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Cuando todos daban por hecho que Rajoy procedería a una inmisericorde poda generacional en la cúpula del PP, cuando era casi un lugar común entre los analistas políticos que ninguno de los grandes personajes de las dos legislaturas de Aznar repetirían en el posible gobierno de Rajoy, cuando el nombramiento de Elorriaga se interpretaba de forma casi unánime como el acceso del segundo nivel de cargos populares a la primera fila de la responsabilidad y del telediario, zas, la sorpresa: Rato, número dos por Madrid. Esto sí que es continuidad. Y menos mal que ya sabemos que Mayor Oreja va de número uno por Vizcaya; si no, podríamos pensar que la lista de Madrid iría encabezada por los tres candidatos presidenciales barajados por Aznar, que tampoco hubiera sido mal gesto. En todo caso, y aunque las quinielas ministeriales van a empezar a hacerse antes incluso de las elecciones, lo que parece, aunque en política muchas veces las apariencias engañan, es que Rajoy piensa seguir contando con la actual generación dirigente de la derecha española, o por lo menos que no va a jubilarla por decreto. Y no hay decreto más implacable que la confección de las listas electorales.
 
En rigor, después del golpe de estado civil intentado por la izquierda con la excusa de la Guerra de Irak que tanto aunque tan involuntariamente ha favorecido la unión sin fisuras de la derecha sociológica y política, el proceso de sucesión de un Aznar sencillamente admirable ha resultado modélico; los dos candidatos preteridos han encajado disciplinadamente la elección de Rajoy; y el que se suponía que iba a tener peor perder, Rodrigo Rato, ha mostrado tal deportividad y tan buenas maneras en el trance, que casi podríamos decir que se había ganado esta deferencia por parte del candidato a la Moncloa. Pero en política no suele recompensarse el mérito y raramente se premia la virtud. Habrá que convenir, por tanto, en que Rajoy ha tenido un gesto tan generoso con Rato como consigo mismo, porque, como bien se cuidó de señalar en su discurso, la mera comparación del proceso de elección y de la personalidad elegida para escoltar al candidato presidencial en el PP y en el PSOE es humillante para Zapatero y hasta para sus votantes. Entre la nada, aunque adinerada, y el símbolo del mejor funcionamiento económico de España en muchísimos, muchísimos años, no es que haya diferencia, es que ruboriza sólo plantearla. En fin, es difícil hacerlo peor que el PSOE y  mejor que el PP. Otra cosa es que los electores sepan o quieran apreciarlo.
 

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