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Federico Jiménez Losantos

No acostumbrarse a lo intolerable

Los Presupuestos no se debaten y votan en el Parlamento, sino en la celda del golpista, visitado sumisamente por el jefe comunista de ese gobierno dizque presidido por un socialista.

España padece un gobierno comunista presidido por un socialista y cuya mayoría parlamentaria depende de un golpista. El resultado de esta triple circunstancia, incompatible con la existencia de la monarquía parlamentaria que es el régimen constitucional que refrendó por aplastante mayoría el pueblo español en 1978, es que los Presupuestos no se debaten y votan en el Parlamento, sino en la celda del golpista, visitado sumisamente por el jefe comunista de ese gobierno dizque presidido por un socialista. Un adicto al plagio, con media docena de ministros destituidos, destituibles o procesables, y cuya supervivencia sólo se debe a la situación delictiva del propio presidente, que robó el título universitario que ostenta con una tesis que nunca hizo, en un tribunal que nunca la leyó y copiada de cabo a rabo.

Presupuestos ilegales

El régimen parlamentario, nacido en España hace casi mil años, se creó para que los representantes ciudadanos controlaran el gasto público. Es la forma de gobierno limitado con la que los reinos cristianos trataron de recomponer el Estado creado por Roma e independizado con los visigodos, que había sido destruido por la invasión musulmana a comienzos del siglo VIII. La diócesis de Hispania, fruto de siete siglos de dura romanización, y los dos siglos de poder germánico, asimilado a la mayoría hispano-romana, habían construido algo más que un Estado: una civilización cuyas bases eran Roma y la Cruz, la tradición grecolatina y la moral judeocristiana.

El parlamentarismo era el desarrollo medieval -paralelo a los países de Europa de raíz romana y cristiana- de esa tradición de fe y religión, que encontró en la lengua de Castilla su lingua franca, nacida casi a la vez que el Parlamento leonés, en la esquina occidental del reino más devoto de la tradición romana y goda. La lengua común fue también pieza clave para la reunificación cristiana, el remedio a la llamada Pérdida de España, que desde la primera resistencia astur se llama legítimamente Reconquista.

Claudio Sánchez Albornoz, patriota admirable, historiador ineludible y presidente de la II República Española en el exilio, es el que mejor ha explicado en "España, un enigma histórico" cómo la Reconquista hizo de Castilla la "tierra de hombres libres" que marcó el devenir de la nación. Y esa tradición de libertad, de frontera, frente a la servidumbre típicamente feudal, tiene en el parlamento leonés y en las Cortes de los reinos cristianos su desarrollo popular, su Estado en marcha, su civilización recuperada, las libertades ganadas con la fe y la espada, nunca otorgadas, jamás regaladas. Esa conciencia de legitimidad del pueblo español, de los cristianos viejos que pueblan, humildísimos pero dignísimos, El Quijote o la obra de Lope, se manifiesta en el control del gasto público, en que el dinero que se da al Rey es sólo prestado, sujeto a la comprobación del uso para el que se dio.

Un pasado casi olvidado

Por eso es tan grave que los Presupuestos, en un país que dedicó al control del Poder lo más brillante de su pensamiento teológico, político y económico, en eso que solemos llamar Escuela de Salamanca, que no fue sólo de Salamanca, sino el desarrollo intelectual de la tradición católica en clave de libertad y dignidad humana, del Padre Vitoria al Padre Mariana, en vez de debatirse en las Cortes sean objeto del cambalache carcelario de un comunista y un golpista, ambos enemigos de la libertad y, por tanto, de España, el único ámbito real y posible de su desarrollo en nuestro suelo.

Los Presupuestos, como ha insistido muy acertadamente Rivera en señalar, son clamorosamente ilegales, porque el Congreso derrotó su base misma, que es la ruptura de la regla del déficit. No importa lo que diga la UE. Lo esencial es que España no los ha legalizado y son tan ilegítimos como el propio Gobierno, que no es más que una tiranía en ciernes cuyas tres patas están a la vista: el comunismo, el socialismo y el separatismo. Es decir, el doble Frente Popular, en Barcelona y en Madrid, sobre cuya real existencia y mortal peligro advertimos hace tiempo en este mismo medio.

Los complejos de la Oposición

La Oposición, revigorizada por la presencia de Pablo Casado al frente del PP, piensa atrincherarse en la mesa del Congreso, donde tiene mayoría, para torpedear ese asalto a la legalidad, que, además, es un atraco a los bolsillos de los españoles por ese zugarramurdi totalitario de los tres brujos avería: el chequista Iglesias, el Dr. Sánchez y el golpista Junqueras.

Ojalá la campaña andaluza, llevada por la Niña de Griñán al más repugnante extremo de demagogia tercermundista, llamando "insulto a Andalucía" la simple exposición de la incompetencia pavorosa del PSOE que la mantiene a la cola de España en Educación y en todos los ámbitos del desarrollo y atención social -véase este artículo de Pedro de Tena con los datos escalofriantes del saldo de las cuadro décadas de socialismo en la región- no derive en el maricomplejinismo de Moreno Bonilla, típico del PP de Arena, que aspiraba a sustituir, no a destruir, ese régimen clientelar que envilece cuanto subvenciona. Ha tenido que salir Casado a recordarle que en el PP ya no mandan Arriola ni Soraya. Pero en realidad Nocilla y el agradaor Marín son productos de la corrupción del sistema constitucional en Andalucía. Eso no se arregla en unas elecciones. Esperemos que no vaya a romper el frente de defensa de la nación que componen el PP, C´s y Vox.

La apuesta arriesgada de VOX

Puede hacerlo. La decisión de Vox de presentarse a las elecciones en Andalucía es arriesgadísima, aunque lógica tras el éxito de Vista Alegre. Si la suma de escaños de los tres partidos nacionales -socialistas y comunistas están hipotecados por el golpismo antiespañol y son netamente liberticidas- no alcanza para echar de las poltronas cubiertas de telarañas a la Izquierda, empezarán a contarse los votos. Y la audacia, legítima, tropezará con la no menos legítima invitación a la eficacia electoral. Por ejemplo, en Madrid.

De momento, nos basta resistir al golpismo instalado en Moncloa. En los pocos medios audiovisuales que combatimos al Frente Popular nos toca zurcir los rotos que una campaña como la andaluza, toda trampa, puede provocar en los partidos que representan la supervivencia de España. En vez de azuzarlos a la pelea, nos toca repartir tiritas. ¡Qué le vamos a hacer! Lo que no podemos es acostumbrarnos a lo intolerable.

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