscena letanía de "la economía es lo único importante", que hubiera ruborizado a López Rodó.

Pero hay problemas ideológicos que responden a nuevas realidades sociales y que apenas existían en tiempos de Aznar: inmigración ilegal, islamismo radical, discriminación sexista legalizada, guerracivilismo educativo, etc. Y el peligro de esos conflictos es que su fuerza no es sólo política sino invasoramente mediática. Las fake news son news. Se trata de la creación ideológica de problemas eminentemente virtuales, que afectan a lo imaginario, al terreno de los prejuicios y sentimientos, no al de las ideas, pero con un efecto político letal. Todo está por hacer en ese ámbito, que es, en lo periférico, el mismo de la educación. El feminismo, la xenofobia o la defensa del Estado de Derecho frente al golpismo separatista son debates a los que el PP ha estado voluntariamente ajeno, a merced de la izquierda. Lo primero que necesitará Casado, si quiere ser fiel a su palabra y su ambición, es recuperar los grupos de pensamiento liberal y conservador que, como recordó en la entrevista auroral, han nacido en estos años al margen del PP.

España y el español, irrenunciables

En fin, muchas son las tareas que tiene por delante Pablo Casado. Sólo hay una a la que no puede fallar por muchas conveniencias de partido que, inevitablemente, le obligarán a matizar, negociar o demediar sus ideas: la de España como ámbito de ciudadanos libres e iguales, donde todos los niños puedan estudiar en español, vivan donde vivan y donde a nadie se le pueda agredir o discriminar sin que el PP o el Poder que controle use del máximo rigor legal contra los que han hecho del atropello de España y lo español una costumbre. Peor aún: un negocio que ha subvencionado el PP.

Dijo ayer Pablo Casado, en un discurso de menos enjundia que el de esRadio, pero más adecuado a la circunstancia, que en la vida se ofrecen dos caminos: el difícil y el cómodo. Ojalá esté dispuesto a seguir el de la incomodidad, que es el de la Libertad. Por el otro, serpeaba mejor Soraya.

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