Menú

Era difícil rebajar ante la opinión pública el perfil de Izquierda Unida después de la poco afortunada gestión de Francisco Frutos. Pero como dice el refrán, “otro vendrá que bueno te hará”. Tras los primeros pasos de Llamazares, especialmente en lo que se refiere a la política antiterrorista, Frutos aparece ya como una mezcla de Churchill y Adenauer, o, para ser más justos con sus orígenes, de Bujarin y Molotov. El nuevo líder asturiano ha conseguido lo que parecía imposible: ser un simple gregario de Madrazo para definir el papel de IU en la política vasca. Nunca tan poco dio para tanto. Y nunca tanto quedó reducido a tan poco.

El revolcón de Aznar a Llamazares en el Parlamento fue de los que dejan huella. Pero da la impresión de que este asturiano ha cumplido todas sus ambiciones sentándose en el sillón de Anguita. Mientras tanto, la caída en prestigio, credibilidad y, consiguientemente, en expectativa de voto de IU es imparable. Y hay varios motivos, pero uno muy especial es haberse convertido en un monaguillo de ETA y el PNV. La izquierda estalinista reducida al papel de criada obediente de la derecha racista vasca. Podía caer más bajo el PCE, pero tan deprisa, la verdad, no lo esperaban ni sus enemigos más incondicionales.

O sea, ellos mismos.