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Se descubrió el pastel. Ya está a la vista el secreto del Polichinela. Los Reyes Magos son los padres. Y, en consecuencia, el juguete no ha aparecido en el balcón por arte de magia sino como fruto del cálculo afectivo, la inversión concertada y el aprecio a la continuidad, sea familiar, empresarial o dinástica. Ya sabíamos que si Telefónica decidía entregar Vía Digital a Polanko, era porque Aznar lo quería o, como mínimo, lo autorizaba. El autor principal del monopolio perfecto era Rato, a través de sus peones en el Tribunal de la Incompetencia, pero sólo Aznar podía dar el espaldarazo a la absorción o negárselo y, por tanto, hacerla naufragar. Sucedió con la de Endesa e Hidrocantábrico, mucho más clara, razonable y rentable, tanto para accionistas como para consumidores, y el Gobierno se la cargó, tras haber alentado o no haber alertado sobre las supuestas inconveniencias de la fusión. No ha sucedido ahora, y por la misma razón: la postura del Gobierno. O dicho de otro modo: la decisión de Aznar.

Pero los secretos acerca de lo público son, por la misma naturaleza contradictoria del fin y los medios, poco duraderos. Al día siguiente de anunciada la fusión, ya está a la vista el diseño del juguetito. Telefónica será rehén teconólogico y financiero por tres años, no más. Y el sobrinísimo de Polanco será el mandamás ejecutivo, naturalmente con permiso de don Jesús. Pero si Alierta paga y se larga, ¿quién representará al Gobierno del PP o al PP del Gobierno en la gran empresa de adoctrinamiento y entretenimiento de los españoles durante toda esta década? Por el personaje elegido, sabremos el elector. Y puesto que el favorito primero es Martín Villa y el segundo Eduardo Serra, está claro quién ha elegido que la fusión, es decir, la liquidación de Vía Digital, se haya hecho como se ha hecho: José María Aznar.

Eduardo Serra es el injerto genuinamente felipista, con marchamo juancarlista, en el árbol del aznarismo, tan frondoso ahora como verde cuando ocupó el Ministerio del CESID o, por mejor decir, no lo desocupó. Pero pastorea el Museo del Prado, convertido en algo así como un capricho personal del Presidente del Gobierno, que todo lo personaliza. Martín Villa ha sido el hombre de confianza de Aznar, un desconfiado patológico, para asuntos tan viscosos y pringosos como el de Ormaechea ayer o el del “Prestige” hoy. Es un centrista nato, es decir, un franquista acomplejado, que es como le gustan (también) a Polanco. De ahí que sus preferencias por el ex ministro del Interior que “El País”, Peridis mediante, presentaba siempre dando el “pucherazo” electoral, sean tan sorprendentes para el interior como consecuentes en el interior. Si se trata de un pastelero que no moleste pero que en algún momento delicado pueda lubricar el tráfico de influencias o el tránsito de favores, Rodolfo es el hombre. Ni siquiera de Eduardo Serra cabe suponer tanta devoción al Poder y vocación de servirlo. Y la Nueva Sogecable, que es la de toda la vida, aparentará que es una empresa de todos, izquierdas y derechas, ayer y hoy, antes de ayer y pasado mañana. Aznar en su casa y Polanko en la de todos: ese es el trato. ¡Y aún dicen que el pescado es caro! Este está todo vendido.

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