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Pierde uno de vista España sólo una semana, una simple, vulgar, corriente y moliente semanilla, siete días mal contados, con las oficinas cerradas y medio país de vacaciones, vuelve a asomarse a las noticias pensando encontrar una sudorosa continuidad para evitar el vacío agosteño y, cáspita, se queda con la boca abierta. Parecía imposible superar el frenético caos, el estrepitoso ridículo de la Asamblea de Madrid, la febril deriva del PSOE entre rayos y truenos camino de la nada... pero era posible. Si Spinoza recomendaba “perseverar en el propio ser”, su pupilo Albiac no va a tener más remedio que hacerse del PSOE, porque nadie persevera en su ser, incluso en tan menguada, leve, astrosa y menguante esencia como el partido de González y de Zapatero, que ya comparten dos nadas: el ayer que no es y el mañana que tampoco.

Pero por contentar a Lucrecio, podría decirse que lo de Marbella añade al esperpento madrileño un factor de debilitamiento sutil o de implacable degradación, el “clinamen” o parábola menguante de todas las cosas que son. Y lo hace en el estilo casposo que la izquierda y las costumbres populares han impuesto en la España de Aznar que va bien en lo económico pero que en lo político anda sólo regular y en lo estético no puede dar más pena. La politicomedia marbellí, municipal y espesísima, se ha televisado a toda España en el acreditado programa de debate político “Salsa Rosa”, lo cual no sólo prueba el triunfo aplastante de Sardá y la telebasura sobre los melindres de Vocento sino que es, también y sobre todo, metáfora del pringue y del color que toma el rojerío español cuando dicta sus habituales lecciones de ética al contado, incluso a plazos.

Si al menos el grotesco episodio de Marbella sirviera para ahorrarnos las plúmbeas homilías del imperio prisaico y farisaico sobre la superioridad moral de la Izquierda, habría valido la pena. Por desgracia, el caso madrileño prueba que cuanto mayor es la corrupción y la podredumbre del PSOE, más eleva los trémolos de su fingida indignación, más achaca a los demás sus deficiencias y más incapaz se muestra de asumir su responsabilidad. Bueno, sus responsabilidades, que si históricamente son muchas, modernamente van camino de infinitas. Ésta de Marbella es sólo la última. O sea, la penúltima. No hay que menospreciar la capacidad creativa de Caldera.

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