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Con absoluta frialdad, como si la retirada del que quizás tenía más razones que nadie para aspirar a sucederle en la Moncloa fuese un asunto en el que él, su presunto mejor amigo, no tuviera nada que ver, Aznar ha dicho que la retirada de Rato "no le coge de sorpresa" y "no le produce ninguna alteración de planes". Sin duda, es coherente el destrozo personal y político de uno de sus delfines con la voluntad de producirlo. Pero ¿por qué se empeña el Presidente del Gobierno y del PP en hablar de que la sucesión se hará "según las normas" cuando no hay más norma que su santa voluntad?

No, no hay ninguna norma para elegir sucesor salvo la de su capricho. Y eso no es ni puede pasar por ser una norma. No existe un mecanismo por el que el partido pueda aceptar o rechazar al sucesor porque eso implicaría poder elegir, y esa posibilidad se le niega de plano al PP. Un partido no puede elegir cuando nadie se puede presentar como aspirante a ser elegido y esa es la situación del PP en el embrollo de la sucesión controlada, cerrada, bloqueada y declarada secreta por el Sucedible.

Rato no se va o se quita de enmedio porque haya normas, sino por que no las hay. Y Aznar no puede hablar de que la elección de candidato se hará cuando las normas del partido lo determinen, porque esas normas no existen y él además impide que existan.

Sería muy fácil establecer ahora, con tiempo, esas normas. Pero eso supondría introducir un elemento objetivo al margen de la pura voluntad personal, algo que no se contempla, para desgracia del PP y de la democracia española en lo que Lucas ha definido de forma insuperable como "un proyecto político llamado José María Aznar".

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