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De todos los chantajes económicos, seguramente el más rastrero es el que se presenta bajo especie sentimental. Se nos dice ahora que hay que dar dinero a Argentina, mucho dinero, cuanto más mejor, por los muchos lazos que nos unen con aquel país, es decir, con los argentinos vivos y muertos. Pero la deuda que, por ejemplo, los amantes de la literatura puedan tener con Borges es impagable en todos los sentidos del término: enorme, espiritual y no traducible a divisa alguna. La deuda sentimental que con toda clase de artistas populares argentinos, desde Carlos Gardel a Alfredo Di Stéfano, puedan sentir muchos españoles no se debe pagar por dos motivos: en primer lugar, porque desaparecería; y en segundo lugar porque ya hemos pagado el disco, el libro, el vídeo o la entrada de fútbol y lo que queda es el recuerdo, la emoción, que no cotizan en Bolsa.

Por otra parte, el amor a las muchas cosas buenas que ha producido Argentina conlleva un odio minucioso e intenso a las infinitas cosas malas que han hecho sus gobiernos, en especial desde que en los años treinta del siglo pasado el dictador Uriburu puso en marcha una política económica proteccionista y fascistoide que, sostenida con vigor por los distintos gobiernos civiles o militares (generalmente incívicos), ha convertido a uno de los países más ricos y mejor educados de América y del mundo en un verdadero experto en la forma de vivir viniendo a menos y de habitar todas las formas de la ruina. Y no se sabe qué es más detestable: los efectos materiales de la política derrochadora, intervencionista y corrupta de sus gobiernos o la insufrible retórica que la acompaña a tambor batiente, ese discurseo estrepitoso y zafio que parece una marcha fúnebre tocada por un árbitro de fútbol o una serenata nocturna interpretada con un espantasuegras.

Si se aprecia a la Argentina hay que odiar a un Poder que la condena al desabastecimiento y al mercado negro interviniendo los precios. Si se ama a la Argentina hay que detestar a un Gobierno que atraca a los ahorradores en su cuenta corriente y a las empresas en sus tarifas. Si se quiere que Argentina mejore, hay que combatir esa política entre comunista y nacionalsocialista, genuinamente peronista, que asegura la pobreza material tanto como la indigencia intelectual. Cuídese, por tanto, el Gobierno Aznar de compadecerse sentimentalmente de Argentina regalando nuestro dinero a su Gobierno. En cambio, puede aumentar en cientos de miles los permisos de inmigración legal para los naturales de aquel país, para que repueblen el interior de España, por ejemplo. Eso sí sería una forma de ayudarles a ellos y a nosotros mismos. Pero llorar por dinero no es llorar, es un viejo oficio asociado a los entierros. Y los gobiernos que ejercen de plañideras deberían ser perseguidos por ley en todas partes.

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