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Federico Jiménez Losantos

El racismo alemán humilla a España y destroza la UE

Duro es el golpe a España, pero mucho más duro a la UE, cuyo primer país, Alemania, respalda la destrucción física y legal del cuarto, que es España.

Duro es el golpe a España, pero mucho más duro a la UE, cuyo primer país, Alemania, respalda la destrucción física y legal del cuarto, que es España.
La ministra de Justicia alemana | EFE

No, no ha sido un juez de provincias, ni una instancia judicial mal informada por el Gobierno de Rajoy. Ha sido la ministra de Justicia socialista la que en una rueda de prensa, tan innecesaria que sólo podía ser deliberada, se comportó de forma insultante y ofensiva contra España, ciscándose en el principio básico de la creación de la UE, que es la inviolabilidad de las fronteras de los países miembros, un principio que se debe a la propensión alemana a invadir y masacrar a los países vecinos, la última vez en 1939. No ha sido la "decisión judicial" que acataron cobardemente Soraya y Catalá, porque la sentencia antiespañola fue respaldada y ampliada por el Gobierno. Y tampoco unas declaraciones "desafortunadas" como musitó penosamente Dastis, porque avalan una acción judicial que humilla a España y destroza cualquier principio de unidad judicial europea en los casos más importantes.

La Rieffenstahl socialista de Merkel

Repasemos las claves del discurso de la ministra germana, que a mí me recuerda a Leni Riefenstahl, la brillante cineasta nazi cuya obra maestra El triunfo de la voluntad tanto contribuyó a deificar a su admirado y admirador Adolf Hitler y, de paso, a retratar el fanatismo del pueblo alemán. Tras escapar de las ruinas del Reich Leni se dedicó a la filmación y disfrute de otra raza superior, en este caso negra, masai, en Africa Central; y murió casi centenaria, discretamente venerada en todas las filmotecas del mundo. La esbelta y racista ministra socialista Katarina Barley no tendrá su talento, pero sí su arrogancia. Lo que dijo fue nada más y nada menos que esto:

1. Que ya conocía antes de ser pública, y que compartía plenamente los argumentos de la sentencia del tribunal de Schleswig-Holstein. O sea, que el tribunal, sabedor de su importancia y gravedad, la había adelantado al Gobierno Merkel, que la ocultó aviesa y deslealmente al Gobierno español. No fue, pues, una decisión independiente, sin prever su efecto político. Los jueces de esa región tuvieron previamente el respaldo del Gobierno alemán.

2. Que sobre negarse a cumplimentar la euroorden por el delito de rebelión -lo único que debía hacer el tribunal, sin entrar en el fondo del asunto, que no es de su incumbencia según los acuerdos de la UE, "no le será fácil" al Gobierno español "probar el delito de malversación". Como si fuera el Gobierno y no el Tribunal Supremo, máxima instancia judicial, el encargado de calificar los delitos de un prófugo de la Justicia española, es decir, que la ministra, léase Gobierno alemán, comparte lo que los golpistas catalanes dicen del Estado Español: que no es una democracia. Si no lo es y no respeta los principios fundamentales de la UE, sorprende que la ministra pro-golpista alemana y los propios forajidos golpistas esperen que respeten, sin embargo, lo que decida un juzgado alemán, con su Gobierno detrás. ¿Ha de ser España un protectorado alemán para considerarse Estado de Derecho? Para el Gobierno alemán, evidentemente, sí. Y para sus jueces, también.

3. Para que no haya duda al respecto, la ministra alemana comunica al Estado racial y políticamente inferior —la aceitosa colonia sureña llamada España— que si no demuestra —y ya ha adelantado que le será muy difícil— la malversación de fondos públicos, Puigdemont "será libre en un país libre, que es la República Federal Alemana". Está claro que para la máxima autoridad en materia de Justicia del Gobierno alemán, ni España es libre ni, por tanto, merece ser un país, así que resulta moralmente imperativo que Alemania dedique todo su esfuerzo a destruirlo. Como el propio Pigdemont.

La raza superior sí tiene derecho a combatir el separatismo

Oportunísima para entender la Leyenda Negra contra España es la exposición que esta semana presentó María Elvira Roca sobre Lutero en Alcobendas, porque el fundador del protestantismo lo es también del racismo alemán moderno, que culmina en Hitler pero se alarga hasta Katarina Barley, criatura anglo-germánica que no oculta el secular desprecio de los países reformistas a los católicos, cuyo gran exponente era España. Aquí no quedan casi católicos ni allí protestantes, pero el racismo contra el Sur sigue intacto.

El racismo protestante —ferozmente antisemita desde Lutero y Calvino— contra los españoles no era sólo por ser católicos, sino por tener sangre judía, lo mismo que decían los padres del nacionalismo catalán, que los españoles somos muy judíos. Hace poco escribía Junqueras que los catalanes tenían un ADN más parecido al francés que al español. No se atrevió a decir que eran arios puros. Ahora tal vez se atreverán, porque el IV Reich ha iniciado la desmembración de Europa que el III llevó al paroxismo. En Memoria del Comunismo cuento que una de las hazañas hitlerianas que desembocaron en la II Guerra Mundial, la anexión de los sudetes, fue saludada por Companys y Aguirre como "un triunfo de la autodeterminación de los pueblos", y le enviaron un caluroso telegrama de felicitación a Chamberlain por permitirla. La historia no se repite, pero a veces se parece horrores.

¿Por qué digo que lo de la socialista Katarina Barley es racismo puro? Porque para la izquierda europea la libertad y la democracia, cuya garantía es el Estado de Derecho, no es natural en los países o razas inferiores, eslavos y católicos, sobre todo hispanos. Carlos Rangel explica en Del buen salvaje al buen revolucionario cómo anglosajones, alemanes y franceses defienden para Iberoamérica las dictaduras comunistas que para sus países rechazan. Creen que para Cuba, Nicaragua, Colombia o Venezuela, como para España en 1936, el imperio de la Ley, el Estado de Derecho son productos exóticos para los que nunca estaremos realmente preparados. Una dictadura con toques pintorescos, atractivos para el turista político, es más que suficiente.

El recuerdo político-legal de Sosa Wagner

La prueba de que sólo el racismo político de la izquierda europea, perfectamente representado por la socialista Barley, explica la miserable agresión no de un juzgado de Shleswig-Holstein —insisto— sino del Gobierno alemán contra España y la UE, es que el tribunal constitucional de Karlsruhe condenó tajantemente, y hace bien poco para que un juez pueda olvidarlo, un referéndum para la independencia de Baviera. Lo recordó ayer en El Mundo el eurodiputado Francisco Sosa Wagner en un artículo formidable: El horror de Schleswig-Holstein, del que transcribo estos párrafos esenciales:

(…) ustedes, señores de mohosas togas de Schleswig-Holstein, han considerado que un proyecto de secesión como el de Cataluña que implica violar el texto constitucional y además —¡una bagatela!— alterar las fronteras de un país europeo, es asunto menor y que desde luego no es motivo para mantener en prisión a su autor y entregarlo a los jueces y tribunales españoles. Y todo en virtud de una confusa argumentación, propia no de juristas sino de rábulas, sobre la inexistencia de violencia que ustedes por supuesto no aceptarían si de analizar una alta traición (Hochverrat) se tratara.

¿O es que no recuerdan ustedes la celeridad con la que el Tribunal Constitucional de Karlsruhe zanjó la pretensión de celebrar un referéndum en Baviera (2 BvR 349/16)? Lo hizo con estas escuetas palabras contra las que no creo que ninguno de ustedes se revolviera: "En la República Federal de Alemania, Estado nacional fundamentado en el poder constituyente del pueblo alemán, los Länder no son señores de la Constitución. En la Constitución no existe ningún espacio para las aspiraciones secesionistas de los Länder. Son contrarias al orden constitucional".

Tan clarito es lo que he tratado de contar que me inclino a pensar que su disparatada decisión —sea dicho con el máximo de los respetos— es el fruto, por un lado, de su ignorancia de lo que significan España y el orden establecido en los Tratados europeos; por otro, del hecho de que viven ustedes en una burbuja periodística y televisiva en la que prácticamente no han tenido cabida más que las tesis de los secesionistas catalanes.

Al siempre educado Sosa Wagner le faltó añadir: y porque ustedes son unos racistas siniestros, que desprecian para España lo que defienden para Alemania: fronteras seguras, orden constitucional y defensa de la integridad nacional garantizados por la cooperación internacional de la UE. ¿No apoyó España la reunificación de Alemania pese a la oposición de las Francia y Gran Bretaña? ¿Y así nos lo pagan? ¿Diciendo que en 340 actos violentos no hay violencia? ¿Porque pegan a policías españoles? ¿Esto es cooperación entre democracias o repugnante racismo político? Para mí no hay duda: puro racismo, desprecio del grande al chico, del rubio al moreno, del izquierdista al español, que sólo si es comunista deja de ser franquista, en todo caso fuera de las delicatessen democráticas de los arios civilizados.

Si la UE no condena a Alemania, que disfrute el IV Reich

Duro es el golpe a España, pero mucho más duro a la UE, cuyo primer país, Alemania, respalda la destrucción física y legal del cuarto, que es España. Y no es sólo culpa de Rajoy, aunque si tuviera decencia, tras el estrepitoso fracaso internacional de su política ante el golpismo catalán, dimitiría de un cargo del que pocos dudan que para él es sólo el parapeto ante el banquillo. La oposición con una cierta idea de España, es decir, Ciudadanos, debería poner en marcha no sólo una moción de censura para echar al Gobierno y convocar elecciones, sino una campaña internacional —aquí quiero ver a Macron— para que la UE desautorice a Alemania y defienda nítidamente la integridad nacional española. Y si no, que disfruten otros del IV Reich. Al final, si no nos defendemos nosotros, en esta Europa nadie nos defenderá.

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