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Las explicaciones de la ministra de Sanidad sobre el "peligro para la salud pública" que presumiblemente supone el aceite de orujo de oliva no habrán convencido a nadie que no estuviera previamente convencido de que cualquier cosa que diga el Gobierno es cierta, y además atinadísima. Los que hayan seguido con la natural perplejidad al principio y con creciente irritación después el improvisado, epiléptico, errático, irresponsable y ruinoso comportamiento del Ministerio en este asunto estarán más convencidos que nunca de que el primer peligro para la salud pública española está afortunadamente localizado, pero es desgraciadamente inaccesible: se trata de doña Celia Villalobos de Arriola, todavía al frente de la cartera de Sanidad.

El Gobierno no ha dicho en qué consiste exactamente ese peligro para la salud del benzopireno. No ha dicho, porque no puede decir, cuál es el límite de peligrosidad, ni cuál y por qué es el que deberá cumplir en el futuro. Tampoco ha dicho por qué razón alimentos o productos de consumo que tienen mucho más benzopireno que el aceite de orujo, como el tabaco, la carne a la brasa, el pan o los ahumados, no suponen peligro para la salud pública y el aceite de orujo, sí. Como explicó nada más empezar la crisis López Campillo en Libertad Digital, el desconocimiento de los datos científicos, añadido a la psicosis generada por el Gobierno a través de los medios de comunicación, ha creado una situación absurda, en la que se ha retirado de la circulación un producto por razones improvisadas y que no se pueden explicar. O que sólo se explican por una síntesis de idiocia e irresponsabilidad.

Peor todavía: el Gobierno está filtrando a medios de comunicación afines datos sobre un supuesto forcejeo desde hace meses de Sanidad con los responsables del sector, pero sin datos concretos que se refieran a lo único que preocupa a los ciudadanos y debería preocupar al Ejecutivo: el peligro real para la salud. Lo que ha dicho el Gobierno no tiene nada de científico, no aclara sino que enturbia aún más la situación y agrava más si cabe el inmenso perjuicio que la irresponsabilidad de la ministra ha supuesto para el sector oleícola, que ha retrocedido en tres días lo que le había costado avanzar treinta años.

El Gobierno seguirá con la matraca propagandística de su vocación y capacidad de diálogo, emanación del centrismo que lo embarga, informa y caracteriza. Nadie nos librará del triunfalismo disfrazado de humildismo con que nos abruman los michavilas, acebes, aparicios y demás hércules de la moderación. Este episodio ha vuelto a demostrar que la única ideología que impregna a buena parte del Gobierno Aznar, singularmente la más "progresista", es la de salvar el cargo a toda costa, húndanse España y el Orbe a cambio. Pero debemos reconocer que tras provocar un cataclismo general para evitar un dolor de cabeza particular, doña Celia puede presumir, con razón, de ser la única ministra de Sanidad europea que ha conseguido cargarse la dieta mediterránea. Ya la puede echar Aznar: Koipe la recogerá. Y también acabará asesorándola Arriola.

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