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Federico Jiménez Losantos

Cómo tener razón y no acertar

Aznar tiene razón en su respaldo a las tesis de coherencia y contundencia contra Irak. Tiene razón en defender una legalidad internacional creíble, es decir, una situación en la que los aventureros militaristas y los dictadores contumaces no tengan la menor seguridad de sacar partido político o material con sus fechorías, antes al contrario. Tiene razón en situar a Europa, como la inmensa mayoría de los países de la UE y la OTAN, junto a los Estados Unidos y no enfrente, como pretenden Francia y Alemania. Y tiene razón, en fin, al entender que la lucha contra el terrorismo nacional e internacional, sobre todo después del 11-S, pasa por una permanente movilización política, policial y militar a escala mundial. España debe estar en esa línea y aliada a la primera potencia del mundo de forma cada vez más estrecha, cosa que redunda en la mejora de las relaciones con Marruecos. No es casualidad que cuando España adquiere un papel protagonista junto a los USA vuelva el embajador alauíta. No lo habrá convencido precisamente La Voz de Abdelkader.

Pero Aznar no está acertando en la explicación de sus razones. A pesar de que parlamentariamente haya destrozado a Zapatero, tardó varias semanas en decidirse a dar la cara, con lo que una oposición lanzada de cabeza a la pancarta y al pasacalles demagógico ganó demasiado tiempo y terreno en la opinión pública. Y sobre todo está perdiendo escandalosamente la batalla en los medios de comunicación, con lo que eso represnta para una política que consideramos la más acertada para los intereses nacionales. En el contencioso iraquí, el Gobierno carece del más mínimo respaldo por parte de los medios oficiales. RNE y TVE son los agentes ideológicos más eficaces de las posturas antisemitas y antiamericanas, seguidas de cerca por Tele5 y por Antena3, por muchas confesiones con Buruaga que escenifique el presidente. En los demás medios, las opciones se reparten por programas, firmas y hasta días, pero es evidente que los dos periódicos supuestamente más aznaristas, La Razón y El Mundo, han decidido aprovechar el momento para cultivar su posible clientela, por la extrema derecha o por la extrema izquierda, sembrando el desconcierto en la propia base electoral del PP. Desconcierto y caos que las encuestas revelan. Ninguna batalla de imagen y, sobre todo, de ideas puede ganar con los medios de comunicación en contra. Sobre todo aquellos que suelen ser incondicionales aunque no incondicionados.

Como de costumbre en el ámbito de la comunicación, la filigrana suicida la está bordando de nuevo Aznar cediéndole, a cambio de nada, una nueva parcela al latifundio interminable de Polanco. Con la guerra en ciernes, el Imperio hace como que modera su periódico mientras la SER aporrea el parche y el resto del Imperio se apunta al bombo antiamericano. Con los actores ya hicieron de sobra y, por supuesto, ni un solo lector de El País (donde hasta Vargas Llosa, tras alinearse en el frente anti-Sharon se ha apuntado al carro anti-Bush) y ni un solo oyente de la SER hallará motivos para cambiar de opinión y apoyar al Gobierno, pero se ve que a los centristas les encanta sentir cómo el verdugo, de vez en cuando, los azota menos. Ese aparente zigzagueo prisaico tiene una razón muy a la vista: cambiar la legislación de TV local para permitirle conservar la red ilegal Localia, fechoría anunciada por Piqué y ratificada por Cebrián, o viceversa. El balance global es que, en el panorama mediático diseñado por el propio Aznar, con la eficaz asistencia de los vicepresidentes y Piqué, por mucha razón que tenga el Gobierno y por muchas razones que trate de dar, no tiene quien las quiera entender y, mucho menos, difundir.

Si a eso se le añade el desastre diplomático de la ministra De Palacio y la improvisación que impera en el Gobierno en materia de política exterior, como lo prueba el disparatado y contraproducente viaje al México arrugado de Fox, el balance es, simplemente, desolador. Hace tanto tiempo que Aznar renunció a defender valores y principios que los que se supone deberían ayudarle en este momento particularmente grave de la vida nacional e internacional, lo han dejado solo. A su lado, que no con él, estamos los pocos que hemos defendido siempre unos principios liberales y nacionales al margen de las coyunturas y los gobiernos.

En política hay que tener razón y acertar a defenderla. Aznar la tiene muchas veces pero no acierta casi nunca. Optar por la política frente a la ética tiene un problema para los políticos arrendados a la amoralidad: cuando se pretende volver a la ética no se entiende su política. Es el caso.

En España

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