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Al final, las cosas son como son, incluso en la política, donde la ilusión y lo ilusorio sustituyen a veces a la realidad, con efectos generalmente catastróficos. El PSOE no ha producido nada más que el felipismo, la generación de González que, machihembrada con el Grupo PRISA, ha marcado los últimos veinte años de la vida nacional. Ni antes, con Llopis, ni después, con Zapatero, ha habido un grupo semejante. Y la posibilidad de que el nuevo secretario general del PSOE tratara de crear un grupo generacional e ideológico con características netamente diferenciadas del de los gobiernos de González, que entraba dentro de la lógica y de lo deseable, se está desvaneciendo a toda velocidad.

En realidad, lo que está sucediendo es que Zapatero se siente feliz, felicísimo, rodeado por los Solchaga y Maravall, personajes a los que sin duda admiraba cuando era un efebo culiparlante en los escaños altos de la mayoría absoluta. Por cierto, que es lo mismo que le sucede a José María Aznar con Miguel Boyer. La fascinación de la izquierda clásica afecta por igual a las nuevas generaciones de izquierda y de derecha. Para desgracia de todos.

Porque Solchaga es el terrorífico sansón de la economía nacional que, en alas de su ambición presidencial, hundió el templo del empleo con tres millones de parados dentro. Y Maravall es el primer y definitivo responsable de la liquidación de la enseñanza pública en españa. El padre de todas las logses, el auriga de todos los desastres. Si con éstos se siente feliz Zapatero, preparémonos para lo peor. Por lo menos, no nos cogerá desprevenidos. En esa ruina ya hemos estado.

En España

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