El discurso de Aznar en el Congreso del PP no sólo ha permitido constatar hasta qué punto el partido lo aprecia y aprecia su partida –conviene no engañarse al respecto–, sino también cómo un Aznar psicológicamente recuperado y con ganas de dar guerra es un problema muy serio para Zapatero. No para Rajoy, como algunos se empeñan en creer o hacernos creer, sino para Zapatero. Porque restaurado el afecto e instalado en el mimo, lo que tiene que apetecerle a Aznar es ir a por su sucesor en La Moncloa. Aquel que pudo ser Sagasta y ahora oscila entre Casares Quiroga y Martínez Barrio.
Eso sí, haciendo de la necesidad virtud o demostrando que no está tan abducido como parece por la Banda de Interior y Producciones Rubalcaba –valga la redundancia–, el presidente del Gobierno ya ha anunciado su disposición a declarar en la Comisión del 11-M. Esa en la que ya no había nada que averiguar. Esa en la que, según el Fiscal General del Estado, no cabe buscar el autor intelectual de la masacre del 11-M, porque es imposible que exista un autor intelectual cuando hay cincuenta detenidos de medio pelo. Esa que Rubalcaba quería cerrar antes del verano. Y lo hubiera hecho de no mediar las revelaciones del diario El Mundo. Esa a la que va a ir Aznar aparentemente muy a gusto y con ganas de pelea y a la que ahora no tiene más remedio que ir ZP.