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Federico Jiménez Losantos

El turbante terrorista en España es una boina sobre una capucha

Madrid acaba de vivir la mayor matanza de ciudadanos indefensos desde los asesinatos en masa de Paracuellos, durante la Guerra Civil, cuyo máximo responsable y pese a que su culpabilidad ha quedado archiprobada al abrirse los archivos soviéticos, sigue dictando lecciones de ética política desde la Cadena SER. Antes de Paracuellos, habría que remontarse a la degollina perpetrada por la soldadesca napoleónica contra el pueblo de Madrid para encontrar un crimen de tan atroces dimensiones. Pero nadie podrá decir que no se veía venir. Nadie podrá decir que el Gobierno no venía avisando.
 
ETA lo había intentado dos veces en los últimos meses: el día de Nochebuena en la estación de Chamartín y hace solo una semana, cuando fueron capturados dos etarras con media tonelada de explosivos camino de Madrid. El héroe de Perpiñán, el miserable sujeto que consiguió por fin que “antes de atentar contra España, ETA mirase primero el mapa”, sus compañeros de Gobierno en Cataluña del PSC e ICV y, por supuesto, el PSOE de Zapatero, no han vacilado en estos últimos días en emular al consejero de Justicia del Gobierno Vasco, Joseba Azkárraga, que dando una prueba más de su condición moral y política no vaciló en descalificar la extraordinaria actuación de la Guardia Civil ni en dudar de la gravedad del peligro terrorista en Madrid como si fuera un hecho de propaganda electoral del Gobierno. El PSOE, con Rodríguez Ibarra a la cabeza, secundó la hazaña del separatista vasco, y es que nada se parece más a los que disculpan a la ETA que los que disculpan los crímenes del GAL, aunque no sean crímenes idénticos. Lo idéntico es la indignidad moral y en eso no hay vencedores: todos llegan primero.
 
En estas circunstancias, nuestra posición política es la misma que hemos mantenido en nuestros cuatro años de vida: defensa inquebrantable de la Nación y de la Constitución; y, por tanto,  respaldo inequívoco al legítimo Gobierno de España y a las instituciones que representan la soberanía de este pueblo español, masacrado por el terrorismo. Desde ese respaldo, insisto, sin fisuras al Gobierno de Aznar y a sus ministros, y muy en especial al ministro del Interior y a las Fuerzas de Seguridad del Estado, tenemos que alertar sobre la evidencia de que los etarras, como puso de manifiesto Otegui apenas conocido el atentado, y sobre todo sus cómplices, tanto de Perpiñán como de Estella, han puesto en marcha una campaña de intoxicación informativa que busca atribuir la masacre al terrorismo islámico para ocultar las responsabilidades de los comunistas, socialistas y separatistas que han pactado el protectorado etarra en Cataluña y, de paso, achacarle los muertos al Gobierno a cuenta de la Guerra de Irak. Y nos habría asombrado, o directamente espantado la torpeza del Ministerio del Interior en el día de ayer para hacer frente a esta campaña si no conociéramos la absoluta incapacidad del PP para entender los mecanismos más elementales de la comunicación y de la propaganda, hecho que no está reñido con una absoluta claridad de ideas y una voluntad inquebrantable en defensa de España y sus libertades, que es lo fundamental.
 
No vamos a insistir en la crítica porque ni es el momento ni sería justo. Sí le pedimos al Gobierno que no improvise ante las cámaras, que no se aflija inútilmente y que no se atonte en público como en él es costumbre. Las ideas claras necesitan mensajes claros, y no enredarse en circunloquios ni curarse en salud informativa ante no sabemos qué doctores. Las ideas y mensajes deben transmitir a la ciudadanía una firmeza implacable en la lucha contra el terrorismo separatista vasco, que era nuestro peor enemigo antes de la masacre de ayer y seguirá siendo nuestro peor enemigo después de enterrar a los muertos. Que se siembren pistas falsas para despistar a la policía o que el terrorismo islámico, tan necesitado de propaganda como la propia ETA, se atribuya el atentado no significa absolutamente nada. Los datos siguen siendo los que son: ETA ha tratado ya de provocar una masacre en una estación de Madrid y con el mismo modo de actuación que en Nochebuena, lo ha conseguido. Punto.
 
Es natural que los que no tienen la conciencia limpia o, sin tener conciencia, temen por sus resultados electorales el domingo, traten de arrojar los muertos de ayer a los pies del Gobierno. Si encima pueden ocultar sus pactos de Estella y Perpiñán en la guerra de Irak, miel sobre hojuelas. Hemos visto ya de lo que es capaz la Izquierda a la hora de manipular los vivos y los muertos. Ninguna abyección puede en ellos sorprendernos. No obstante, ¿sería mucho pedir al Gobierno de la Nación que no colabore con sus enemigos?  No sólo porque sean suyos sino porque son y van a seguir siendo los de España y los de la libertad. Que sean etarras criados en el catolicismo, convertidos al Islam o paganos doctos en sacrificios humanos no altera lo sustancial: hay que destruirlos. Esperemos que la pavorosa mediocridad intelectual y la probada nulidad política de los medios informativos gubernamentales no convierta una jornada de lucha implacable contra el terrorismo en un día de confusión nacional, donde los criminales puedan eludir su responsabilidad y los políticos responsables acaben pidiendo excusas en vez de exigirlas a los titiriteros equidistantes y a los dialogueros miserables. El turbante terrorista en España es una boina sobre una capucha. Y hay que acabar con el terrorismo de boina y, por supuesto, de turbante. En Madrid, en Manhattan, en Bagdad, en Caracas, en Jerusalén o en La Habana. Es una guerra, sí, contra nuestra nación y nuestra civilización, donde tiene un papel fundamental la propaganda, “el otro nervio de la guerra” en definición famosa del infame Napoleón. Pero por eso mismo, porque nos va la vida y el honor en ello, porque nos jugamos la dignidad y la libertad, no podemos perder. Cueste lo que cueste, vamos a ganar.

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