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Federico Jiménez Losantos

La Izquierda HP (Hipócrita y de la Pasta)

El informe de la revista La Clave sobre los negocios de Felipe González es, pese a lo sucinto y aséptico de su prosa y lo necesariamente limitado de una primera investigación, más que suficiente para perfilar un modelo de político y de política con más futuro que pasado, aunque su deleznable pasado debería vedarles el acceso a cualquier futuro decente.

¿Pero quién dice que el futuro debe ser decente, honrado, aseado y razonable? Por lo que se ve venir, puede ser el Puerto de Arrebatacapas, la cofradía de San Luis... Candelas, el Paraíso de la Izquierda HP (Hipócrita hasta la naúsea y de la Pasta hasta decir basta). Está ya instalado ante nuestra vista, aunque haya gente que no lo quiera ver, un mundo de multimillonarios “progresistas”, de plutócratas y a veces cleptócratas que para forrarse en negocios de alcance pagados por los ciudadanos (a ser posible, indefensos; preferiblemente, del Tercer Mundo) cultivan un discurso demagógico de preocupación por los pobres mientras amasan fortunas gigantescas. De Georges Soros y Ted Turner a Carlos Slim y Jesús Polanco, la lista sería interminable. Su materia prima, en muchos casos, es la imagen, la “buena imagen” creada y mantenida por los medios de comunicación dominados internacionalmente por la progresía instalada –es decir, por ellos mismos- y su negocio es una forma de mercadería invisible entre la política y el dinero, eso que, de forma un tanto limitada, suele llamarse tráfico de influencias, que cobra por lo que influye socialmente, lo que a su vez le permite cobrar e influir más, y enhebrar más contactos políticos, y cobrar más por ellos, y así, hasta el infinito.

Felipe González es uno de esos vendedores de humo con éxito en la política nacional e internacional (aunque la cifra de sus logros como presidente español y como líder de la Internacional Socialista oscile entre la mediocridad y el delito) que ejemplifica a maravilla este nuevo mundo que viene, con las adherencias de lo peor del viejo. González se dedica a ganar dinero transitando las alfombras de los poderosos, vendiendo por segunda, tercera o vigésimo novena vez su envejecido encanto de joven arrasador a comienzos de los 80 del siglo pasado. Por razones culturales y de competencia idiomática su ámbito de actuación se limita al mundo iberoamericano, pero éste es grande o, por lo menos, ancho. Y tiene unas tragaderas tan anchas como la corrupción que lo anega y como la demagogia tercermundista que lo mantiene en el atraso. En el México, la Argentina o el Perú de hoy, González no es una figura del pasado, es un mito del presente y una luctuosa adivinación del futuro. Dadas sus conflictivas relaciones con la ética a lo largo de su dilatada carrera política, no es de extrañar que haya acabado dedicándose al tráfico de influencias. Es lo que más le va.

La cosa sería solamente un motivo de meditación o una simple constatación de lo previsible si González no mantuviera junto a sus negocios privados la renta vitanda de ex presidente y el sueldo de representante de la soberanía nacional a través de su escaño, que no ocupa salvo a la hora de cobrar y un par de veces al año, para denunciar la corrupción. Del PP, faltaría más. Como siempre en el poder y como es costumbre en el tinglado de Polanco, González vive fuera de la Ley, y no sólo de la moral. No ha declarado como es preceptivo en el Congreso la empresa o sociedad que, pese a lo limitado de su inversión primera, le rinde ya suculentos beneficios. Y ni siquiera se molesta en excusar su absentismo, que es una afrenta a todos los españoles que le pagan el sueldo y a quienes representa, porque cada diputado nos representa a todos.

Antes de entrar a valorar cuánto cobra y por qué, asunto sólo relativamente menor (en Argentina ha influido notablemente en el desastre financiero que padece), sería deseable que González abandonara ese escaño que, en mala hora para España, ocupa desde 1977. Que se haga millonario, si puede, pero que el servicio se lo pague Carlos Slim. A él le gusta mucho y le cuesta poco. A nosotros no nos gusta nada y nos cuesta horrores.

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