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Federico Jiménez Losantos

El alarmismo climático contra la propiedad privada (4): La propiedad y la libertad son las mejores armas contra el cambio climático

El cambio climático no es distinto de los impuestos o la Memoria Histórica: debemos poder votar la derogación de leyes injustas o perjudiciales, no importa la túnica sagrada con que se vistan.

El cambio climático no es distinto de los impuestos o la Memoria Histórica: debemos poder votar la derogación de leyes injustas o perjudiciales, no importa la túnica sagrada con que se vistan.
Manifestación en Madrid de estudiantes contra el cambio climático | Paloma Cuevas

Si tomamos como referencia los tres autores más destacados en la crítica razonada al alarmismo climático, Lomborg, Shellenberger y Epstein, vemos que, por encima de las diferencias —Lomborg es intervencionista con moderación; Shellenberger es contrario al intervencionismo; y Epstein es partidario de aumentar la producción y consumo de las energías fósiles—, los tres coinciden en la necesidad del análisis racional de los hechos, la previsión de las consecuencias de reaccionar ante ellos y la situación desde la que podemos encarar sistemáticamente ese estudio y esa reacción.

El ecologismo contra la democracia

Pues bien, toda actitud crítica necesita la existencia de la libertad de expresión, y toda capacidad de reacción libre del ciudadano se basa en la seguridad jurídica de su propiedad y en la libertad de votar lo que en cada momento le parezca mejor para él y para su comunidad política. El cambio climático no es distinto de los impuestos o la Memoria Histórica: debemos poder votar la derogación de leyes injustas o perjudiciales, no importa la túnica sagrada con que se vistan. El ambientalismo es un historicismo, de tipo apocalíptico, pero historicismo al fin. Y como tal, fatalista, enemigo de la libertad y de la experiencia científica y democrática de prueba y error.

No es de extrañar que los comunistas declaren científica su política climática, como Marx proclamó científico su socialismo frente al utópico. El comunismo es siempre liberticida y cuando toma el poder dice que es "para siempre". Y contra ese "siempre" se alza la democracia liberal. Pero ya hay ecologistas, y cada vez más, que predican y ejercen la violencia, y, en el ámbito legal, ven intocables todas las prohibiciones ambientales. La democracia existe para revocarlas. Havelock y otros ecologistas ya hablan de una "suspensión temporal de la democracia", y es natural: el despotismo climático, como el ilustrado, lo hará todo para el pueblo, pero sin el pueblo. El pueblo no puede ni debe opinar contra su bienestar. Volvemos al XVIII.

El precio de la política ecologista

Para saber si algo nos perjudica y cuánto, debemos calcular lo que nos cuesta. Y la única forma de fijar los precios de las cosas es mediante la ley de la oferta y la demanda, a partir de la propiedad privada y del Estado de derecho que protege esa propiedad y la libertad de usarla de su dueño. No hay propiedad legal sin libertad, ni libertad política sin propiedad legal. Hay empresas mafiosas y regímenes totalitarios que se apoyan en una u otra con éxito temporal, pero al final la fijación de precios con criterios de Poder, hágalo el Partido Comunista Chino o el cartel de los Soles, produce una distorsión del mercado, lo vuelve ineficiente y provoca carestía. En el caso de la moneda, que es otra mercancía, el resultado es la inflación, el colapso de los precios, el desabastecimiento y el caos social. De monetae o Tratado de la moneda de vellón, de Juan de Mariana, sigue siendo, cuatro siglos después, el gran libro para entender la inflación y sus calamidades.

El mercado es el mejor mecanismo de asignación de recursos que la Humanidad ha encontrado a lo largo de la Historia. Los ha probado todos, pero, al final, no ha habido forma de encontrar ninguno capaz de competir con él. Aunque parezca sencillo, lo que garantiza su éxito es su enorme complejidad, ya que parte del respeto a la ilimitada capacidad de variables personales y sociales que operan para determinar el "precio justo" de una cosa. Tantas que, en frase de un sabio de la Escuela de Salamanca, "sólo lo sabe Dios; los humanos debemos conformarnos con el precio de mercado".

Como el funcionamiento del mercado depende de la propiedad privada, y será tanto mejor cuanto más protegida esté por la Ley esa propiedad, el mejor modo de aproximarnos a lo que Lomborg considera clave para evitar el alarmismo climático, que a sus ojos es contraproducente, porque ha ido tan lejos en su politización que sólo lo tienen las izquierdas, no las derechas, es valorar la adaptación, poner precio a lo que nos cuesta adaptarnos a ese cambio si finalmente se produce en los términos anunciados, que en ningún caso son apocalípticos, ni traen sequías, huracanes o inundaciones. Eso son manipulaciones mediáticas y políticas, no datos científicos.

Los medios, del obrerismo al ballenismo

Los medios, grandes responsables del alarmismo climático, buscan, evidentemente, un beneficio económico con noticias de sesgo catastrofista, con el reportero de héroe en primer plano, presentando siempre la parte por el todo y sembrando el miedo al "cambio climático". Pero esa mendacidad tiene ideología: la vieja coartada de la "buena causa" que aún hoy disimula los crímenes del comunismo. Es un propagandismo sutil que ha sustituido al obrero por la ballena. Pero si uno se fija bien en los textos, esa amenaza que para la humanidad supone el cambio climático viene del mismo Gran Satán de Marx y Lenin: la propiedad privada. Por eso, ante los incendios forestales, se condena lo que más debería propugnarse: la explotación del bosque por sus propietarios, siempre los más interesados en conservarlo.

Ante este ecologismo liberticida que en España ha usado el déspota Sánchez para justificar sus errores, deberíamos hacer un nuevo catastro de la propiedad privada nacional. Hay que recordar las veces que haga falta que lo que es de los españoles no es del Gobierno, y que éste no puede enajenarlo ni dejarlo en baldío ni prohibir su explotación para lograr un beneficio, que es un derecho que dimana de la existencia de la propiedad.

Propiedad estatal y propiedad comunal

Conviene disipar también un equívoco que se está difundiendo con ínfulas ambientalistas: no es lo mismo la propiedad estatal que la comunal. Mi comarca de origen, los Montes Universales, se llama así porque el monte es propiedad de una mancomunidad de veinticuatro municipios. La explotación depende de lo que la mancomunidad decida, de acuerdo con la legislación vigente y con la supervisión técnica de los funcionarios de Montes: lotes de pinos a subastar, cantidad de madera gratis a recoger por los vecinos, limpieza de ramas secas, zonas de repoblación, etc. Pero los vecinos no sienten que el monte es del Estado sino suyo, del pueblo, por eso se esmeran en luchar contra los incendios, abrir cortafuegos y hacer lo que hace todo propietario con lo que le da de comer: cuidarlo cuanto puede. Es un triunfo casi ancestral de la gestión privada, aunque no sea individual.

Los números de Biden y la UE para el cambio climático

Sólo un país, Nueva Zelanda, ha hecho el trabajo de calcular cuánto le costaría reducir a cero las emisiones de CO2: el 16% de su PIB. Para España o cualquier país de la UE, eso significaría una reducción drástica del gasto social: peor sanidad, peor educación, peor atención a los mayores, peores comunicaciones y, por qué no, menos dinero para investigación. Si no se pueden calentar los asilos, ¿vamos a calentar mejor los laboratorios?

Pero las grandes cifras de gasto ecológico de los USA y la UE son, sin duda, la gran aportación del libro de Lomborg. Vamos con ellas. El día en que asumió el poder, Biden anunció la vuelta de los USA al Acuerdo de París, la cancelación del oleoducto Keystone XL y de los arrendamientos de petróleo y gas natural en terrenos públicos y zonas marítimas, para así eliminar el CO2 de las emisiones eléctricas en 2035. ¿Y a cuánto llegaría esa reducción? Equivaldría a 11 días de lo que aumentó China la emisión de CO2 en el mes diciembre de 2020. En cuanto a la vuelta de los USA al acuerdo de París, sólo reduciría la temperatura global 0,008ºC en 2100.

Según el modelo climático de la ONU, que Lomborg acepta y otros no, pero sirve de referencia, si todos los países del Acuerdo de París lo cumplen en 2030 y las siete décadas posteriores, la temperatura prevista en 2100 bajaría cuatro centésimas de grado: el 0,04%. ¡Según la ONU! ¿Y para esa rebaja imperceptible se mueven gigantescos recursos económicos?

Como en las grandes hambrunas comunistas, en especial la del Gran Salto Adelante de Mao, que costó sesenta millones de muertos, en la lucha contra el cambio climático lo que prima es la "voluntad política", al margen del costo humano en vidas y recursos, del placer de cumplir esa voluntad. El ministro de energía japonés apareció un día anunciando la reducción de CO2 de su país en un 47%. Cuando vieron que costaría el 3´5% del PIB, dijo que "se le apareció como una sombra, una visión". O sea, como a Mao.

¿Arruinar Europa para bajar 0,004ºC en 2100?

¿Cuántos millones de personas en el mundo podrían salvar su vida o mejorar su salud si los países ricos no gastan su dinero en reducir cuatro centésimas de grado la temperatura en 2100 sino en mejorar su forma de vida, asegurando la potabilidad de las aguas, mejorando la contracepción, y abandonando combustibles fósiles como excrementos, petróleo y madera? La mayor parte de las muertes por insalubridad sucede dentro de las casas. Pero estas almas bellas, políticos y ecologistas, prefieren posar a actuar.

Como este derroche ideológico produce fatalmente paro, se insiste en los empleos verdes que se crearían. Según Boris Johnson, cinco millones en Gran Bretaña. Alguien estudió cuántos se perderían. Diez millones. En el mejor de los casos, los trabajos "verdes" serían los mismos que destruirían. En general, menos. Y a escala mundial, compararlos es un ejercicio de humor negro. La Agenda 2030 suena a escarnio para los países pobres que intentan mejorar su alimentación con más carne, porque son vegetarianos a la fuerza, y su consumo de energía, dejando de quemar boñigas y maleza para cocinar con energía eléctrica. No hay precedentes en la historia de un movimiento tan radicalmente egoísta disfrazado de redentorismo universal.

Como todo es presumir de "voluntad política" para salvar el planeta, la UE decidió ir más lejos que los USA en su restricción de emisiones de CO2. Y cada vez que había una reunión de políticos, a la que llegaban en sus reactores, subían la apuesta. En la Cumbre de París de 2015, la UE prometió reducir el 40% de sus emisiones en 1990. Pero a los activistas les pareció poco, y subió al 55%. ¿Y cuánto reduciría la temperatura en el planeta en 2100? Sólo el 0,004 %. ¿Y para bajar cuatro milésimas de grado dentro de 80 años se pone patas arriba la política energética de 27 países? Claro, como ocultan el efecto real, parece que salvan algo. Sólo su imagen.

La ruina del covid-19 durante treinta años

En 2020, año del covid-19 y del colapso económico internacional se deberían haber reducido las emisiones de CO2 a gusto de los ecologistas y la UE. Tampoco. Apenas llegó a la mitad en los países más ricos. De los pobres, ni hablar. Las pérdidas de la UE en ese año fueron del 6,1% del PIB, 1´25 billones de dólares. Para alcanzar el gasto del Acuerdo de París, haría falta el 2,15% durante 30 años. Y Lomborg asegura que, como ese gasto se calcula siempre a la baja, el coste real sería tres o cuatro veces mayor. ¿Y cuánto retrasaría la subida de temperatura del planeta ese gasto? Menos de seis semanas. La temperatura del 1 de enero se alcanzaría el 11 de febrero. Nunca se dan estas cifras, que son las del efecto real de la famosa política climática. ¿A qué extremo de manipulación y desinformación han llegado todas las democracias del mundo para dar por bueno semejante disparate?

La mejor forma de resistirnos a este desastre social, infinitamente peor que el cambio climático, es defender la propiedad, rechazando toda expropiación o saqueo fiscal en favor de la naturaleza, y la libertad política, para desalojar democráticamente y cuanto antes a estos malditos gobiernos.

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