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Federico Jiménez Losantos

Hoy con Zapatero como ayer con Barrionuevo

Los que no conozcan la historia del felipismo –tan cercana aún y tan poco recordable- no entenderán la impresión intelectual que producen las machadas vocales de González en los últimos tiempos. Que el mismo tío que mandó a soldados de reemplazo, a Serra y a Marta Sánchez a luchar contra Sadam Husein, por supuesto a las órdenes militares y políticas de Bush (padre, peor que el hijo), se disfrace ahora de mariachi revolucionario y hable despectivamente de “los gringos”, sonrojaría al mismísimo Javier Sardá. Que el tío que permitió que su ministro del Interior fuera juzgado y condenado por los crímenes del GAL, negándose a asumir él la responsabilidad política y penal que sin duda tenía, sea capaz de presentar el libro de la paranoia carcelaria de quien pagó por él (pocas semanas, porque Aznar lo indultó casi de inmediato) sonrojaría al mismísimo Fidel Castro, arquetipo de embustero patológico y de cara de hormigón armado.

Lo de González sólo tiene un mérito y es que alimenta razonablemente la esperanza de una instalación del PP en la Moncloa casi indefinida. Pero eso mismo es una tragedia, porque se carga la posibilidad de que el PSOE sea alternativa, con lo que la democracia española queda herida del ala. Por supuesto, mientras siga el PSOE como está, con el líder espiritual de traficante de influencias entre Slim y Kirchner, bendito sea Mariano.

Sólo hay un aspecto en la aparición desvergonzada de González junto a Barrionuevo (qué presentes tan distintos, partiendo del mismo pasado) que llama la atención y es su forma pública y ostentosa de apadrinar, proteger y dar calor a Zapatero, que es idéntica a la que exhibió con Barrionuevo hasta en la cárcel de Guadalajara. Mucho abrazo, pero Barrionuevo entró por él. Mucho respaldo, pero sigue hundiendo a Zapatero. El abrazo del oso era un respingo de damisela ofendida al lado de los abrazos de González. ¡Y pensar que estuvo trece años y medio en La Moncloa! España debe de ser indestructible.

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