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Federico Jiménez Losantos

De Franco a Rociíto: la refundación de Pablo Iglesias y su proyecto comunista

Si Ciudadanos logra grupo parlamentario en la Asamblea de Madrid, podríamos volver a ver a Pablo Iglesias como vicepresidente del Gobierno de Madrid.

Si Ciudadanos logra grupo parlamentario en la Asamblea de Madrid, podríamos volver a ver a Pablo Iglesias como vicepresidente del Gobierno de Madrid.
Pablo Iglesias con parte de su equipo | EFE

El balance de los catorce meses de Pablo Iglesias en la Vicepresidencia del Gobierno es tan desastroso como avanzó ayer el resumen de Libertad Digital. Pero lo grotesco de ver a este heraldo de la pobretería atacando a los ricos desde el casoplón de Galapagar no debe hacernos olvidar dos cosas: una, que la coherencia intelectual no rige con los comunistas; otra, que lo malo para la sociedad es bueno para su proyecto político. Cuanto peor le vaya a España, más cerca estarán de imponer su modelo dictatorial. Que Iglesias ha sido un pésimo gestor, con evidentes responsabilidades criminales en la gestión de las residencias de ancianos, y que los ministerios podemitas, desde el de su favorita personal al de la  favorita política hayan sido modelo de incompetencia, demagogia e irresponsabilidad, está claro. ¿Y qué? ¿Desde cuándo le ha importado a un comunista en el Poder el bienestar de la gente? Al revés: todas las dictaduras comunistas se han erigido sobre el principio de la guerra civil y la penuria, las dos excepcionalidades que, como Iglesias ha dicho, son necesarias para el triunfo comunista. 

Pandemia, ruina y “Memoria Histórica” 

La pandemia le brindó la ocasión de saltarse la legalidad; el guerracivilismo del PSOE, que complementa el suyo, le añadió otra mayor: blindar una nueva legitimidad basada en algo tan arbitrario como la Memoria Histórica. Pero cuando asaltaron la tumba de Franco, Iglesias no estaba en el Gobierno y sí en el Poder, en especial, el mediático. Y la ruina por la desastrosa gestión de la pandemia favorece su proyecto de una sociedad dependiente del Estado, que no le dejará liberarse de esa amable tiranía. A Caracas vía Buenos Aires. Si Iglesias hubiera podido manipular unos cuantos desastres más -inundaciones, incendios, terremotos- hubiera sido mucho más feliz. Pero nadie podría decir, dejando aparte su salida del Gobierno, que ha sufrido. 

Al contrario, desde su toma de posesión, todos los ataques a la propiedad, que es la piedra angular del comunismo, junto al rechazo a la legalidad, llevan su sello. Prohibió el despido laboral, legalizó el asalto de pisos, y presumió de lo único que quiere presumir un comunista: una Ley de Dependencia. El primer vagido de la criatura lo exhaló Yolanda Díaz. ¡Qué feliz anunció que ya había cuatro millones de españoles ayudados por el Estado, aunque para ello tuvieran que haber ido antes al paro! Luego supimos que esas ayudas no llegaban. ¿Pero desde cuándo para un comunista es más importante la realidad que la propaganda?  

La adecuación a la realidad como criterio para establecer lo verdadero o falso repugna a la ideología comunista. No es que para ella, desde Lenin, todo sea relativo y su valor dependa de los intereses de partido, es que esa relatividad de partido es el único valor absoluto, y lo es siempre. A muchos les sorprende que Iglesias mienta con tanta desfachatez. No entienden que un comunista, en realidad, no miente: interpreta, tanto en el sentido teatral, y por eso exagera, como en el político, y por eso niega la evidencia. Lo vemos con su financiación ilegal: les pillan una y otra vez y siempre dicen lo mismo: que nunca les han pillado, siempre los han absuelto y los tribunales siempre les dan la razón. Al tiempo, dicen que los jueces son franquistas por condenar a Isa Serra, y que el ministro de Justicia es machista por rechazar la Ley Montero, a la que en vez de Ley del Sí es Sí, llamaremos Ley Rociíto, ya que a ese caso se encaramó para negar el Estado de Derecho con el “Hermana, yo sí te creo”. Pasar de sacar a Franco de la fosa a defender a Rociíto parece mucho cambio. No lo es. Cuando se trata de liquidar el régimen constitucional, todas las vías populistas son eficaces, y no excluyentes sino complementarias. 

El papel clave de Enrique Santiago 

Los mismos medios que pregonaban las diferencias insalvables entre Sánchez e Iglesias aseguran ahora que, por fin, y por suerte, Sánchez se ha librado de Iglesias. Pero el pacto de Gobierno social-comunista sigue intacto. Las minucias coreográficas sobre la despedida de Iglesias, en plenas elecciones de Madrid, son irrelevantes si se mantienen la vicepresidencia y los ministerios acordados a Podemos. Y se mantienen. Que Díaz no sea vicepresidenta segunda sino tercera sólo llama la atención por un hecho: que semejante nulidad sea vicepresidenta. Y la marquesa de Galapagar sigue al frente del ministerio de Rociíto yo sí te creo, antes Igualdad, con un eco mediático que nunca tuvo la Ley del Sólo sí es sí, compartida con Carmen Calvo. La rivalidad entre las hembras Alfa de los rebaños rojo y morado no les impide compartir redil. Ione Belarra, de perfil filoetarra, añade radicalidad y no eleva el nivel intelectual podemita. Y el comunista Garzón seguirá siendo igual de comunista y de lerdo que siempre.  

Lo nuevo es que la parte más ideológica y de ingeniería social de la vicepresidencia de Iglesias, la Agenda 2030, pasa a Enrique Santiago, el Asesino Vocacional de la Familia Real Española, abogado de las FARC en La Habana y hombre clave en el proyecto de refundación del partido de Iglesias. Podemos e Izquierda Unida se unirán pronto bajo las viejas siglas, explícitas o implícitas, lo que convenga contra Errejón, del Partido Comunista de España. Será un PC (R)-GRAPO, un FRAP que reniega de la Transición al Régimen del 78 y rompe con el PCE de Carrillo y Tamames, Gerardo Iglesias y Anguita, para volver a un modelo de partido entre institucional e insurreccional, típicamente tercermundista, y al que no le van a faltar ni apoyos económicos internacionales ni socios separatistas en España. Un PCE más parecido a la CUP que a Bildu, con la ventaja de un líder que extremará sus baladronadas y se reinventará en la televisión. 

Si Ciudadanos logra grupo parlamentario en la Asamblea de Madrid, podríamos volver a ver a Pablo Iglesias como vicepresidente de un gobierno, el de Madrid, con más proyección mediática y más medios que los que ha tenido dentro del Gobierno de España. Y disfrutando de lo suyo, que es la subversión, la agitación, la violencia callejera, el mitin y el motín. La salida de Iglesias del Gobierno Sánchez desembocaría en un Gobierno paralelo pero sin controles de Moncloa, en el “Soviet de la Complu” que cantó Pitita, con el enorme presupuesto de Madrid. No sabemos qué pasará en las elecciones de Madrid, pero de su resultado dependerá en buena parte el futuro del comunismo en España. Sin olvidar que el proyecto comunista incluye del todo al socialista, aunque el socialista no incluye todo el comunista. Y que ambos se dan la mano en facilitar los proyectos separatistas que deben liquidar el Estado Nacional Español. 

El eterno guión contra la Corona, la Iglesia, la Propiedad y la Ley 

El discurso de un Pablo Iglesias suelto, de tertulia en tertulia, como el que vuelve a empezar desde abajo, será el mismo de los últimos catorce meses y los últimos catorce años: contra la Corona, la Iglesia, la Propiedad (salvo la suya) y la Ley, presentada como una especie de conspiración machista contra el profundo sentimiento de justicia de las mujeres, creando, mediante campañas de opinión sobre asuntos aparentemente menores, tribunales populares en los platós de televisión. En ese sentido, el caso Rociíto muestra la capacidad de llegar a gente que rechaza a Podemos, a Pablo y a Irene, a su casoplón y a su hipocresía, pero traga la almibarada macedonia lacrimosa, típicamente peronista, de ver a los de abajo, a las oprimidas, a los marginados del sistema, rebelarse contra unas leyes injustas que hay que derribar. Esta noche, mejor que mañana. Y si no, cualquier día. El sistema es ilegítimo. Lo dice Sálvame. Y esa es la vía que tiene de salvarse Pablo Iglesias. Que no está muerto. Ni siquiera mal enterrado. 

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