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Federico Jiménez Losantos

El discurso nacional de Inés Arrimadas

Lo nuevo es que no habló desde la Cataluña silenciada, aunque la reivindicara explícitamente, sino desde España, desde toda España.

El último pleno del Parlamento catalán, además de insistir en ese giligolpismo diseñado a medias por los abogadillos sorayos y tractorios, en el que el separatista, por querer burlar la ley, se garantiza acabar en la trena, ofreció el espectáculo del mejor discurso nacional en la corta, asendereada, complicada, no siempre comprensible pero exitosa historia de Ciudadanos. Ha habido un par de ellos extraordinarios de Albert Rivera en las Cortes, pero por una de esas paradojas de la historia que ha llevado a los cubanos a cambiar el orden de las des y las jotas, el gran discurso sobre la crisis y la resurrección del Estado y la nación españoles había que hacerlo donde más peligro corre, que es Cataluña, avanzada del golpismo actual y modelo de los demás separatismos, con la lengua como arma de discriminación social y los medios de comunicación como checas de adoctrinamiento político.

"Gracias por despertar el patriotismo cívico español"

Si el discurso de la jefa de Ciudadanos es el mejor de su carrera -al menos de momento- se debe a las dos razones que cantaba Celaya: por la rabia y por la idea, ambas de España. Decir que el 'Prusés' es una ruina es cierto pero poco original de puro evidente; añadir que los separatistas no respetan a la mitad larga de Cataluña que no les vota y les devuelve el odio que le dispensan, era obligado en la fuerza más votada. Lo dijo y lo dijo muy bien, sin el miedo cerval al nacionalismo que la doma escolar de tres generaciones ha impuesto a los españoles castellanohablantes en Cataluña.

Lo nuevo es que no habló desde la Cataluña silenciada, aunque la reivindicara explícitamente, sino desde España, desde toda España, porque esos españoles que votan a Inés Arrimadas en Cataluña son los mismos que han salido a la calle -un millón, por dos veces- con la bandera nacional en Barcelona y la han dejado colgada, como una prueba de vida y de fidelidad, en tantos balcones de España. Y cuando dio las gracias a los separatistas, con ojos llameantes, por haber despertado la conciencia nacional y cívica en toda España, ya no hablaba desde Barcelona, sino desde el profundo y dolorido sentir de la nación. Y desde la justa ira que en ella han despertado los separatistas catalanes, algo que siguen sin querer ver el PP y el PSOE.

"Dentro de quince años, seguirán siendo una Autonomía"

Y hubo momento aún más brillante, en el que Inés dejó claro que ella no hablaba en nombre de un partido más o menos catalanista, como lo han sido todos desde la transición, sino del partido que, en nombre de España, piensa derrotar al separatismo antiespañol cueste los años que cueste. Fue cuando dijo, como advertencia y además disfrutándolo, en un alarde de poder y legitimidad, que dentro de diez, quince, o veinte años, "ustedes" (o sea, todos esos que la mandan de vuelta a Jerez, que la insultan en TV3, en RAC1 o en la SER) "seguirán siendo una autonomía dentro de España".

Eso es lo que destrozó el hígado de pedecatos, mentecatos, esquerranos y cantarranas cuperos. Fue una prueba aplastante de confianza en sí misma, en su partido y en su nación, algo nunca visto en un líder catalán. No es que no los haya habido, aunque fueran pocos. Es que ni siquiera Albert Rivera puede hoy competir, en el fondo y en la forma, con una andaluza indignada ante una pandilla de racistas miserables que la desprecian. ¡Y con qué fruición se rió de su cobardía ante el juez! ¡Cómo se burlaba ante la Forcadell, sin citarlo, del "¡Señoría, soy abuela, no quiero ir a la cárcel!".

¿Cálculo o improvisación sincera?

Mi duda, y supongo que la de muchos que verían por primera vez a la dirigente de Ciudadanos no sólo con hechuras de líder nacional, sino con el discurso más genuinamente nacional que ha tenido nunca su partido, y en el momento de más gravedad de la crisis española, es si el evidente cambio en la estrategia de Rivera desde el golpe de octubre -que al modo de la Rusia soviética pero al revés, no fue en noviembre sino en septiembre- se debe a un cálculo electoralista viendo el calado de la movilización nacional tras el histórico discurso del Rey el 3 de octubre o fue la reacción personal de la vencedora de las elecciones en Cataluña ante el encanallamiento de la política catalana y el tremendo vacío que está dejando el Gobierno del PP.

Si se tratara de Rivera, al que Gustavo Bueno, que le votaba, llamaba "El Ajedrecista" creería en un movimiento calculado. Pero reconozco que en el caso de Arrimadas es tan nueva su condición de política victoriosa y atrozmente machacada por la hez mediática separatista que no tengo modo de saber o de adivinar si la ira estaba controlada, si era simplemente justa o si obedecía a la convicción de que Ciudadanos ya no puede marear mucho la perdiz ni esperar siempre el fallo del contrario, sino que debe sacar los dientes en un momento en que España está echando las muelas, si quiere dejar de ser ese partido al que se quiere pero no se vota para convertirse en el que se vota aunque no se le quiera, porque no hay otro menos malo como opción de Gobierno. En Cataluña, ya el voto útil del centro-derecha y la izquierda nacional no es del PP sino de Ciudadanos. En el resto de España, el discurso nacional de Arrimadas contribuye mucho a que también lo sea.

El pánico al antifranquismo chequista

Sólo hay dos factores en los que Rivera ha fallado hasta ahora de forma clamorosa para convertirse en un voto de confianza: la seguridad y el proyecto guerracivilista de la Memoria Histórica que alientan Podemos y el PSOE. Es un problema exclusivamente personal de Rivera, que aún no se atreve a sacar las consecuencias lógicas de su discurso sobre la Transición. No se puede defender el legado de Suárez, decir que tanto Aznar como González son respetables, y que en Fraga había honradez y patriotismo y seguir callados -él y su partido- ante fechorías tan repugnantes como el asalto de eurocabecillas podemitas al Valle de los Caídos en plena misa, amenazando a los fieles, como 'Pitita' en la capilla de la Complutense.

No puede ser que el monumento a un centenar largo de chequistas asesinos con el que Carmena crearía la Gran Vía del Terror Rojo haya suscitado hasta la oposición del consejo de expertos que en mala hora se prestaron a blanquear la intención criminógena del Ayuntamiento y que Villacís no haya dicho esta boca es mía. O sea, hasta aquí hemos llegado. Una cosa es el ajedrecismo y otra jugar a Rajoy antes de llegar a Moncloa. En las próximas elecciones, los millones de españoles que, efectivamente, como bien dijo Arrimadas, han despertado cívica e indignadamente ante el desafío separatista catalán votarán con la cabeza y el corazón. Más vale que Ciudadanos empiece a convencernos, no sólo en Barcelona, de que lo tiene.

Rivera reprocha a Iglesias, y hace bien, que no puede aspirar a presidir España alguien que no puede pronunciar su nombre y pretende romperla. Tampoco puede llamarse ciudadano y menos aún español el que se queda quieto ante el asalto moral a la nación que supone desenterrar la Guerra Civil. El Gobierno del PP se lo pone fácil. La última 'espantá' de Rajoy ha sido oponerse a sacar las cenizas de Franco de Cuelgamuros, pero no por ser lo que es: una ofensa a la media España que luchó y murió a su lado en el bando nacional, sino… a que no hay presupuesto. ¡Presupuesto! ¿No es el momento de que Rivera recuerde que el primer presupuesto para defender la nación es de orden moral, y es respetar a sus muertos? ¿O va a tener también que hacerlo Arrimadas en un mísero parlamento regional?

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