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Federico Jiménez Losantos

Los talibanes mandan en Afganistán y Abimael Guzmán manda en el Perú

La deserción de Kabul es desatención en Lima, pero el resultado es el mismo: la ruina de las libertades, pobreza, degradación social y despotismo.

La deserción de Kabul es desatención en Lima, pero el resultado es el mismo: la ruina de las libertades, pobreza, degradación social y despotismo.
el presidente de Perú, Pedro Castillo, el primer ministro, Guido Bellido, en compañía del gabinete de ministros. | EFE

Mientras todos los medios de comunicación del mundo se deleitan con la deserción norteamericana y europea de Afganistán -vil, estúpida y suicida, pero anunciada como casi todos los suicidios-, en Perú se producía un triunfo mucho más importante del totalitarismo frente a las democracias, más o menos imperfectas, más o menos liberales. En Lima, una mayoría parlamentaria, exigua pero suficiente, ha otorgado su confianza a algo que sólo convencionalmente cabe llamar Gobierno, con más de la mitad de sus ministros procesados por toda clase de delitos, del terrorismo al homicidio pasando por toda clase de corrupciones y cuyo presidente es Guido Bellido.

Indigenismo oratorio e indigencia intelectual

Bellido empezó su pedregoso discurso en quechua para hacerse el campesino, como si los campesinos peruanos no entendieran el español, y continuó tropezando en español, como su presidente Castillo, maestro él, que apenas sabe hablar en público. Pero entre ambos, con el delincuente Vladimir Cerrón, el Lenin de los Andes, en la trastienda, piensan imponer el proyecto comunista de Sendero Luminoso, ahora aliado con su antiguo rival el MRTA, banda soviética adiestrada por Cuba y que compitió con Sendero en los 80 y primeros 90, hasta que Fujimori capturó a Abimael Guzmán, que pidió la paz, y liquidó a la cúpula del MRTA en la liberación de los rehenes secuestrados durante meses en la embajada de Japón.

Nunca le han perdonado los políticos y medios tradicionales al luego dictador y hoy preso, que triunfase espectacularmente contra un enemigo, el genocida Sendero Luminoso, ante el que la derecha fina y la izquierda populista, Belaúnde y Alan García, habían fracasado estrepitosamente. El argumento inapelable de la dictadura de Fujimori, en un primer momento, fue la impunidad de los terroristas de Sendero, los llamados "terrucos", por la corrupción de una Justicia que los liberaba antes de tener que juzgarlos. Bajo Fujimori se cometieron abusos en la guerra sucia contra Sendero, pero en condiciones durísimas para los soldados y frente a la extrema crueldad del partido comunista más salvaje del mundo, apenas igualado por Pol Pot.

La izquierda dizque democrática, devenida caviar tras instalarse en el poder después del fujimorismo, fue abiertamente cómplice de Sendero en los años de Belaúnde, y aceptó las fechorías paramilitares de Alan García. Pero tras la caída, juicio y prisión de Fujimori y de su rasputín Vladimiro Montesinos, los caviares de la Comisión por la Paz y la Reconciliación -el desaparecido Carlos Iván Degregori fue quizás su talento más brillante-, hicieron algo que en España conocemos perfectamente, porque ha sido el mecanismo utilizado por el PSOE, la Izquierda y el PNV para blanquear a la ETA: denominar conflicto interno al terrorismo y equiparar los atroces asesinatos etarras o senderistas, con los abusos de la lucha antiterrorista.

La cosecha roja de Sendero: 70.000 muertos

El terrorismo de Sendero, que fue dirigido personalmente por Abimael Guzmán, "Presidente Gonzalo", provocó casi 70.000 muertos, más que en toda la historia del Perú, guerras incluidas. Su blanqueo era o parecía imposible hace treinta años, pero se ha conseguido mediante dos campañas paralelas: la más importante ha sido la de la izquierda caviar o democrática, para lavar su cercanía ideológica o complicidad política con el terrorismo senderista, y la del Movadef (Movimiento para la amnistía y la defensa de derechos fundamentales), brazo político del senderismo en el que han militado los principales dirigentes que ahora han tomado el Poder.

Dos días antes de que el Parlamento peruano votara a favor de sus verdugos, y en previsión de un brote de lucidez y dignidad, esos dirigentes ayer senderistas y hoy perulibristas, que han engañado en el típico estilo bolivariano a la oposición y a la opinión pública con supuestas vacilaciones moderadas de Castillo frente a Cerrón y disposición a cambiar de premier, anunciaron la salida de Montesinos de la cárcel de máxima seguridad en la que cumple condena -como Fujimori, muy enfermo- a una cárcel común.

Por supuesto, detrás de la salida de Montesinos está la de Abimael Guzmán, que el defenestrado Béjar pedía y Bellido y otros senderistas de Perú Libre habían prometido en la campaña electoral. O sea, que, por si las moscas, antes de ser votado siquiera en el Parlamento, Bellido habilitó la fórmula para rehabilitar legalmente al peor genocida de la historia del Perú. Y a pesar de ese crimen, más de la mitad del Parlamento peruano lo votó.

Los complejos de la 'izquierda caviar'

¿Cabe esperar alguna moderación -palabro infecto- por parte de un Gobierno cuya primera decisión importante es la llamada "Ley Abimael"? ¿Cómo pueden decir algunos congresistas que son contrarios al terrorismo senderista -y hasta serlo de verdad- apoyando a sus abogados y herederos? Pues lo dicen. Peor aún, lo creen. Y, sin embargo, está clarísimo que hacen lo que dijo Lenin a los ricos rusos: regalar la soga con la que los ahorcarán.

¿Qué complejos aquejan a esta izquierda caviar que le ciegan ante la evidencia de que el proyecto comunista no cuenta con ellos? El primero es que, para legitimar su participación en el Poder, porque se supone que todo gobierno, incluso de izquierdas, necesitará gestores -Cuba o Venezuela son la prueba de que no es así-, su obsesión es la de deslegitimar a la derecha, identificada groseramente con Fujimori, y apoyando al Lápiz comunista, en la esperanza de que, a la hora del Poder, los llamarían para compartirlo.

No ha sido así. En el programa de Beto Ortiz en Willax -cadena en la que, por YouTube, puede seguirse casi al minuto el espectáculo terrorífico y fascinante de la implantación del comunismo en uno de esos países en donde "eso no podía pasar"- mi viejo amigo Enrique Ghersi, que estaba en Albarracín, cuna del Grupo Libertad Digital y que fue uno de los primeros colaboradores de La Ilustración Liberal, explicó a la audiencia en general y a los caviares en particular que Bellido no haría un discurso de conciliación sino de choque, como efectivamente así fue, y que la razón es que Castillo, Cerrón o Bellido son revolucionarios profesionales, leninistas o maoístas o senderistas, comunistas, en fin, que no quieren hacer reforma alguna sino la revolución roja que Sendero tuvo cerca. Y que la pobreza, como prueban todos los países víctimas del comunismo o del Socialismo del Siglo XXI, es una herramienta, nunca un obstáculo para imponer la dictadura roja.

Como buenos socialistas, los caviares piensan que el comunismo es una exageración de la Derecha. Como buenos trincones, piensan que, con ellos de por medio, nada realmente malo puede pasar, o ellos lo arreglarán. Y como han dedicado tantos años, tanto discurso, tanto metalenguaje sobre el conflicto interno, a blanquear el terrorismo senderista, no pueden admitir que son ellos, apoyando a Castillo para derrotar a Keiko, los que van a sacar de la cárcel a Abimael Guzmán, ellos, los kerenski chifa, para los que todo lo que no sea izquierda no merece existir. No sobrevivirán a ese error.

'Perunistán' es más importante que Afganistán

Casi ningún medio sigue este suicidio del régimen constitucional en Perú. Afganistán resulta mediáticamente más atractivo que Perunistán, Cubanistán, Venezuelistán o Argentinistán, pero no es más relevante en términos intelectuales, políticos y morales. Afganistán como guarida terrorista islámica es menos importante que la implantación en toda Iberoamérica -con China, Rusia e Irán de por medio- de una cadena de regímenes comunistas, narcotraficantes y liberticidas. La deserción de Kabul es desatención en Lima, pero el resultado es el mismo: la ruina de las libertades y la pobreza, la degradación social y el despotismo, la maldición, que algunos creyeron superada al caer el Muro de Berlín, del Terror Rojo, ese cuyo máximo verdugo en América se llama Abimael Guzmán.

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