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Después de unas clases particulares de modernidad al contado a cargo del chileno Flores, de un cursillo de progresía intelectual en la cátedra ambulante de Tahar Ben Jelloun y de un doctorado en picaresca sorboniana para estudiantes de posgrado del PRI, Felipe González se ha lanzado de lleno a la predicación político-filosófica. Debutó en Santiago de Compostela, a cartera llena, y ha confirmado alternativa en Zaragoza, invitado por el Gobierno Aragonés. ¿No dicen que Aragón tiene sed? Pues, hala, cántaros de ambrosía intelectual. Paso al Maestro Ciruela, que no sabía leer y puso escuela.

Tres mandamientos resumen la teoría felipesca sobre el problema de la inmigración. El primero, de orden gnoseológico, es que no se resuelve "sólo cultivando la racionalidad sino el sentimiento". Sobre cómo se cultiva el sentimiento, especialmente los de odio y rencor, sabe mucho González. Son los habituales en los conflictos de tipo racial y cultural que provoca la inmigración incontrolada, pero no sabemos si eso es sentimiento para González. A lo mejor piensa que el sentimiento es lo de San Francisco de Asís.

Segundo mandamiento, esperable en alguien con trece años y medio de Gobierno a sus espaldas: seguridad jurídica. Quiere una ley de título único "en la que se trate a los extranjeros como a nosotros nos gustaría que se nos tratase fuera". A alguno le gustaría que se le tratase como a Sarasola en Colombia. Aunque no es lo que habitualmente se entiende por Estado de Derecho, ¿se refiere a eso González?

Tercer mandamiento, que se enriquece en dos: "aceptación de la otredad" y respeto a la "biodiversidad cultural". Creíamos que toda la diversidad cultural implicaba vida, o sea, que era "bio". Por lo visto, también se refiere a productos rigurosamente secos, como el pedrusco y, en menor medida, el corcho, hijo del alcornoque. Y en cuanto a la "aceptación de la otredad", majadería de bachillerato francés pasado por Guanajuato, o no significa nada o significa demasiado.

Pongámonos en lo peor: González quiere decir que hemos de acostumbrarnos a verle como al Otro, pero no el Otro, con mayúscula, de la teoría del sujeto lacaniana, el que funda el lenguaje, sino el otro de Zapatero. O sea, al que manda en el PSOE. Es la única parte de la doctrina que no nos coge por sorpresa, la verdad.

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