Menú

Antes de que estallen las bombas, en los medios de comunicación de todo el mundo y en la opinión pública de los grandes países occidentales ha estallado el rumor, corre el bulo, reina la alarma. Por poner un ejemplo del que soy testigo, en “La Linterna” tuve el martes noticias fehacientes de que el miércoles se iban a bombardear simultáneamente Bagdad, Trípoli y Jartum, además de instalar una cabeza de puente aéreo en las afueras de Kabul y otra en la zona sur de Pakistán. Al día siguiente, me dieron con absoluta seguridad la primicia de que el jueves iba a ser bombardeado el sur de Marruecos, zonas de Argelia, Libia en general y Afganistán en particular. El jueves todo seguía igual, discursos aparte, pero pude saber por fuentes de toda solvencia –según mis informantes- que Libia, Bagdad y Kabul serían atacadas de inmediato y que podría instalarse una base conjunta ruso-americana en la frontera norafgana, precisamente la misma que hace años cruzó para luego descruzar derrotado el temible Ejército Rojo, fundado por Trotski en los albores de la URSS y que pereció en aquellos montes tras años de terrible sangría. Nada de eso se cumplió. Pero es evidente que la industria del rumor atraviesa momentos esplendorosos y que en los medios de comunicación deberemos armarnos de paciencia para no adelantar el notición... que desemboque en el más espantoso ridículo.

Sin embargo, hay un mecanismo del rumor que no responde a la incertidumbre y la falta de noticias sobre lo que necesariamente, más pronto o más tarde, ha de pasar –la intervención político-militar de los Estados Unidos- sino que nace del terror realmente vivido y que, con los criminales sueltos, bien podría repetirse, corregido y aumentado. Es lo que hizo cundir el pánico en Toulouse el pasado viernes, cuando el gravísimo accidente industrial provocado por algún error en la manipulación de elementos químicos se tomó por una ataque con armas bacteriológicas o incluso atómicas a vista de la nube tóxica que se alzó ante los espantados ojos de los franceses de la zona. Y es también el temor que en Boston, Chicago o Nueva York está provocando ataques de pánico precisamente ante la posibilidad de que lo mismo que se preparó minuciosamente el ataque múltiple del Once de Septiembre, esté también preparado el resorte de venganza ante el previsible contraataque norteamericano. Lo posible y lo inevitable se confunden, el rumor y la conjetura se alimentan mutuamente, el terrorismo planetario, en fin, asoma su segunda faz: la de la proliferación del miedo una vez sembrado en las muchedumbres. Ese terror generalizado es lo que demuestra el inmenso daño de las masacres del Once de Septiembre y el que legitima todavía más, si falta hiciera, esa respuesta implacable, continuada, aplastante, ejemplarizante que los agresores merecen y que los agredidos necesitan. Y los agredidos, conviene recordarlo, somos todos.

En Opinión