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Federico Jiménez Losantos

Podemos nació en Bulgaria, capital Valencia

Durante el felipismo, el PP de Aznar creó un discurso de regeneración ética. En 2008, Rajoy decidió acabar con el PP salvándose a sí mismo.

Aunque Pablemos (la troika Iglesias-Monedero-Errejón) se formó en la Academia Frunze del gorilato venezolano, haciendo méritos a la sombra del gorila rojo y compartiendo experiencias con los comisarios políticos castristas, el fenómeno Podemos nació en el congreso de Bulgaria, capital Valencia, de 2008, cuando Mariano Rajoy decidió acabar con el PP salvándose a sí mismo, renunciar a cualquier lucha ideológica con la izquierda y convertirse en otro Gallardón, dispuesto a ser complemento y recambio, nunca alternativa ideológica ni política. a la hegemonía de la Izquierda, una hegemonía en el sentido gramsciano que se manifestaba, como quería el comunista italiano, en la conquista de los Aparatos del Estado, empezando por la propaganda y la educación, hasta llegar a la economía, a la propiedad colectiva de todos los medios de producción.

Gramsci invertía aunque no cambiaba el fin último del modelo de Lenin para tomar el Poder expuesto en El Estado y la revolución y que fue aprovechado pocos años después por Mussolini en la Marcha sobre Roma, que fue una especie de toma del Palacio de Invierno pero sin fusilar a los zares y conservando al Rey como una pieza decorativa del régimen. De Vittorio Emmanuelle a Juan Carlos I no había gran diferencia en 2008: el Rey respaldó en la primera legislatura de Zapatero los dos procesos políticos que llevaban fatalmente a la destrucción del Estado y la quiebra de la nación: los pactos con la ETA y el nuevo Estatuto Catalán que abrió la vía al separatismo actual. Rajoy, llegado al Poder cuatro años después de la claudicación de Valencia ha honrado el primero y tolerado el segundo.

Gramsci en España: el PSUC

La importancia de Gramsci es capital en la evolución de la izquierda europea y su diferencia con respecto a Lenin se debía fundamentalmente a que escribía en una Italia, la fascista, más represiva pero, sobre todo, mucho más desarrollada que la Rusia de 1917. Por eso, en sus libros y sus famosas Cartas desde la cárcel, Gramsci pone en primer lugar las ideas y deja para el final del proceso el cambio político, económico y militar. El modelo de Gramsci, en España, cuyo introductor en España fue Jordi Solé Tura (PSUC-Bandera Roja-PSUC), sólo fue asumido en la España de la Transición por el PSUC, que tenía una hegemonía mediática e ideológica indiscutible pero que, a diferencia del PCI, que era nacional y centralista, se puso al servicio del nacionalismo. El resultado del pujolismo-leninismo, cuyo adalid fue Vázquez Montalbán está hoy a la vista.

Ese régimen de hegemonía de la Izquierda que Rajoy aceptó a cambio de seguir al frente del PP, se basa en su conciencia de superioridad moral, en una hiperlegitimidad sobre la Derecha que le permite buscar el Poder por cualquier medio: el golpe sangriento a lo Lenin; la guerra civil revolucionaria, a lo Mao; el foquismo guerrillero, a lo Castro; la guerra civil antiimperialista, a lo Ho-Chi-Minh; el exterminio de clase, a lo Pol Pot; el indigenismo maoísta de Sendero Luminoso; o, en fin, el heredero de todos ellos, que es el bolivarianismo de Chávez, una mixtura de gorilismo fascista y terrorismo de Estado a la cubana, de indigenismo antioccidental y demagogia peronista.

Pero el bolivarianismo conserva del comunismo básico, el de Lenin, dos rasgos esenciales: el oportunismo en política interior y la propaganda exterior como mecanismo de amedrentamiento doméstico. Lenin podía cambiar sobre la marcha los soviets todopoderosos por la NEP (Nueva Política Económica que intentó paliar la hambruna producida por el cierre de la economía de mercado) porque la Cheka se encargaba de los que protestaran: mujiks, eseristas, mencheviques y bolcheviques disidentes, que eran los que en cada momento estorbaban al zar Rojo, de Trotski y Bujarin a las grandes purgas de Stalin en los años 30, idénticas en la forma aunque no en la magnitud a las salvajes matanzas de liberales, socialdemócratas y anarquistas en los primeros años de Lenin.

La propaganda, base esencial del comunismo

Todas esas volteretas en la URSS, hasta las más disparatadas, las legitimaba la propaganda leninista, que desde Chicherin y Willy Münzenberg fue la mejor del mundo -copiada pero no superada por los nazis- y los acataba el fanatismo de los comunistas, dispuestos a obedecer lo que ordenara el Partido, desde apoyar a Hitler a combatirlo, con desprecio de la propia vida. Ese aparato de propaganda estaba alimentado por los "compañeros de viaje" o turistas revolucionarios, intelectuales y profesores en su mayoría, que se convertían en los más fieles propagandistas del totalitarismo. Mientras Stalin mataba deliberadamente de hambre a seis millones de ucranianos, Alberti y Neruda hacían odas al Canal del Mar Blanco.

Eso no ha cambiado nada. Si Prensa Latina supo adecuar la técnica de la Komintern al mundo intelectual iberoamericano, la ceguera voluntaria de los turistas revolucionarios hacia la verdadera situación del pueblo cuya soberanía cantan se mantiene inamovible. Mientras los presos políticos cubanos mueren en huelgas de hambre o las Damas de Blanco son apaleadas en la calle, Oliver Stone y la aristocracia roja de Hollywood, casta viva desde que Bertolt Brecht viajaba allí vestido de pobre en los mejores sastres, producen encomiásticas películas sobre el castrismo. Mientras los venezolanos se quedan sin papel higiénico, Sánchez Gordillo viaja en primera a Caracas. Mientras los pistoleros de Maduro asesinan por la espalda a los manifestantes, Monedero o Iglesias defienden frente a los asquerosos medios de comunicación españoles, que babean a su paso, la superioridad ética y la inmortalidad histórica de la revolución bolivariana. Y en las ruedas de prensa de Pablo Iglesias, los periodistas, como ante Fidel Castro, se levantan y aplauden.

La lucha ideológica del PP contra el PSOE

¿Y frente a eso, qué? Durante el felipismo, el PP de Aznar creó un discurso de regeneración ética de la nación y la democracia, apoyándose en los medios de comunicación que resistíamos los embates del PRI sevillano. El voto joven se hizo en buena parte liberal. Felipe González era silbado en la Universidad (en ese momento, decidió dimitir) mientras la conciencia de superioridad moral de los liberales sobre los socialistas alcanzaba niveles casi soviéticos. De nuevo en la oposición, tras la masacre del 11M, el PP de Rajoy, que seguía siendo el de Aznar, Acebes, Zaplana y Mayor Oreja, se echó a la calle, y con él media España, apoyados en la COPE, El Mundo y Libertad Digital, únicos medios que nos negamos a tragar las mentiras del 11M. Porque hasta la Intereconomía de Enrique de Diego se las tragó. La apoteosis de esa resistencia en la calle al golpe del 11M y a los pactos de Zapatero con la ETA y el separatismo catalán fue la manifestación del 2007, con un millón de manifestantes agitando banderas españolas, Rajoy entre María San Gil y Ortega Lara; y Gallardón relegado a la segunda fila detrás de la pancarta.

Había un discurso oficial y una abrumadora superioridad mediática de Izquierda, pero la Derecha conservaba esa conciencia de legitimidad frente a la Izquierda que es su única garantía de supervivencia, en el Poder o en la Oposición. Eso, exactamente eso, es lo que cambió en el congreso de Valencia tras la derrota electoral de 2008. Desde entonces, lo bueno para la Derecha es parecerse a la Izquierda. Eso es lo que la alianza del ABC de Zarzalejos y El País de Cebrián blindó para la versión oficial del 11M, lo que desembocó en el juicio contra mí perpetrado por Gallardón y lo que culminó en la liquidación de aquella COPE que era absolutamente fundamental en toda movilización popular frente al PSOE.

Con la crisis de régimen precipitada por las elecciones europeas, la izquierda, desnortada, ha cambiado de cabezas de lista y tiene nuevo líder. Pero Pablo Iglesias es sólo la cara de un nuevo discurso, la levadura de ese Frente Popular que, tras las generales, quiere liquidar el régimen de 1978. La superioridad de la Izquierda en los medios y en la educación es la que hubiera soñado Gramsci. Y lo trágico, pero coherente, es que el PP de Rajoy es la garantía de su continuidad. Una mayoría indudable de los españoles, incluidos muchos votantes del PSOE, está en contra de Pablemos, pero no hay nada ni nadie que desde el Poder se haga eco de su preocupación. Rajoy cree que el miedo a Pablemos le hará ganar las próximas generales sobre los escombros del PP, sin darse cuenta de que el temor al caos puede ser superado por el ansia de cambio. Y de que el PP ya quedó reducido a escombros en Bulgaria, capital Valencia.

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