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Federico Jiménez Losantos

La Corona alienta el sueño de otra España, Sánchez nos devuelve al zulo de su realidad

Si Fernando VII pasó a la historia como 'el Felón', es porque aún no había nacido Sánchez.

Si Fernando VII pasó a la historia como 'el Felón', es porque aún no había nacido Sánchez.
Discurso del Rey en la cena de gala | EFE

Nunca la vida política española llegó a los abismos de indignidad en que la ha sumido Pedro Sánchez. Nunca la imagen exterior de España ha sido tan extraordinaria como la que la Corona ha ofrecido a la nación y al mundo durante la Cumbre de la OTAN en Madrid. Es imposible no sentirse orgullosos, como españoles, ante el trabajo admirable del Rey y la Reina como anfitriones de los dirigentes —y sus cónyuges— de los 40 países de los que somos socios comerciales, políticos y estratégicos, léase militares. Y es imposible no afligirse al ver que, en los mismos días en que se arrimaba al foco de una noticia cuya luz, Palacio Real, La Granja, El Prado, proviene de la gloriosa historia de España, el presidente más infame de su historia firmaba con la banda ETA la cesión de la narrativa de nuestra democracia.

En una misma semana, Sánchez ha firmado con la banda asesina el acuerdo para administrar la llamada Ley de Memoria Democrática y ha anunciado que se presentará en el funeral en recuerdo de Miguel Ángel Blanco, asesinado por sus socios de la ETA, y al que mataron en venganza por la liberación de José Antonio Ortega Lara, que no ha querido recordar. Si Fernando VII pasó a la historia como el Felón, es porque aún no había nacido Sánchez.

La orfebrería de Felipe VI y Letizia

La Corona, no sólo el Rey y la Reina, sino la institución que ostenta la representación legítima del Estado, ha sido la protagonista de la primera gran reunión de los jefes políticos de occidente tras la invasión de Ucrania. Felipe VI tenía ante sí dos retos, a cual más difícil: el primero era recibir a Biden y compañía con un alarde de seguridad, tras la vergüenza de Saint Denis, y de amigabilidad, el toque friendly. El segundo, y más difícil, era mantener a cierta distancia institucional, ni demasiado lejos ni demasiado encima, al presidente del Gobierno y su señora, dos patanes que acreditan cada vez que tienen ocasión que no saben comportarse en presencia de los reyes por la sencilla razón de que aspiran vehementemente a sustituirlos.

A resolver el primero, un día antes de empezar la Cumbre, tuvo que adelantarse Letizia al recibir a Jill Biden y sus nietas. Y estuvo impecable, dirigiendo con mano izquierda unos actos "sociales" que no contempla el protocolo, pero cuya imagen, que es la que queda del país, llega a cientos de millones de hogares y por más minutos que todos los discursos oficiales. Cada vez que aparecía a su lado Begoña Gómez, bien operada, guapetona, y tan fuera de lugar como siempre, Letizia conseguía, como en La Granja, no adelantarse a ocupar su sitio y dejaba que la intrusa sobrara en el plano. La paciencia no era una de sus virtudes ante las cámaras cuando se casó con el Príncipe de Asturias. Lógico, porque era una estrella de la televisión, famosa por su perfeccionismo. Pero en estos años ha aprendido, no siempre con facilidad y nunca con reconocimiento, esa difícil técnica de parecer humilde y ostentar majestad que, por su carácter tranquilo, domina el Rey.

Su apoteosis estética llegó en la cena de gala del Palacio Real, con un vestido negro de Second Skin sencillamente soberbio, elegantísimo, a cuyo lado Brigitte Macron parecía un chihuahua con chubasquero. Begoña, que al día siguiente se abrazaba a Biden y a su marido en El Prado como para cantar "Asturias, patria querida", llevó un modelo precioso, pero, para lucir sus torneados brazos, sin bolso. El resultado era un braceo de aquí estoy yo, y qué cuerpazo tengo. A Letizia le bastaba dar la mano para que se notara.

Pero si Letizia tuvo que pastorear borregas adolescentes en chándal y maridos de maridos que se fingían cómodos entre señoras, Felipe tuvo que recibir con la misma sonrisa cordial a las cuarenta delegaciones civiles, amén de los propiamente militares de la OTAN. Antes, porque en lo militar las jerarquías son sagradas, recibió en el Palacio Real a porta gayola a Biden, y logró que la Momia que hace un mes saludó dos veces al vacío, cobrase nueva y vigorosa vida. Algo ayudó el himno nacional, tocado por algún pífano mágico mientras subían entre los alabarderos, porque Biden no perdió una sola vez el ritmo, escalón a escalón, del Rey de España, que fingía no darse cuenta del ágil y equilibrado paso del presidente de la que Aron llamaba en un libro, hoy tristemente olvidado, La República Imperial.

El discurso del Rey, en inglés, español e inglés, fue correctísimo. Lo raro fue que el de Biden, también correcto, diera paso a una improvisación larga, sentida y sonriente, sobre las relaciones hispano-norteamericanas, en el que no dejó tecla cordial sin tocar. Para los que le hemos visto vacilar en cada rueda de prensa, aquello parecía el milagro de la Virgen de Atocha.

El discurso más emotivo y de más contenido político del Rey tuvo lugar en el Instituto Elcano, delante de los hermanos Klitsko, campeones del mundo de los pesados, y el mayor, hoy, alcalde de Kiev, a los que se dirigió con sincera cordialidad, llegando a emocionar al mayor de los dos. Y allí puedo explayarse en los dos ejes de la nueva OTAN, la lucha contra el renovado expansionismo soviético y la necesidad de abrir el Frente Sur como objetivo estratégico, no sólo, aunque muy principalmente, español. Como Sánchez acaba de conseguir que nos enemistemos con Marruecos y Argelia a la vez, las palabras del Rey sólo podían dirigirse a un futuro en el que un nuevo gobierno de España arregle la desastrosa herencia del actual.

Y eso era lo que más emocionaba y movía a melancolía. ¿Cómo es posible que a un país tan extraordinario como el que presentaban los reyes al mundo en un marco estético inigualable y capaz de organizar sin un fallo una cumbre tan complicada, lo pongan en peligro sus propios dirigentes? ¿Cómo tanta gloria no es más que un sueño de futuro, porque la realidad es bien distinta, producto de la infame política del que tanto la ha disfrutado?

Sánchez, entre Indra y la República

Sánchez ha tenido en la cumbre el mismo comportamiento abyecto que exhibe desde que llegó al Poder. No invitó a ningún acto al jefe de la Oposición, ni a la presidenta de la Comunidad y ni siquiera al alcalde de la ciudad, cortesía obligada por el protagonismo de Madrid. Se ha adjudicado para sí la gloria de España y de la Corona, que sólo puede reclamar para su Gobierno en materia de seguridad, y compartida con la policía municipal. Lo peor ha sido actuar como un autócrata de república bolivariana, que es su sueño, al prescindir de Feijóo, garantía de continuidad para cualquier compromiso estratégico nacional. Es de una mezquindad casi artística.

Su vileza, no exenta de brotes paranoicos como los de los "señores que fuman puros" y que conspiran contra él, pero que son los mismos que le aplaudían genuflexos en sus pomposos y falsos alardes de diálogo social, presagia una época de radicalismo antimonárquico y antidemocrático, en la que hará suyas las posiciones de sus socios etarras, golpistas y comunistas. Al frente de la memoria democrática, la ETA y Él; al frente de la política económica, Podemos y Él; al frente de los disparates de género, Irene y Él. Y al frente del referéndum republicano en el que coinciden, siempre Él.

Si había dudas acerca de la estrategia de Sánchez tras el batacazo andaluz, descartémoslas. Su insistencia en el golpismo judicial, su abrazo a los etarras, su catastrófica política energética, su calamitosa política fiscal, y, sobre todo, la delirante idea de sí mismo y de su papel en la política nacional e internacional nos abocan a un cerco a todas las instituciones del Estado para sustituirlas por una mafia judicial y mediática, del estilo de los asaltantes de Indra. Luis Fernando Quintero ha empezado a publicar en LD los datos que prueban que ese asalto se decidió en ese año que se regaló a sí mismo antes de las elecciones. Era y es un proyecto de poder personal, que triunfará o fracasará según actúe la Oposición en la ruina económica que se nos viene encima. El sueño de una España mejor dependerá del resultado de esa lucha mortal.

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