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Cada día se parece más a González. Se parece tanto, pero tanto, que de un momento a otro la gente va a dejar de gritarle “¡torero! ¡torero” en los mítines para aclamarle al grito de ritual: “¡Felipe, Felipe, Felipe!”. Lo de salir de una reunión con tintes de aquelarre en la que no se ha alcanzado ningún acuerdo sobre los grandes asuntos nacionales y decir ante las cámaras de televisión que todos están de acuerdo en un acuerdo de Estado con el PP, es eso, una salida, pero digna del vaquerito de Bellavista en sus mejores tiempos de vendedor de alfombras.

A Zapatero sólo le falta añadir ya el “por consiguiente” para que su felipismo de jamalají jamalajá se convierta en la perfecta caricatura de lo que, por lo que vemos, se ha convertido en la única escuela de oratoria perdurable de las muchas que ha frecuentado el PSOE. Ni largocaballerismo ni prietismo, ni siquiera tiernismo. Aquí todo el mundo se gradúa en la Academia de Cantinflas.