Ha sido llegar el PSOE al Gobierno, aunque sea con una mayoría escuálida y apoyado en IU y ERC (los dos partidos más radicalmente opuestos al sistema constitucional español), y ya se ha desatado el proceso clásico del socialismo cuando toca poder: es incapaz de limitarse a gobernar, está empeñado siempre en subordinar a sus intereses de partido los intereses del Estado y sigue obsesionado por pastorear España como una finca particular, incluido el derecho a desmembrarla y repartirla. Partido, Gobierno y Estado son lo mismo en el proyecto totalitario de la izquierda. Al fin y al cabo, son piezas de un mecanismo único: un régimen en el que aquellos que no están con ellos están contra ellos, en el que todos los que no comparten su proyecto político se convierten en ciudadanos de segunda, sin más derecho que el de pagar impuestos y sin otro deber que el de acatar las consignas de lo políticamente correcto. Toda opinión debe ir franqueada por el sello del nihil obstat que despacha el Estanco de Polanco y amenizada por los Coros y Danzas de RTVE. Luego vendrán las encuestas del CIS a refrendar las opiniones de los españoles, aunque no sean suyas; y lo que votan, aunque no lo voten. En los orígenes del socialismo real, Lenin dijo que la mentira puede ser una herramienta revolucionaria. En 2004, es la única que le queda a la izquierda. Mentira o propaganda.
Jueces y militares han sido los primeros sectores afectados por el sectarismo patológico del PSOE en su reestreno gubernamental. Y si en el ámbito judicial hemos de constatar los resabios totalitarios de esa masonería judicial dispuesta a torcer la letra y el espíritu de la Constitución para imponer leyes que son panfletos y panfletos que aspiran a leyes, en el militar estamos asistiendo, casi con la boca abierta, a la división de los generales por simpatías políticas, a la promoción y destitución de los más altos cargos mediante sinuosos procesos y aviesas campañas de opinión. En concreto, Bono no ha vacilado en manipular el dolor de las familias de los muertos en el accidente del Yakovlev para remodelar a su gusto la cúpula castrense y ha conseguido el dudoso honor de recuperar algo que en los jueces hacemos todos los días pero que en los militares no hacíamos desde el fracasado golpe de Estado del 23-F: dividirlos según sus simpatías políticas.