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Federico Jiménez Losantos

El intolerable protectorado de Sánchez sobre la Corona y el estruendoso silencio de la Oposición

Sabemos lo suficiente como para poder valorar lo esencial de la figura de Juan Carlos I, sin el triste anecdotario de sus últimos quince años.

Sabemos lo suficiente como para poder valorar lo esencial de la figura de Juan Carlos I, sin el triste anecdotario de sus últimos quince años.
Pedro Sánchez y Pablo Casado | EFE

Hace sólo un mes, cuatro domingos, publiqué el artículo "Juan Carlos I no debe acabar como el Sha de Persia". Como no sé lo que ha pasado en estos días, nadie lo ha publicado y todos tocan de oído, aunque con partitura, me atengo a lo esencial de mi artículo, que empezaba así:

"De los sórdidos espectáculos que describen la tragedia de España, de la triunfante salida de la cárcel de Junqueras tras cumplir sólo ocho meses al penoso funeral por las víctimas del covid-19, convertido en homenaje al Gobierno que tanta responsabilidad tuvo en su muerte, quizás el más vil, igualmente orquestado por el Gobierno social-comunista, es el anunciado destierro de Juan Carlos I".

Juan Carlos I se puso en manos del PSOE

No había, pues, lugar para la sorpresa, porque fue el propio Gobierno y no su mitad podemita el que dijo que "mientras Juan Carlos siga en la Zarzuela no se podían aprobar los Presupuestos". Si eso no es presionar al Rey Felipe, minuciosamente odiado por todo el bloque gubernamental, ya me dirán qué es. Respeto a la institución y a la Constitución, seguro que no.

El destierro asumido por Juan Carlos, más voluntario que forzado, porque le bastaba quedarse en el Pardo y decir que estaba a disposición de la Justicia, zanjando así su situación personal por una temporada. No lo ha hecho y además se ha largado a Abu Dabi, que no es precisamente Yuste. Como ha escrito mi admirada Cristina Losada, lo peor en estos casos es huir. Y contra lo que han escrito mis venerados Arcadi Espada o Emilia Landaluce, esto no ha sido echar al Padre de casa. Su casa es España, lo que pasa es que ahora le resulta molesta. Y ni asume su responsabilidad personal en los escándalos publicados estos días, diciendo a sus amigotes que volverá en septiembre, algo que espantaba, con razón, a Joaquín Manso y que no sugería en su nota de salida, ni se ha ido recordando lo que ahora todo el mundo recuerda (comunistas y separatistas -base de este gobierno, recuérdese- para mal, la mayoría para bien), que son sus grandes servicios a España, sobre todo la Transición. Me remito al gran artículo de Javier Somalo ayer aquí, deslindando con claridad méritos y silencios. Por un lado, nos falta información sobre lo que no podemos dejar de comentar. Por otro, sabemos lo suficiente como para poder valorar lo esencial de la figura de Juan Carlos I, sin el triste anecdotario de sus últimos quince años.

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Algunos prefieren olvidar la corruptela disparatada en que vivía, con Corina viajando con él por Alemania (véase su foto en la alfombra roja del aeropuerto, o en los premios Laureus de Barcelona, infamando a la familia) en calidad de querida y, según supimos luego, de receptora de cantidades imprecisas por intermediaciones varias, de Rusia a las Arabias. Cierto que no es dinero robado directamente a los españoles, pero destrozaba una institución, la Corona, que es de toda la Nación por pacto institucional, no de ningún Rey, por muchos méritos que tenga en su historial. "La Nación española es libre e independiente y no puede ser propiedad de ninguna familia ni persona", dice la Constitución de Cádiz. Y dueña de su Historia, porque son todos los españoles los que la hacen y padecen, con buenos y malos reyes, y, por dos veces, con horrorosas repúblicas. ¿Pensó Juan Carlos I en la Nación cuando se enfeudó al PSOE? Evidentemente, no.

El problema de fondo ha sido que, para mantener trinques y queridas, Juan Carlos I aceptó a Zapatero ("hombre íntegro", "con principios") sus tratos con la ETA ("y si sale, sale") y el separatismo catalán "hablando se entiende la gente") y, en última instancia, la demolición de su gran obra, la Transición, firmando la Ley de Memoria Histórica, que lo deslegitimaba a él más que a nadie, aunque pensó que, de llegar la riada, sería el último al que alcanzaría. Pues ahí está la profanación de la tumba de Franco, tan generoso con él, ante la que no ha sido para quejarse, ni siquiera ante los que se creen sus amigos porque de vez en cuando se les pone al teléfono.

El fantasma del Sha

Mi enfrentamiento con Juan Carlos, con quien estaba en los mejores términos, vino tras el 11M y el zapaterismo. Pero no reivindico castigo alguno por su proceder. Y menos aún, este destierro que acaba de empezar y que humilla a todos los españoles. El artículo de hace un mes terminaba con estos tres párrafos, tan valederos, en lo que valgan, como al escribirlos:

"Fui, pues, el primero en decir que Juan Carlos I debía abdicar, y por lo que finalmente abdicó: la corrupción que le impedía servir a España. Y le puse Campechano por su comportamiento conmigo. Estamos en paz. Sin él buscarlo, le debo algo inapreciable: una buena empresa. Y un buen rey. Pero, sobre todo, le debo algo que ningún amigo de España y de la Libertad puede olvidar: el paso pacífico de la Dictadura a la Democracia, la Bendita Transición, obra suya más que de ningún otro, y la razón por la que estos últimos y arrastrados años nunca deben oscurecer los milagrosos primeros."

"Los que han descubierto de pronto a Corinna como fuente fiable son los mismos que han soltado a Junqueras y vienen protegiendo a Pujol desde antes de que Juan Carlos cobrara la primera comisión, o coima, o pastelón. Socialistas y comunistas quieren destruir en Juan Carlos el prestigio de la Corona de España para quitarse de en medio a Felipe VI, que ha sido capaz de plantar cara a los golpistas que ellos miman delictiva y delictuosamente.

No sé lo que hará el Rey con su padre, y lo que haga, salvo que sea muy malo, tenderé a apoyarlo, porque siempre ha mostrado buen juicio y ha sabido afrontar las urdangarinadas y las cristinadas, que menudo trago. Lo que de ninguna manera quiero es ver a Juan Carlos I, ni tampoco a mi Campechano, dando tumbos de aquí para allá, de un país a otro, como el Sha de Persia, como si tuviera la peste. La peste está muy repartida. Y la peor de las pestes es este Gobierno. Que quizás sí merece la suerte del Sha."

Una chapuza como la de la Abdicación

Dejo para un libro que tengo entre manos una valoración detallada de los años coronados de Juan Carlos, que, desde el 23 F, primero sin mala intención y luego contra la Monarquía, muchos llamaron "juancarlismo". Hace seis años, publiqué también aquí otro artículo titulado "Se va de la peor forma y en el peor momento", que no citaré para no fatigar más al amable lector de domingo agosteño. Baste decir que, como en la abdicación de junio, este destierro ha sido una chapuza de la que el primer responsable es él, Juan Carlos, por lo que hizo ayer denigrando la Corona, lo que ha hecho ahora largándose de España y lo que deja para mañana, que es nada menos que el protectorado del PSOE sobre las instituciones del Estado.

Es lo que él aceptó con Zapatero y lo que Felipe VI, un buen rey, difícilmente podrá aceptar con Sánchez e Iglesias, porque tiene fecha de caducidad. El PSOE es el bombero pirómano al que se le suele encargar el cuidado del fuego en España desde hace 140 años. Lo pasmoso es que la Oposición guarde tan estruendoso silencio, mientras avanzan las llamas.

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