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Federico Jiménez Losantos

El último villancico de Mariano Rajoy

Seguramente poseído por un egoísmo suicida, aunque con intención de "suicidar" a sus enemigos, Rajoy nos obliga a votar cuando menos nos apetece.

Seguramente poseído por un egoísmo suicida, aunque con intención de "suicidar" a sus enemigos, Rajoy nos obliga a votar cuando menos nos apetece.
Mariano Rajoy en un mitin en Valencia | PP/Tarek

Con los tres días de recuento del voto por correo, a poco que sea reñido el resultado de las elecciones del 20 de Diciembre, no conoceremos el nuevo Gobierno hasta el día de Nochebuena, que para muchos será malísima. Y si los resultados son ajustados y hay que negociar alianzas, que es lo más probable, puede que sean los Reyes Magos los que depositen en los zapatos de los partiditos políticos, que habrán dormido mal la Noche de la Ilusión, el nombre del Presidente y el de los ministros que habrán de afrontar la más difícil coyuntura de la nación española desde la Guerra Civil.

Y digo la situación más difícil desde la Guerra y no desde la muerte de Franco porque entre Noviembre de 1975 y Junio de 1977 cabía dudar -y dudábamos- sobre la naturaleza del Gobierno por venir o del régimen por llegar, pero no había duda sobre la continuidad nacional. No sabíamos si después de enterrar a Franco tendríamos dictadura, dictablanda, democracia orgánica, democracia popular o, simplemente, democracia como las del resto de Europa Occidental. Lo que sí sabíamos es que lo que hubiera, sería en España, porque nadie dudaba de la fortaleza de la nación, aunque era más que posible que cambiase la forma de Estado.

Para ser precisos, esa continuidad del Estado nacional español sólo la ponían en duda los terroristas de la ETA, del FRAP, del GRAPO o del hoy olvidado y entonces importante grupo terrorista canario MPAIAC, que aunque contaban todos ellos con apoyo directo -o vía Argelia- de la URSS o de países comunistas como China y Albania tenían escasísima fuerza. Los separatistas del PNV, que confiaban en la Iglesia y en la CIA, y los de la Esquerra, que, salvo Tarradellas, mantenían con Heribert Barrera las viejas ensoñaciones racistas del doctor Robert, pintaban muy poco. Parecerá raro hoy, pero tenían entonces más presencia y organización los carlistas en sus dos ramas, la ultraderechista y la socialista de Carlos Hugo, que casi todos los separatistas y comunistas a la izquierda del PCE. La Transición hasta la democracia, si se hacía, sólo podría llevarse a cabo desde el Movimiento, con el PCE y los demás partidos esperando que los militares acataran la última orden de Franco: apoyar al Rey y mantener la unidad del Ejército y de la Nación. El régimen del 18 de Julio era el punto de partida. No el final.

40 años sin Franco, 40 de libertades... y vuelta a empezar

Hace casi exactamente 40 años, cuando el 20 de Noviembre de 1975 murió Franco, el grueso del franquismo estaba políticamente encuadrado en el Movimiento Nacional o Partido único, que además contaba con el apoyo del Ejército vencedor de la Guerra Civil, –la UMD, pequeña organización izquierdista, nunca tuvo fuerza en los cuarteles-, de la Guardia Civil, de la Policía Armada y de la temida Brigada Político-Social o policía política. Si el franquismo no hubiera querido evolucionar hacia la democracia, España habría entrado en una larga y cruenta era de terrorismo y guerracivilismo. Se impuso en los vencedores de la guerra y en los vencidos la voluntad de reconciliación. Se disolvieron voluntariamente las Cortes franquistas. Se legalizó al Partido Comunista, única fuerza organizada en la Oposición, y a todos los partidos ilegalizados tras la guerra civil o de nueva creación. Se promulgó una amnistía para todos los presos políticos, terroristas incluidos. Se celebraron, en fin, elecciones democráticas en junio de 1977, sólo año y medio después de la muerte del dictador. De la ley a la ley. Sin represalias.

Adolfo Suárez vota con su mujer en 1979

De ese milagro de civismo hace casi cuarenta años. Desde el final de la guerra civil, Franco estuvo en el Poder treinta y siete años. Llevamos ya, por tanto, treinta y ocho de régimen constitucional, tras el referéndum de 1978 en que el Pueblo Español, depositario único de la Soberanía Nacional, votó de forma aplastantemente mayoritaria el texto consensuado por los cinco partidos que obtuvieron mayor representación en las Cortes elegidas democráticamente en 1977, que fueron UCD, PSOE, AP, PCE y CDC. Desde entonces, salvo el intento de golpe del 23F y el golpismo terrorista continuo de la ETA, Terra Lliure y otros grupos separatistas, España ha celebrado elecciones legales libres aproximadamente cada cuatro años.

Los seis presidentes de Gobierno elegidos por el parlamento, todos ellos de los partidos que habían ganado las elecciones–Suárez, Calvo-Sotelo, González, Aznar, Zapatero y Rajoy-, han jurado guardar y hacer guardar la Constitución, que se basa en la unidad de la Nación Española y en la soberanía del Pueblo Español. Pues bien, justamente eso, la unidad nacional y la soberanía del Pueblo Español, es lo que esté en juego o en peligro en las elecciones del 20 de Diciembre. ¿No era, pues, deseable, exigible, moralmente obligatorio buscar la forma de que participase en ellas el mayor número posible de españoles? Más que en ninguna otra ocasión. ¿Y qué ha hecho el hombre que tenía la capacidad de convocarlas? Hacerlo en las fechas que más obstáculos presentan al ejercicio del voto ciudadano.

Los cuatro primeros presidentes españoles desde la Transición

El último villancico

Las razones de Rajoy para perpetrar esta afrenta a la democracia y a la ciudadanía, esta burla a la legalidad, que no sólo es letra sino espíritu, no hacen al caso. ¿Búsqueda de una menor participación para perjudicar a la Oposición, esperanza en el agradecimiento pancista de la paga de Navidad, confianza en la creación de nuevos puestos de trabajo, afianzamiento de la idea de que, gracias al Gobierno, no pasa nada, ni siquiera en Cataluña, y que podemos esperar el Gordo del 22, el pavo del 24 y las uvas del 31? ¿Quién sabe lo que pasa por la cabeza del Presidente del Gobierno? ¿Y ya, a estas alturas, qué más da?

Rajoy en la entrevista donde anunció la fecha del 20D

Seguramente poseído por un egoísmo suicida, aunque con intención de "suicidar" a sus enemigos, Rajoy nos obliga a votar cuando menos nos apetece, a tomar partido cuando cumple perdonar, a dividirnos cuando deberíamos juntarnos, a quedarnos cuando querríamos irnos, a no hacer lo que hacemos en Navidad sino lo que a él le da la gana. Pero el 24, contados ya los votos por correo, dándole a la zambomba, al almirez o al tenedor y a la botella de Anís del Mono, los pastorcillos sin escaño, las lavanderas sin río y hasta el barbado Herodes, desahuciado de su castillo, cantarán el último villancico:

El Gobierno se nos viene,
el Gobierno se nos va,
y nosotros nos iremos
y no volveremos más.

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