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Federico Jiménez Losantos

Casado quiso tapar el desastre electoral con el deshonor judicial; tiene el deshonor y agrava el desastre

El problema de fondo del PP de Pablo Casado es el clásico de la Derecha: fundan su legitimidad en la aceptación por la Izquierda.

El problema de fondo del PP de Pablo Casado es el clásico de la Derecha: fundan su legitimidad en la aceptación por la Izquierda.
García Ejea y Casado en el Comité de Dirección del PP. | EFE

Hay quien dice que Churchill nunca pronunció la célebre frase “entre el deshonor y la guerra, elegisteis el deshonor; tenéis el deshonor y tendréis la guerra”. Desde luego, no está en su discurso de 5 de 0ctubre de 1938, en respuesta al canciller del Tesoro John Simon, que pedía el apoyo a la política de Chamberlain tras el pacto de Munich. Pero, sin duda, ése es el espíritu del discurso, del que recomiendo el resumen en la web Diálogos del Duero, al hilo de la capitulación en Cataluña. Vale la pena leerlo, en inglés o en español, en Google, antes de que lo borren por incitar al odio. Volveremos a él, porque parece escrito para España en esta hora menguada. 

Abrazarse al que se debe evitar

Pero a ese espíritu de rendición para salvar los muebles tras la humillante derrota en Cataluña ante Vox, una pelea buscada por él y por la que aún le aplauden los que odian al PP, se acogió Casado, volviendo al reparto con el PSOE de los despojos de la independencia judicial, en el CGPJ. Antes, quiso salvar los muebles domésticos abandonando la casa del partido durante 30 años, con el argumento de que está siendo investigada. Si esa fuera razón suficiente, él debía haber dimitido por lo de su master, llevado también a los tribunales por sus ahora amigotes de timba judicial. 

El espectáculo de Teodoro convertido en mozo de cuerda y con una cómoda a cuestas, buscando piso por Madrid, es divertido, pero seamos serios: el PP buscó salvarse tras el derechazo de Vox, no como dice algún adicto al boxeo, abrazándose al que lo dejó tambaleante, Abascal, sino a dos que no libraban esa pelea: Big Fraud SánchezKid Tunante Iglesias. La táctica de abrazarse al que te ha dado un golpe tan duro que necesitas tiempo para recuperarte es vieja como el boxeo mismo. El error de Casado y su rincón de opinadores centristas, enemigos de la derecha real, es que, tras buscar el cuerpo a cuerpo con Abascal, se abrazó a Sánchez. Es como si en el famoso Carrasco-Velázquez, alguno se hubiera abrazado al árbitro. 

Antecedentes de la claudicación 

El problema de fondo del PP de Casado es el clásico de la Derecha: fundan su legitimidad en la aceptación por la Izquierda. Y, como es natural, la Izquierda exige esa renuncia que les enajena su base social y además un papel subalterno en la estructura de poder que en ese momento disfrute. No lo consiguieron del todo con UCD, aunque el Estado de las Autonomías provenga de los complejos de la izquierda ante el nacionalismo y de la derecha ante la izquierda. Lo consiguieron del todo con la Coalición Democrática cuyo núcleo era la AP de Fraga, al que coronaron Jefe de la Oposición sabiéndolo incapaz de poner en peligro el Poder de la Izquierda. Y ayudó mucho a ese propósito el análisis de las termitas democristianas, según el cual España es y será siempre de Izquierdas y el nacionalismo catalán y vasco no es separatista, sino negociante de ventajas económicas, por lo que la derecha españolista debería ceder su espacio a la separatista. De ahí el impulso d Fraga a formaciones regionalistas en Valencia y otras regiones, para disputar el voto a los nacionalistas en sus propios términos. Lo que abolía, por principio, el valor de la unidad nacional en el partido. 

Con Aznar cambió ese análisis, y se buscó un partido nacional en el que cupieran diversas tendencias, sin discutir la unidad, es decir, al Jefe. Pudo ser una recuperación del valor de lo español, que exigía luchar contra la inmersión lingüística y otros abusos del separatismo, y el PP no lo hizo. La sumisión total al dominio izquierdista durante el felipismo, el PRISOE, la encarnó Gallardón como alternativa a Aznar. La elección de Rajoy mostró que Aznar buscaba más la unidad del partido que una idea nacional. Y tras el 11M y la primera legislatura de Zapatero, con la oposición real de Zaplana en el Congreso y de Acebes en Génova 13, con Cayetana al lado, llegó la rendición en 2008 de Rajoy, que, en su célebre discurso de Elche, telón del Congreso de Valencia, echó del PP a “liberales y conservadores”. El partido, mera agencia de colocaciones, facilitó el auge de Ciudadanos y, tras su cobarde actuación en 2017 frente al golpe en Cataluña, el de Vox

La crisis económica de 2009 llevó a Rajoy al Poder en 2011, con mayoría absolutísima. En su campaña prometió abolir la Ley de Memoria Histórica y la de Violencia de Género, y, como prometió pero no cumplió Aznar, recuperar la independencia judicial aboliendo la LOCGPJ del 85. Es decir, volver a lo que manda la Constitución: 12 elegidos por los jueces, 4 por el Congreso y 4 por el Senado. La aceptación de esa ley por el Tribunal Constitucional se subordina a que no se hiciera lo que cabía temer: que los partidos convirtieran el CGPJ en mera traslación de su poder electoral. Es lo que ha pasado, luego es anticonstitucional lo perpetrado desde 1985. 

El impulso político puede devolvernos a la Constitución. Y Rajoy en su discurso de investidura y Gallardón en su primer discurso como ministro de justicia lo dejaron claro: “Vamos a acabar con el obsceno espectáculo de unos políticos que eligen a los jueces que pueden juzgar a esos políticos”. A los pocos meses, la solemne promesa se archivó y el PP todavía agravó el modelo del PSOE. Quedó el análisis: los políticos eligen a los jueces del CGPJ para que, si los juzgan, los suyos actúen como abogados, no jueces. Y a ese modelo se ha plegado Casado tras prometer lo contrario, buscando el aplauso de los medios progres, que llaman “moderación” a la rendición. Como ha contado Ketty Garat, el engaño de Sánchez e Iglesias al PP es total, y vuelve el chantaje previo a las elecciones catalanas: “O tragáis a los comunistas De Prada y Rosell o los nombramos en el Congreso cambiando la mayoría de dos tercios por mayoría simple. ¡Qué adolescentes sois!”. Y así acaba el intento de Casado de tapar la ruina electoral con el deshonor judicial: con el deshonor judicial absoluto y con la ruina electoral agravada. Tome nota Vox para no jugar al bloqueo en el Congreso. Esto es muy serio. 

El deshonor arruina la libertad de expresión 

Volvamos a Churchill, y a su discurso. Lo más importante y olvidado es, a mi juicio, lo que dice sobre la libertad de expresión en los políticos y los medios de comunicación, arrastrados a secundar el derrotismo político: 

En muy pocos años, quizás en unos pocos meses, nos enfrentaremos a exigencias que sin duda seremos invitados a cumplir. Esas demandas pueden afectar la entrega de territorio o a la entrega de libertad. Preveo y pronostico que la política de sumisión traerá consigo restricciones a la libertad de expresión y debate en el Parlamento, en las plataformas públicas y en los debates en la prensa, porque se dirá, de hecho, lo oigo decir a veces ahora, que no podemos permitir que el sistema de dictadura nazi sea criticado por políticos ingleses comunes y corrientes. Luego, con una prensa bajo control, en parte directa pero más poderosamente indirecta, con todos los órganos de la opinión pública dopados y cloroformados en consentimiento, seremos conducidos a lo largo de etapas posteriores de nuestro camino.

Desde que cayó el Muro y Aznar hizo del PP la gran fuerza de la Derecha, he denunciado ese deslizamiento de una hegemonía electoral, apoyada, como lo fue Chamberlain, por la opinión pública, a la dictadura mediática. En La ilustración Liberal y Libertad Digital publiqué el Viaje al centro de la nada en 1999; y anuncié el “invierno mediático” que nos aguardaba si el PP ahogaba el proyecto liberal en el aguachirle centrista. Eso fue antes de que el PP perdiera el Poder, tras la tragedia del 11M en 2004. Pero el problema de fondo es el mismo que plantea Churchill en los aciagos días en que Gran Bretaña prefería el deshonor a la guerra. Cuando se aceptan los términos de un enemigo que busca destruirnos, es fatal que acabemos haciendo nuestros esos términos, que interioricemos nuestra derrota y que ataquemos a los políticos o a los medios que no lo hagan. Eso está pasando con Vox y con los medios que criticamos la sumisión del PP y Ciudadanos al plan social-comunista. Sin embargo, a veces no cabe más que luchar, porque no hacerlo es peor que la derrota. 

El discurso impopular de Churchill 

Volvamos al discurso de aquel hombre viejo, alcohólico y casi solo ante una cámara que respaldaba casi en bloque el acuerdo de Chamberlain:

"No guardo rencor a nuestra gente (…) por el estallido natural y espontáneo de alegría y alivio cuando supieron que por el momento ya no se les exigiría la dura prueba; pero deben saber la verdad. Deben saber que ha habido gran negligencia y deficiencia en nuestras defensas; deben saber que hemos sufrido una derrota sin guerra, cuyas consecuencias nos acompañarán a lo largo de nuestro camino; deben saber que hemos pasado un hito terrible en nuestra historia, cuando todo el equilibrio de Europa se ha trastornado, y que, por el momento, se han pronunciado las terribles palabras contra las democracias occidentales: "Fuiste pesado en la balanza y encontrado falto." Y no supongáis que es el final. Es solo el comienzo del ajuste de cuentas. Es sólo el primer sorbo de una copa amarga que se nos ofrecerá año tras año, a menos que, mediante una recuperación suprema de la salud moral y el vigor marcial, nos levantemos de nuevo y defendamos la libertad como en los antiguos tiempos.” 

Siempre acabamos pidiendo libertad 

¿Qué tiempos eran aquellos en el que el PP y, antes y después, otros partidos de la derecha, e incluso de la izquierda, defendían la libertad? ¿Alguien los recuerda? El grito de “¡Libertad!” sonó en 2017, en el triunfo de Arrimadas. Y años atrás, en aquel “¡Toma tres, Tevetrés!” de Rivera. Y, antes, en el ascenso de Vidal Quadras; en el millón de votos de Aznar; en la última noche triunfal del PP con Sánchez Camacho. Y tras perder tantas veces lo ganado, en el último acto de Vox de las elecciones catalanas oímos el grito de siempre, el único: ¡Libertad! ¡Libertad!  ¿Cómo hemos podido olvidarlo tantas veces? ¿Cuántas veces más tendremos que recordarlo? 

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