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Como en la autobiografía de Vittorio Gassman, Iberoamérica tiene indudablemente un gran futuro… a las espaldas. Su presente oscila entre el caos y la muerte súbita. La degradación de su economía, de sus instituciones y de su vida pública parece no tener fin; la crisis de todos los valores, empezando por el de la confianza, se ha instalado en la conciencia de todos. Y ya sólo parece haber dos clases de países: los que no acaban de salir del pozo y los que, siendo ricos, han caído también en él. Lástima que, si bien se mira, los presuntamente ricos llevan cayendo mucho tiempo en la pobreza, precisamente porque se parecen demasiado a los pobres, sobre todo en las malas costumbres.

Es también un tópico hablar de la vitalidad y de la juventud de estos países. Pero como en tantos de Africa, tener muchos jóvenes sólo significa que hay más candidatos a la violencia, a la manipulación, a la drogadicción y a las enfermedades venéreas. Si la familia y la escuela no funcionan, tener muchos niños sólo asegura tener más delitos. La biología no es todavía un sustituto ventajoso de la sabiduría, y el acné nunca ha mejorado automáticamente el rendimiento escolar. Todos los iberoamericanos maduros fueron jóvenes. No parece que la experiencia les haya servido de mucho.

Lo peor del juvenilismo es precisamente el culto a las soluciones mágicas, generalmente violentas. Y esa demagogia de los hechos al gusto iberoamericano –instantáneos, irreversibles, contundentes, apocalípticos– es lo que al final impide que se desarrolle la modesta eficacia de las instituciones, que crean riqueza, seguridad, propiedad, los anclajes reales del futuro en un presente relativamente aburrido pero siempre mejorable. Contra el culto de la izquierda a las “emociones fuertes” que garantiza Iberoamérica, desde Cuba hasta Venezuela, pasando casi por todas partes, sólo podremos pensar que las cosas están cambiando a mejor, y que empieza a vislumbrarse algo parecido al futuro cuando la vida pública de estos países no inspire ningún interés viajero, exótico y revolucionario a los aburridos izquierdistas europeos. La violencia no es interesante cuando uno la padece. La pobreza no es excitante cuando uno no tiene para cenar. Cuando las cuentas corrientes sustituyan a los horóscopos o compartan al menos su popularidad, quizás Iberoamérica esté camino de alguna parte. Mientras tanto, contar lo que vemos, es casi la única posibilidad de que se entienda lo que sentimos.

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