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Aunque digan de vez en cuando que esto son sólo unas elecciones municipales y autonómicas, y aunque oficialmente lo sean, está claro que la izquierda las ha planteado como un plebiscito sobre la continuidad del PP en el Gobierno. Y a estas alturas de la campaña es también evidente que Aznar ha aceptado el reto, e insiste en que lo que finalmente voten los ciudadanos sea la capacidad de “la coalición Zapatero-Llamazares” para constituirse en alternativa de Gobierno al PP.

El riesgo de esta estrategia es enorme para ambos contendientes. Para el PP, en primer lugar, porque si cosecha una derrota abultada (nada extraño si se piensa que en las pasadas municipales sólo ganó al PSOE por 40.000 votos y que debe hacer frente al desgaste lógico que trae consigo el uso y, en ocasiones, el abuso del poder), la sucesión de Aznar se hará a empujones, a contrapié y a la desesperada, transmitiendo una sensación de improvisación y urgencia que favorecerá muy poco sus posibilidades de continuar en la Moncloa.

Pero no es menor el riesgo del PSOE. Al jugárselo todo a la carta plebiscitaria, riesgo que asumió Zapatero al apostar por la desestabilización del Gobierno e incluso del sistema con la excusa de la guerra de Irak, el candidato del PSOE puede quedar no sólo derrotado políticamente sino moralmente descalificado y colocado en pésimas condiciones para llegar a la Moncloa en marzo de 2004. No es aventurado pensar que una derrota supondría la liquidación del actual equipo dirigente del PSOE, al que se achacarían, inevitable e implacablemente, la inmadurez, el aventurerismo, la endeblez ideológica y todas las demás características que son evidentes en la política de Zapatero, pero, conviene recordarlo, sólo desde que aceptó protagonizar el guión escrito por el rencor de González y el sectarismo de Polanco. Y el símbolo fue la eliminación de Redondo Terreros. El resto, desde el chapapote hasta el pancarterismo antiamericano, ha sido la lógica aunque extremada continuidad de esa apuesta contra Aznar a todo o nada.

No es la primera vez que unas elecciones municipales cambian dramáticamente la vida política nacional. Pero sin recordar 1931, es evidente que la izquierda ha elegido el terreno y las condiciones del combate. La derecha simplemente ha aceptado el envite. Y que casi todo lo que resulte del 25-M tendrá poco de autonómico y nada de municipal. Que se supone que es lo que se vota.

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