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La irresponsabilidad absoluta, el sensacionalismo barato, la manipulación sentimental y las trampas informativas parecen haberse apoderado de los medios de comunicación occidentales. Mientras Putin, ante la indiferencia internacional, asalta pistola en mano la última televisión crítica de Rusia, aquí no necesitamos una medida tan drástica. Entre "Gran Hermano" y noticias psicotrópicas como el barco lleno de niños esclavos que lleva dos días ocupando las televisones, las radios y los periódicos, nos las arreglamos solos para que informar no signifique nada y opinar sea una forma de gimoteo convencional ante una realidad que ni siquiera se intenta conocer, menos aún comprender.

La realidad es sólo un elemento del que colgar la noticia para crear el pseudodrama televisado a costa del drama de verdad. Pero tiene que tener un fondo de verdad para montar la mentira. Es verdad que hay niños esclavos en Africa. Desde hace muchísimos siglos, con algunos paréntesis coloniales, eso no es noticia. Pero los negreros negros no son interesantes desde el punto de vista informativo. Un genocida debe ser blanco para merecer la indignación de las masas sentadas ante el televisor. Ochenta mil en Yugoslavia movilizan más que ochocientos mil en Ruanda. Los jueces también se presentan a las elecciones.

Si Garzón aterriza sobre el barco de los niños esclavos (qué preciosos ingredientes para la publijusticia: el mar, los niños, la esclavitud, la muerte), sabremos si se trata de una versión de la Cruzada de los Niños, pero al revés, o si estamos ante uno más de los infinitos barcos de emigrantes ilegales que zarpan a diario de Africa. Pero si los niños fueran sólo veintitantos y los adultos ciento y pico, como dice la policía de Benin, ¿dónde quedaría la noticia? El drama lo vivimos todos los días. Desde la semana pasada, sin ir más lejos, aquí mismo, en Tenerife, como comentó en Libertad Digital Alberto Míguez. Pero, ¿a quién le interesa el drama? Una buena noticia, o sea, mala, pero convenientemente dramatizada, nos evita tratar el problema de fondo, que exige tiempo y esfuerzo, y nos permite un festín instantáneo de buenos sentimientos y una gran cosecha de lectores, oyentes y televidentes. ¿Cabe pedir más?

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