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Ni podemos ni debemos olvidarlo. Hemos asistido en la tarde del 11 de septiembre del año 2001 al más solemne desafío que el terrorismo islámico haya hecho nunca a una sociedad occidental. Hemos visto con nuestros propios ojos cómo se hundían entre las llamas las Torres Gemelas de Nueva York, hemos visto arder el Pentágono, hemos visto el humo del coche bomba ocultando la fachada del Departamento de Estado, hemos visto al presidente del Estado más poderoso de la Tierra responder prácticamente desde la clandestinidad a un poder, el del terrorismo, que ha creído que la sociedad occidental es incapaz de defenderse. Y que al Gran Satán, a los Estados Unidos de América, se le puede golpear a la vez en su centro comercial y civil, en su centro militar y en su centro diplomático, sin temer las consecuencias. Hasta ahora, han tenido razón en no temerlas. Si después del 11 de septiembre no las temen, preparémonos para el entierro de la civilización occidental. O para muchos entierros que no sólo serán de personas sino de los valores que configuran la idea misma de persona, la idea de civilización.

Muchas veces es necesaria la guerra y entonces es justo hacerla. El terrorismo es una forma de guerra que debe combatirse tanto política como policial y militarmente. No es posible que una banda terrorista pueda llevar a cabo con sus solas fuerzas un atentado múltiple como el del 11 de septiembre en Nueva York y Washington. Hacen falta estados terroristas que actúen con y como bandas terroristas. Esos estados deben ser, sencillamente, destruidos. No hay “Estados gamberros”, hay criminales con ínfulas políticas que hay que cazar y exterminar. Nunca los Estados Unidos han sido puestos a prueba como ahora, en tanto que única gran potencia militar occidental. Por el bien de todos nosotros esperemos que la respuesta, suya y de sus aliados, sea inequívoca, implacable, aplastante, duradera. A la civilización, a nuestra civilización, le han declarado la guerra sus enemigos. Inmediatamente, sin más preámbulos, hay que ponerse al trabajo para acabar con ellos. Sencillamente, hay que ganar esta guerra.

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