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Hay en el plagio literario explícito, textual (que no tiene nada que ver con la inspiración o con el aprovechamiento de otras ideas, datos o libros de distintos autores sobre el mismo tema) una voluntaria servidumbre intelectual, la confesión de una impotencia creativa. Pero hay también en ese ejercicio de enajenación una voluntad de autocastigo que es concausa y efecto de la patología de copiar. Que un autor se inspire en otros es normal y hasta deseable. Que deje pruebas de esa deuda copiando literalmente frases completas de un mismo libro de otro autor es jugar a la ruleta rusa con el lector o el crítico, que pueden pillarle con las manos en la masa. Igual que el criminal que, inconscientemente, deja una pista para que se descubra su crimen y pague por él, el neurótico del plagio tiene que dejar pruebas que le puedan acarrear el descrédito, porque en ese riesgo está el placer oculto de su actividad. El ladrón de guante blanco, modelo Fantomas, juega con el peligro tanto como con el beneficio de su delito. ¿Innecesariamente? No. Si no hubiera peligro, tampoco habría delito, porque el ladrón atrevido se dedicaría a pasar miedo en otra cosa.

Lo de Lucía Echebarría con el plagio es una patología más que una fechoría. No sólo copia, tanto en verso como en prosa, sino que lo hace de forma explícita, y de autores a los que puede conocer el lector, descubriendo el delito. Colinas es un poeta más conocido que la poetisa Echebarría, de forma que lo normal es que la pillen, como así ha sido. Por cierto, que la editorial, ya que no la autora, en vez de amenazar con demandas a Interviú, debería pedir disculpas a Colinas, como él ha pedido muy razonablemente, y retirar el libro del mercado, porque es una estafa al lector. En cuanto a las frases copiadas de Nación Prozac en la novela que la lanzó a la fama Amor, curiosidad, Prozac y dudas –título, por cierto, mucho mejor que el de la escritora norteamericana– Lucía Echebarría ha hecho lo mismo que con la poesía de Colinas. Lo asombroso es que dos libros que han sido best seller en Estados Unidos y España no hayan sido puestos en relación hasta ahora, cuando se han hecho o se están haciendo sendas películas sobre las dos novelas. ¿Ni los guionistas leen con atención?

Las revelaciones de Interviú están, por último, dejando en evidencia a los críticos literarios españoles, ayer con Racionero y Ana Rosa Quintana, hoy con Lucía Echebarría. ¿Es que nadie lee nada o es que hay críticos que leen y no cuentan lo que descubren por complicidades de tipo mafioso con editoriales o representantes literarios? Que una revista de desnudos y escándalos, “de culos” como se dice vulgarmente, esté destapando las vergüenzas literarias de los autores de moda es algo más que una metáfora. Sea pagando la delación intelectual, seguramente barata, sea dando salida a las confidencias de almohada o las venganzas de sofá, la revista está poniendo al desnudo las vergüenzas de la industria editorial española, cada vez más acostumbrada a pícaros de similitruqui y celestinas de celular. Claro que, como aquí lo que cuenta no es la literatura sino la noticia, a lo mejor le dedican otra portada dominical a la premiada literata como víctima del síndrome del plagio. Sin contar que, después de Aberdeen, la deberían hacer doctora “honoris causa” por la Universidad de Kopje.

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