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Federico Jiménez Losantos

El ocaso de los verdugos búlgaros

Los verdugos búlgaros viven su ocaso: Camps, Barberá, Soria, Arenas y Alonso son cadáveres políticos sin más futuro que su pasado.

Los verdugos búlgaros viven su ocaso: Camps, Barberá, Soria, Arenas y Alonso son cadáveres políticos sin más futuro que su pasado.
Rajoy aclamado por los suyos en el Congreso de Valencia | PP

Casi de golpe, aunque no por sorpresa, aquel PP que entró en un estado de negación de sí mismo, exorcización de Aznar, proscripción del liberalismo y rendición incondicional ante la izquierda en el congreso búlgaro de Valencia en 2008, está viendo cómo le estallan las costuras del sudario que entonces cosió. Y en plena crisis del sistema representativo y ante la parálisis, cercana a la apoplejía, del que sigue siendo el partido más importante de España, es esencial establecer en qué momento el PP se convirtió en el grupo de amigos de Rajoy matroneado por Soraya.

El cambio llegó tras el multiperjurio de los liberales en el juicio de Gallardón contra mí, por el que España ha sido condenada en el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo; pero no fue la proclamación sin rivales de Rajoy , sino una operación traumática y simbólica para que todo el PP aceptara sin chistar la nueva línea: la eliminación de su símbolo más popular y querido: el PP vasco y su presidenta, María San Gil.

Para darse cuenta de la voltereta que eso suponía, hay que recordar que un año antes, en la manifestación más gigantesca de un partido en la historia de España, un millón de personas con cientos de miles de banderas nacionales desfilaron detrás de Rajoy, San Gil y Ortega Lara, símbolos del PP, contra el pacto ZP-ETA, defendiendo una lucha antiterrorista sin GAL ni Argel, con la ley en la mano y, también, con la tumba al alcance de la mano. Un año antes de su derrota ante ZP -diez millones de votos que ya quisiera ahora- Rajoy se presentaba como el líder del PP de San Gil y Ortega Lara, Gregorio Ordóñez y Miguel Ángel Blanco, Regina Otaola y Mayor Oreja. Para reforzar su legitimidad, Rajoy filtró que pensaba en San Gil como número 2 por Madrid y presentó a Otaola, la solitaria heroína de Lizarza, como candidato del PP a la Federación de Municipios. Acebes y Zaplana decían buscar la verdad del 11M, el PP condenaba la suelta del etarra De Juana Chaos, recurría ante el Constitucional el Estatuto catalán urdido por Mas y ZP, anunciaba la inminente crisis económica (debate Pizarro-Solbes) y reivindicaba como solución la política de Aznar: bajar los impuestos, Hucha de Pensiones, controlar el déficit e ir rebajando la Deuda.

Tras perder por segunda vez ante ZP, Rajoy buscó asegurar su poder en el PP mediante dos operaciones: evitar, con el férreo control de avales de Arenas y Camps, con Rita Barberá de paellera mayor, que hubiera rivales por la Presidencia, y forzar al PP a un cambio ideológico semejante a la renuncia al marxismo en el PSOE, forzada por Felipe tras perder por segunda vez ante Suárez. Pero cuando González renunció al marxismo se acercó ideológicamente a la derecha. Cuando Rajoy mandó en Elche "a los liberales al partido liberal y a los conservadores al partido conservador" se rindió a la izquierda. Ofreció al imperio PRISA y La Sexta de ZP las cuatro cosas que durante la primera legislatura de ZP le habían pedido: que el PP "obviara el 11M", según la tesis de Gallardón; aceptar la superioridad moral de la Izquierda (incluida la Ley de Memoria Histórica); no oponerse a los pactos del PSOE con el separatismo catalán o etarra, eliminando de la Ponencia del Congreso las posiciones tradicionales del PP que defendía San Gil; y, por último, como prueba de sumisión a PRISA, la ruptura pública con El Mundo y la COPE.

El origen búlgaro del sorayato

Rajoy liquidaba así en el Congreso búlgaro de Valencia cuatro años durísimos en los que el PP sólo contó con el apoyo mediático de El Mundo y la COPE; hasta el ABC de Zarzalejos respaldaba sumisamente a El País. Como si hubiera estado secuestrado por las brujas durante una legislatura completa, anunció también que "por fin, formaba su propio equipo", como si a Acebes y Zaplana no los hubiera elegido él, como si Aznar no fuera del PP, y como si Aguirre, la gran enemiga de PRISA, también fuera la gran enemiga del partido en Madrid. Faltaba liquidar el PP vasco, símbolo de la superioridad moral del PP sobre la Izquierda, y ahí se tuvo que emplear a fondo el nuevo equipo de Rajoy: Soraya, Cospedal y Carmen Martínez Castro, fabricante de insidias al servicio del nuevo orden, que en lo esencial consistía en desmantelar el PP y, con permiso de PRISA, heredar a ZP.

Rajoy se dedicó a insultar en público a Pedro Jota y a mí -los únicos que le habíamos apoyado a él y a los diez millones de huérfanos del PP el 14M- repitiendo lo de "a mí nadie me dice lo que tengo que hacer", cuando tras su desaparición iniciática en la masónica México hacía todo lo que le mandaba Cebrián, ya con Soraya como embajadora permamente en PRISA y archicomisaria mediática, sin que la hermosamente fatua Cospedal viera lo que se le veía encima: ni más ni menos que el sorayato.

Pero, por de pronto, había que liquidar el PP vasco en la persona y el símbolo de María San Gil. Y Soraya, aún con Cospedal, diseñó un plan que consistía en enrarecer el clima de la Ponencia Política del Congreso hasta hacer saltar a San Gil y prepararle en el País Vasco una sucesión que no se notara mucho. Desde Génova se creó un ambiente contra San Gil que no se hubiera atrevido a firmar Rubalcaba. Por negarse a arriar la idea nacional del PP, recibió el sms de Soria "Arriba España", que repitió el aparato de insidias de Martínez Castro. Después, las tres chicas del ricino, filtraron que San Gil se oponía a Rajoy porque su medicación contra el cáncer la había vuelto loca. Y por último, fueron alternándose en la Prensa atacando a San Gil los puñales dorados de Fraga y los cuchillos cachicuernos de los verdugos ponentes: Soria, Sánchez Camacho y el monaguillo Lassalle.

El encargado de que San Gil saltara de la Presidencia del PP vasco fue Alfonso Alonso, el primero de los sorayos que hoy son Gobierno a la luz, Poder en la sombra y siniestro casi asegurado para el PP. El que fuera alcalde de Vitoria, diputado reciente e íntimo de Soraya, no se atrevió a disputarle la Presidencia a San Gil, pero maniobró astutamente utilizando viejos rencores provinciales e inconfesables ambiciones personales: los viejos Barreda y Quiroga se alternaron con los bebés Oyarzábal y Semper en el asedio y la insidia, hasta que un candidato de consenso, Basagoiti, sustituyó San Gil, tratando de dignificar las indignidades de Alonso.

Porque la decapitación de San Gil, entre mayo y julio de 2008, fue de una ferocidad y una vileza sólo superadas por la corrupción de la trama sorayino-alfonsesca. A cambio de seguir cobrando del partido, casi todos renunciaron al partido. Alfonsalonso, o sea, Soraya, demostró que había un heroísmo superior al de combatir a la ETA: renunciar al sueldo, al cargo, a la escolta, a la protección de Madrid. Ortega Lara dejó el partido; Otaola, se fue; Aznar y Aguirre se quejaron… y el PP nunca ha vuelto a ser el PP.

Ocho años después, ¿qué fue de los Barreda, Quiroga y Basagoiti? ¿Qué del Oyarzábal que insultaba a los medios de la derecha extrema de Madríd, para mayor jolgorio de la SER y El País, La Cuatro y La Sexta? Pues que recibieron tantos aplausos de sus enemigos como votos perdieron. El candidato a palos -no quería ir- del PP al Gobierno vasco, Alfonsalonso, puede conseguir, según las encuestas, 8 escaños. Menos de la mitad de los 17 que tenía el despreciable PP de la derecha extrema, el de Aznar, Mayor Oreja, Iturgaiz y San Gil. De aquel partido que era el orgullo de España queda una oficina de intereses que es la vergüenza de la política española.

¿Qué debió contestar Alonso a Pilar Zabala?

Y nada lo ha mostrado mejor que el espectáculo de Alfonsalonso, paradójico candidato del PP vasco -siendo su enterrador- en el debate electoral de ETB al recular cobardemente, como es norma en el rajoyismo de oficio y el sorayismo de beneficio, ante la candidata de Podemos, Pilar Zabala. Al preguntarle si la consideraba "víctima del terrorismo", el sorayo más sorayo de todos los sorayos, fue incapaz de decirle lo que le hubiera dicho cualquier representante del PP histórico: "mira, Pili Zabala: víctimas del terrorismo son el millar de personas asesinadas por la banda de tu hermano, muchos de ellos de mi partido, y los doscientos mil vascos que han tenido que dejar su tierra huyendo de la ETA. ¿Qué has hecho tú por sus víctimas? Tú representas a Podemos, que comparte con la ETA la destrucción de la nación española, razón por la que ETA asesinó a Goyo Ordóñez y tantos otros o torturó año y medio a Ortega Lara. A tu hermano, Pili, lo asesinó el Gobierno del PSOE, ese partido con el que os morís por pactar. Por el GAL, pregúntale al PSOE. Las víctimas del terrorismo etarra, a ti, víctima del PSOE, no tenemos que reconocerte nada".

Pero claro, el verdugo de lo que moral y políticamente significaba el PP vasco fue incapaz de recordar lo que cuando él pertenecía a ese partido y no a la banda de Soraya hubiera respondido de inmediato. Al revés: ante la treta de la podemita, Alonso balbuceó, negó la evidencia, leguyeleó como buen sorayo y, finalmente, enmudeció. Esos ocho segundos callado eran el precio de los ocho años de traición recompensada, del apuñalamiento en vísperas del congreso de 2008 de María San Gil. Sin embargo, los verdugos búlgaros viven su ocaso: Camps, Barberá, Soria, Arenas y Alonso son cadáveres políticos, enterrados o por enterrar, sin más futuro que su pasado, a veces inconfesable. Son sombras por el valle de la muerte de la ambición desmedida y el crimen sin castigo. Hasta que, de pronto, el castigo llega.

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