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El proyecto del rector de la Universidad de Granada de nombrar “doctor “honoris causa” a Enrique Bacigalupo acredita las dotes de futurólogo de Julián Marías, que hace unos meses rechazó esa distinción en la Universidad de Valladolid, que es su pueblo, porque habían dejado pasar muchos años para proponérselo y porque los doctorados “honoris causa” se los dan ya a cualquier personaje popular por las más peregrinas circunstancias y, por haber convertido un premio intelectual en una simple oportunidad fotográfica, carecen de prestigio académico y ciudadano, de cualquier relevancia moral e intelectual. Son, en efecto, algo que compra quien carece de mérito para recibirlo por su trayectoria intelectual y ciudadana o algo que aprovechan politicastros locales y correveidiles publicitarios para burdas operaciones de imagen. Y si lo de Marías fue un aldabonazo, esto de Bacigalupo puede suponer el apaga y vámonos. Hasta Marcelino Camacho devolverá su insólito birrete: aún hay diferencias entre un sindicalista rojo de la Perkins y un peronista defraudador de Hacienda.

Hasta ahora, el caso de corrupción de muceta, birrete y toga más espectacular de la historia reciente de España era el doctorado “Honoris Causa” otorgado a Mario Conde por Gustavo Villapalos, a la sazón rector de la Complutense y en vísperas de meterse en el lío administrativo que casi da con sus huesos en la cárcel. A Conde le quedaban sólo semanas para aterrizar en Alcalá-Meco, pero en cambio comenzaba su despegue político Alfredo Timmermans , entonces la mano izquierda y ojito derecho de Villapalos, hoy vicemucho de la Moncloa. A cambio de un aparcamiento que, como no era de acciones, nunca llegó a hacer Banesto en el solar de la Universidad y bajo unos jardines que tampoco plantó, la ceremonia de entronización académica de Conde se convirtió en el mayor y mejor esperpento imaginable sobre la corrupción de la democracia española.

Pero lo de Bacigalupo puede ser un estrambote casi perfecto, porque, dígase lo que se diga, sin corrupción judicial, ni siquiera la corrupción política, no digamos la académica, resultaría tan fácil. En cambio, con jueces desacreditados, símbolos de la violación de la ética civil y de la transgresión del código penal, cualquier descrédito queda absuelto. Para que el agasajado no vaya solo al acto de exaltación del fraude fiscal que promueve el rector granadino, proponemos que le acompañe en la celebración “El Dioni”. Y que, como colofón, cante Joaquín Sabina la canción que en su día le dedicó al popular delincuente madrileño: “Con un par”. ¡Ahora entendemos su éxito en Buenos Aires!

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