Si Putin no hubiera pasado los últimos dos años jugando a resucitar la URSS y, en consecuencia, respaldando el sabotaje francoalemán a la política exterior norteamericana y de la mayor parte de la UE (especialmente los países de la Europa del Este que padecieron la dictadura soviética) sería más fácil comprender su desconcierto y sentir lástima por el régimen ruso. Pero sólo las víctimas, sometidas a todos los horrores de lo que es capaz el criminal totalitarismo islámico, merecen nuestra piedad. Lo que vamos conociendo sobre la actuación de las fuerzas policiales en Osetia revela una incompetencia atroz. Lo que denuncia con pelos y señales la prensa rusa sobre la manipulación informativa de la televisión y la negativa del Kremlin a contarle a la población lo que estaba pasando en Beslán revela algo peor: la resuelta voluntad putinesca de no democratizar, liberalizar y oxigenar la política rusa. Y si no hay propósito de enmienda, no caben los buenos sentimientos políticos. No vamos a decir que Putin recoge lo que sembró, porque los norteamericanos no habían sembrado nada en el Cáucaso y tuvieron que recoger la cosecha sangrienta de las Torres Gemelas. Pero es forzoso ser pesimista sobre las posibilidades rusas de eficacia policial y política en la lucha contra el terrorismo islámico. Ojalá fuera de otra forma, pero es así.
La monstruosa hazaña de los terroristas muestra hasta qué punto es indiscutible la existencia de esa Internacional del terrorismo islámico de la que hablaba un reciente editorial en Libertad Digital. La identificación de diez árabes, acaso los jefes operativos del grupo de treinta criminales, demuestra hasta qué punto funciona eficazmente esa galaxia del crimen con turbante, esa komintern de los hijos de Alá a los que habrá que exterminar antes de nos exterminen. Pero mientras los dirigentes políticos de buena parte de los países del mundo jueguen a desconocer la relación de siempre entre los grupos terroristas, cuyo objetivo común es la destrucción del sistema de vida occidental, será difícil ganar esta guerra sucia y sin cuartel que comenzó el 11-S en Manhattan. No se puede ganar una guerra que no se quiere librar.