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Federico Jiménez Losantos

En Colombia siempre es 11 de Septiembre

El día de la toma de posesión de Álvaro Uribe como Presidente de Colombia, la narcoguerrilla de las FARC bombardeó con cohetes el Palacio donde tenía lugar la ceremonia y aunque no mató al Príncipe de Asturias ni a ninguno de los presidentes iberoamericanos que acompañaban a Uribe en aquel luctuoso bautizo, mató a un veintena de mendigos que acampaban en un barrio de chabolas a espaldas de la Presidencia. Apenas una docena del centenar y medio de cohetes preparados por las FARC estalló. De otro modo, salvo que alguno de los altos dignatarios extranjeros hubiera resultado muerto o herido, habrían sido doscientos o dos mil los cadáveres. Pronto enterrados y ya olvidados. ¿Qué son dos mil muertos en un país que entierra a más de treinta mil al año, que tiene a miles de secuestrados, que no cuenta ya el número de crímenes comunes, porque nada hay más común en Colombia que el crimen?

Y sin embargo, lo que más preocupa a la Prensa internacional en el mandato de Álvaro Uribe no es que consiga sacar a su país de la categoría de matadero universal, capital del narcotráfico y paraíso de la guerrilla totalitaria comunista. Lo que ya en vísperas de esa ensangrentada toma de posesión preocupaba al “New York Times” y la prensa internacional, entre ella a los diarios españoles, es que Uribe pudiera “poner en peligro las libertades democráticas” en su anunciada lucha sin cuartel contra la guerrilla, propósito en el que le ha respaldado el 70% de los votantes colombianos, incluso a espaldas de los dos grandes partidos tradicionales. El influyente diario judío, paradigma de la izquierda estadounidense, llegó incluso a atribuir a Uribe relaciones con los paramilitares antes de ganar la presidencia. Bien es verdad que lo hacía con una de esas retorcidas fórmulas con que la prepotencia editorial y la malevolencia política se creen dispensadas de dar un dato o una sola prueba a cambio de que sus insinuaciones se queden en simple difamación. Por cierto, que una de las tareas más eficaces que el brillante periodista y ahora ministro Francisco Santos podría llevar a cabo es tratar de procesar por difamación a cuantos en Estados Unidos y Europa sirven de altavoz a la guerrilla comunista con el pretexto de la defensa de los derechos humanos. De los derechos que pisotea la guerrilla que la izquierda en general y la progresía periodística en particular defienden o disculpan.

Una fórmula particularmente abyecta ha usado la prensa internacional a propósito de las primeras medidas de emergencia promulgadas por Uribe: “habrá que vigilar que no se conculquen las libertades...” ¿Y qué han vigilado estos escuadrones periodísticos cuando las vidas de los colombianos eran segadas por decenas de millares al año? ¿Qué han escrutado cuando la guerrilla secuestra, tortura y asesina cargos públicos? ¿Qué han investigado cuando fuerzas políticas legales se han dedicado al turismo revolucionario en la “zona de despeje” o en cualquier otra zona controlada por la guerrilla de Tirofijo? Nada, por supuesto. Ni un caso. Simplemente admiten todas las denuncias de fuentes guerrilleras que han entendido que con señalar desde algún “Comité de Derechos Humanos” a un militar eficaz o a un político decente bastaba para que la burocracia de los USA, de la UE o de la ONU, ese paraíso de onerosa iniquidad, asumiera la difamación y eliminara al molesto enemigo del crimen, a cambio de seguir supuestamente “apoyando” a Colombia.

En Colombia, todos los días es 11 de septiembre. Incluyendo el día después, cuando a las víctimas se les culpa por serlo y a los verdugos se les disculpa por haberlo sido. No es simplemente el paraíso del terror sino su escaparate internacional. Pero el terror no es sólo la muerte, es también la propaganda. ¿Están dispuestos los USA o España a hacer contra el crimen y su publicidad en Colombia lo mismo que hacen contra su terrorismo? ¿O acaso creen que la vida de un colombiano vale menos que la de un periodista del New York Times? Por desgracia, es así. Pero por el bien de Colombia y no sólo de Colombia nunca deberíamos acostumbrarnos a ello. Hay que ayudar a Uribe a ganar la guerra, no tratar de impedírselo. Pero más vale que los colombianos se dediquen a ganarla ellos solos con los pocos amigos de verdad que tienen. Ya vendrá luego cierta prensa internacional, tan engreída como liberticida, a felicitarlos bastante y regañarlos un poco, por sus “excesos” en la lucha contra el crimen. Ellos nunca se “exceden”. Salvo en el racismo y la hipocresía.

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