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Tiene gracia que los que presumen de ideas y principios sean los más devotos del mercadeo y de la imagen. Pero ya se sabe que con el PSOE cabe cualquier cosa menos creérselo. González se pintó canas para fingir una serenidad y una madurez que no tenía; claro que también rezaba el eslógan de esa foto “cien años de honradez”, y mejor no comentar el aserto, más falso que las patillas. Ahora, la fachada que tienen que revocar es la de todo el equipo del líder y la verdad es que tienen trabajo de sobra. La única que no parecía necesitar las asesorías de Llongueras era Trinidad Jiménez y es la que más quebraderos de cabeza –y de melena– les está dando. Unos porque no llegan y otros porque se pasan, ninguno acaba de convencerlos. Y a los votantes, tampoco.

Seguramente es razonable que hayan cambiado el rojo de fondo de la cartelería por el azul de forma. Pasar de rojillos a rositas tiene su aquel, pero sin duda encaja con los principios básicos de la mercadotecnia electoral. Sin embargo, hay un elemento que los asesores de imagen no acaban de entender y es el de los contenidos políticos que deben introducir en el envoltorio para que el comprador tenga interés en adquirirlo. Si Aznar ha ganado por mayoría absoluta es porque la estética no es particularmente importante a la hora de confiar en alguien. Ayuda, pero no es fundamental. En política, las ideas y la capacidad de ponerlas en práctica es lo que decide a favor o en contra de un candidato. Así que lo que le vendría bien a Zapatero es hacerse con un programa político. Ahora que ya no lo usa, podría echar mano del de Aznar en el 89 o, todavía mejor, en el 93. El PP ya ni se acuerda. Y el electorado sigue echándolo en falta. Si cambian el rojo por el azul, pasar del socialismo al liberalismo no debería resultar un problema insalvable. A ver qué piensa Llongueras.

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