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José María Aznar se ha comprometido ya formalmente en el Congreso de los Diputados a bajar el IRPF, medida que concretará en breve. Es cierto que en sus viajes agotadores por todo el ancho mundo ya había anunciado o sugerido esa bajada de impuestos pero la experiencia que tenemos en compromisos presidenciales prueba que, hasta que las cosas no se dicen en el Hemiciclo y ante la Televisión, ningún Presidente se toma en serio a sí mismo. En cambio, cuando la promesa está en vídeo, se mantiene hasta extremos suicidas, como en el malhadado referendum de la OTAN que Felipe González llevó a cabo cambiando el sentido de la pregunta con tal de poder decir que mantenía su promesa. El Poder produce estas enfermedades.


Pero en este caso, como se trata de una promesa contante y sonante, agradecemos el compromiso y le tomamos la palabra. No creemos que, después de la anunciada rebaja fiscal de Alemania y Francia por parte de dos gobiernos de izquierda, el único presidente importante de centro-derecha que queda en Europa salga con una rebajita mínima, que sería objeto de rechifla interior y exterior. Pero hasta que no sepamos a cuánto asciende, seremos cautos. Lo mismo lo convence Arriola de que lo centrista, progresista y fetén es bajar el IRPF sólo el 1% y volver a subir los años de prescripción de delitos fiscales, que queda así como izquierdoso y reivindicativo. El centrocentrismo es imprevisible.


Algunos hemos defendido y defendemos no ya la bajada sino la extinción de los impuestos directos. Pero debe quedar claro que el IRPF es sólo el mecanismo principal de atraco fiscal a los ciudadanos, no el único. El impuesto sobre el Patrimonio y el que grava las herencias y sucesiones deberían desaparecer del todo y ya, porque suponen pagar impuestos dos veces por la misma cosa, algo que debería estar prohibido en un régimen constitucional. Esperamos que ese alivio del dogal impositivo se manifieste en toda la gama fiscal, no sólo en el IRPF.


Un aspecto que ya constaba en el programa económico de Aznar en el 93, cuando realmente llevó a las elecciones un proyecto liberal, era unificar en torno al 40% el tope máximo del IRPF y el Impuesto de Sociedades, para evitar ese engorro costosísimo de que los particulares deban constituir una sociedad para evitar la ruina o el trabajo en vano de las profesiones liberales. De aquella promesa nunca más se supo. Ya se ha avanzado mucho y bien en los tramos bajos del iRPF, particularmente en la exención de hacer declaración a quienes finalmente había que devolverles lo pagado e incluso más. Pero si Hacienda busca la simplificación y no el truco institucionalizado tiene que abordar la equiparación del IRPF y el Impuesto de sociedades. A la baja, por supuesto.


No deja de ser triste que a finales del año 2000 nuestra máxima esperanza en materia fiscal con el PP en el Poder sea que cumpla sus promesas del año 93, cuando estaba en la Oposición. Peor aún: que nos contentemos con que Aznar haga en España lo mismo que los socialistas en Francia y Alemania. Pero estas son las miserias del pragmatismo. ¡Menos da una piedra!

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